viernes, 21 de septiembre de 2018

Segovia

El caballo resoplaba a cada rato, las ruedas de la carreta hacían un ruido constante cuando pisaban las piedras del camino. Pedro era un hombre de pocas palabras y Juan miraba la subida en silencio. Cuando llegaron, el SL iba asear casi en lo alto. El camino iba recto,  paralelo al río Eresma, rodeado de pinos. Él fresco de la mañana los acompañaba.

Al final de la subida, a sus espaldas los grandes bosques de donde su pueblo sacaba la madera, un gran llano los separaba de Segovia. El sol ya había subido bastane y Pedro seguía sin pronunciar palabra, pero ya se podía ver la torre de la catedral. Era la segunda vez que Juan estaba en Segovia. De repente, al doblar un recodo, en una bajada, aparecieron ante sus ojos el acueducto y la parte antigua de la ciudad a la que llevaba agua. Le produjo la misma impresión que la primera vez: no se podía creer lo que veía.

Segovia era una aglomeración de gente que, aprovechando el clima, se veía por la calle. El último tramo fue muy entretenido, Juan no estaba acostumbrado y miraba a todo con sorpresa. Cuando llegaron a la catedral la sensación seguía siendo  de asombro. El hombre rico ya había pagado a Pedro, por lo que despidió de él y entró en la catedral con su zurrón y su violín.

La altura de la bóveda y el fresco del interior rivalizaban en atraer su atención. Un cura se acercó a la puerta para saludarle, parecía ser el jefe de todos. En la catedral había un montón de músicos sentados con sus instrumentos al lado. Otro sacerdote más joven se empeñaba en explicarles cómo tocar lo mismo a la vez, gesticulando con sus brazos. Pronto le enseñaron donde sentarse y empezó fijarse en él y a escuchar lo que decía. Le acercaron una copia de la partitura de lo que estaban tocando, pronto la identificó, la misma pieza que el cura le había enseñado, él no necesitaba partitura.

Encendieron fuego dentro de la catedral y al cabo de un rato la olla que habían traído y llenado con agua y pedazos de carne empezó a hacer ruido y olor.  Cuando el sol se estaba poniendo y la falta de luz les impidió ver la partitura cenaron. Hacía rato que Juan estaba pensando en la escudilla que había traído en su zurrón. Estaba hambriento y preparado para comer todo lo que pudiera de la olla.

Finalmente llenaron su escudilla, con la mano fue cogiendo pedazos de carne. A la vez que la olla habían traído unas hogazas de pan que le sirvió para limpiarla.

El fuego seguía encendido y combatía el fresco y la oscuridad que se hacía cada vez más profunda. Surgieron conversaciones entre los músicos, la mayor parte de ellos habían venido desde Madrid en un viaje de más de un día. 

La música había generado anécdotas que habían hecho diferente su vida de los demás. Él y otros como él, unos pocos, habían llevado una vida normal pero salpicada de música. Finalmente las conversaciones se hicieron cercanas, más bajas, y empezaron a desfilar hacia el lugar en donde iban a dormir.

La luz del amanecer que entraba por el rosetón le despertó. Los cocineros habían llegado antes, avivado el fuego y puesto a calentar una especie de mejunje liquido en el que iban a untar otras hogazas de pan. Mientras estaba comiendo llegó el cura de ayer.

Al acabar de comer todos los músicos ocuparon sus sillas al lado del altar. El sacerdote movía sus brazos de forma armoniosa para que todos los músicos lo siguieran.

- ¡Mírenme! ¡Mirenme! Al mismo tiempo que yo, yo marco el compás, decía casi gritando.  
Durante toda la mañana el sacerdote gastó sus energías, consiguiendo que todos los músicos le obedecieran.

La misa iba a ser al mediodía. Juan se puso la camisa blanca y limpia.

El rio

El blanco de las flores de los castaños competía con el verde de los pinos y el ruido constante de las abejas con los gritos y las risas de los tres niños que  jugaban a perseguirse al lado del puente de madera. El sol en lo alto anunciaba el verano y el calor que vendría.

Juan estaba apoyado en la barandilla del puente, al lado de su casa, hablando con su madre y su esposa. La nieve que lo cubría todo se había derretido y se había llevado el frio. Ya no era necesario para calentarse quemar las heces de los tres cerdos que tenían y que de vez en cuando también se hacían presentes con sus gruñidos de primavera. Las pequeñas ventanas de la casa se veían abiertas de par en par. Salía por ellas el fuerte olor que había dejado el fuego alimentado con las heces de los cerdos. Pronto, cuando viniera el calor, podrían bajar por el río y bañarse en la poza. 

Ana era el ama de cría del señor que habitaba el palacio y Juan se ganaba la vida fabricando y vendiendo botas o pellejos para vino, aceite u otros líquidos, pero casi todos en el pueblo cortaban madera de los bosques que servía para para hacer barcos. Un señor, que llegaba dos veces al año, se llevaba varias carretas con la madera que habían cortado. Se podían ver enormes montones de troncos apilados al otro lado del río.

A lo lejos, entre los árboles, se podía ver el campanario de la iglesia. El camino hasta llegar a la iglesia era una subida de media hora, Juan había hecho ese trecho caminando o corriendo, con y sin nieve. El cura llegó hace muchos años. Le había enseñado a leer música, a tocar el violín. Un día le regaló el suyo diciéndole que nunca lo había a tocado como él. Todos los domingos iban a la iglesia con sus mejores galas. Juan tenía un lugar reservado al lado del altar desde donde tocaba el violín. Toda la familia escuchaba.

-      No sé si me necesitarán en el palacio el año que viene, decía Ana, los niños ya son grandes.
-      Ya se le ocurrirá otra cosa que hacer, ni a él ni a ella les gustan los niños, dijo su madre.
-      Tampoco descartes que tenga más niños, este invierno ha sido muy frío, intervino Juan.
-      
-      ¿Qué tocarás mañana?
-      El cura me ha enseñado una nueva pieza para el "Sanctus", si quieres saco el violín y te la toco.
-      
-      No podrás entregar los odres nuevos en palacio cuando te vayas a Segovia, tienes que decirme cuales son, yo los llevaré.

Los 6tres cruzaban estos temas apoyados en la barandilla del rio.
A la mañana siguiente, temprano, llegó la carreta tirada por un caballo y conducida por Pedro, un hombre con una cicatriz que le atravesaba la cara marcada también por la viruela y que cojeaba al caminar. El caballo que usaba como arriero para bajar la madera de la montaña le había partido la rodilla y casi lo mata de una coz. Desde que se recuperó se dedicaba a llevar a la gente en trayectos largos con el mismo caballo y su carreta.

-      Hola Juan, vengo a llevarte a Segovia.
-      Hola Pedro, desde el otro lado de la puerta. Cojo mi zurrón, el violín y voy contigo.

Hacía unos días que había pasado un hombre por el pueblo, Dijo que era el valído de Felipe V y debía ser verdad, porque su carroza y los dos caballos que tiraban de ella se veían desde mucha distancia. Por su forma de vestir no hubiera aguantado ni un invierno en el pueblo. Se alojó en el palacio y asistió a misa el domingo. Allá conoció a Juan y le habló de la misa que se iba a celebrar en Segovia con motivo de la llegada el nuevo obispo, él quería que estuviera. Desde luego era rico porque arregló con Pedro el transporte de Juan a Segovia.

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Ana y los niños salieron a la puerta a despedir a su padre.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Ancha es Castilla

A través de las ventanas del tren, Juan podía ver el paisaje en un viaje de apenas 2 horas desde Valladolid a Madrid. Ya lo decía Isabel la Católica: “…ancha es Castilla…”. Cómodamente sentado a casi 200 kilómetros por hora veía los campos amarillos segados hasta el horizonte, con las roderas de las cosechadoras, las balas de paja distribuidas y cuidadosamente apiladas en cuatro, o en estructuras más grandes y, a veces, las balas de paja eran cilindros recubiertos de plástico blanco revelando otro tipo de cosechadora. El calor se veía, al igual que filas de postes eléctricos en fila con siluetas como de luchadores de sumo que surcaban el paisaje sujetando con sus manos los cables, separando los campos. Y también bosques de pinos abigarrados, oscuros, juntos, los pinos que se habían resistido a hacer “más ancha Castilla”. De vez en cuanto campos de girasoles con el sol a sus espaldas, ponían otro amarillo y el verde en el paisaje. Cultivos diferentes, modernos, que el agricultor que los había plantado defendería a capa y espada en lugar del trigo de toda la vida.

Casi todos los pueblos que pasaban delante de sus ojos tenían estructuras como la casa que pintaría un niño, pero alargadas, bajas y descoloridas, con sus ventanas y su depósito de pienso en un extremo para fabricar pollos, una parte importante de la alimentación del mundo. No sabía nada de este negocio, tendría que investigar, pero ahora no estaba de humor para preguntarle a Google. Al reconocer estas estructuras deshabitadas, Juan se acuerda de la película que vio hace poco en el cine fórum de antiguos alumnos del colegio, “Soilent Green”, y de cómo, según la ciencia ficción, el futuro inventaría algo para alimentar la humanidad con la propia humanidad (un alimento fabricado con cadáveres), ¡las vacas locas, vamos! Desde la edad Media los pueblos de Castilla cada día eran más pequeños, pero ahí estaban.

Juan se sorprendió mirando el estuche de arriba, con su violín dentro, y recordaba el día que su madre le llevó al conservatorio en Valladolid. Sintió el orgullo que veía en su cara cuando en todas las reuniones familiares él cogía su violín y empezaba a sacar música.
Su sueldo como músico titular de la orquesta no era muy grande, pero no se quejaba, las cosas estaban muy difíciles y era un afortunado. No cultivaba nada, no trabajaba produciendo nada pero hoy en día se podía vivir de la música. No era como el fútbol, pero pronto podría formar una familia. Una parte de los habitantes del mundo eran como él y no necesitaban hacer nada productivo para ganarse la vida.

En Madrid lo esperaba alguien con un letrero con su nombre. Tras los saludos exentos de simpatía, quien lo llevaba era un profesional, subieron a una furgoneta y el chofer se subió después de cerrar la puerta pata llevarlo al auditorio.

jueves, 16 de agosto de 2018

Mi hermano

Pandora

Conocí a Juan cuando él tenía 18 años. Aparentemente esto no sería relevante si no fuera porque era mi hermano, el siguiente a mi. Una infancia feliz, una cara risueña y alguien que nunca discutió conmigo.

Había que girar con fuerza la llave para abrir la puerta. Me fui a mi cuarto. Esperaba encontrarle esperándome con su uniforme del ejército del aire, nunca he sido capaz de decir si era azul o gris. Él no estaba pero encima de mi mesa estaba la llave de la puerta y una nota suya. 

La mesa me acompañó años. Estaba forrada con aironfix transparente y el fondo era un póster con un arroyo en un bosque, todo verde, todo agua con espuma bajando entre las peñas entre árboles y helechos, todo humedad.

Yo estaba en Madrid, estudiando algo que creo que no me ha servido de nada (desde luego, vivir fuera de mi casa sí ha sido uno de los fundamentos de mi vida, como para Juan vivir en México, razón de su vida y su muerte, como explicaré después). Yo había llegado a Madrid a un Colegio Mayor primero y ese año estaba en casa de Marcial, que era el portero de otra finca que alquilaba por habitaciones el piso en donde vivía.  Él estaba de paso, no sé bien para qué, pero relacionado con su servicio militar, supongo. Durmió en mi habitación esos días.

La letra de la nota era suya, pero no entendí nada al leerla: “BAJO EL SONIDO DEL CORO,...”. Creo que era la primera frase imprevista de mi hermano, que no respondía a lo que fuimos: niños y hermanos. Tardé bastante tiempo en dar con la clave, supongo que el que tardé en usar mi imaginación y eliminar a mi hermano como posible origen de la frase.

Había comprado el equipo de música que sonaba permanentemente en mi cuarto, de hecho se ponía en marcha al mismo tiempo que pulsaba el interruptor de la luz.  Ocupaba el estante de la librería que yo había construido y que supongo se podía considerar una de mis propiedades, como la mesa. 

“BAJO EL SONIDO DEL CORO”,... busqué debajo del altavoz y encontré otra nota otra vez con su letra: “EN EL LIBRO DE LOS NIÑOS.” Ahora tardé muy poco en averiguar su significado, abrí El Principito, uno de los libros que ocupaban la estantería y allí estaba, el dinero que dijo que iba a dejar, en un papel doblado con un simple “GRACIAS”.

Supe que se fue con un amigo. Me contaron que todos sabían porqué pero él no soltó prenda. Había terminado la mili, se había enamorado y le habían dado calabazas, creo que se marchó a México con un amigo buscando su vida. 

Años después le vi otra vez en casa de mis padres, en Barcelona. Los dos habíamos ido a reunirnos, el venía de México y yo de Madrid con el primer coche que me compré. Yo era un conductor novato y joven y entonces los coches no eran como los de ahora. Total que entre el maletero, mi equipaje y mis ganas de ver a mi familia el coche se quedó cerrado con las llaves dentro a 600 km de cualquier otro juego de llaves.

Juan tardó segundos en abrir el coche y, a pesar de mi alivio, comprendí que la vida de Juan en México no había sido nada fácil. Pero no venía sólo, le acompañaba otra mirada, otra cabellera, una tez oscura y supe que al otro lado del mar había encontrado algo de lo que buscaba.

Si alguna vez puedes disfrutar de la vida es cuando esta es nueva y la puedes estrenar. Y supongo que algo de nuevo tendría porque llegaron sus hijos. Libertad se llama alegóricamente su madre. Durante esa época tuve poco o ningún contacto con un mi hermano. Entonces él encontró a un nuevo amigo por el que yo me enteraba de su vida: mi padre. 

Cada vez que iba a ver a mi hermano Juan a México, mi padre volvía más joven logrando invertir, misteriosamente  el paso del tiempo. Supongo que sería por ver a sus nietos, o por la casa del malecón que Juan estaba construyendo, o por el jardín que mi padre, un jardinero y Juan estaban haciendo en la parte de detrás de la casa, o por el clima ¿un nuevo proyecto?. Tal vez fue porque mi hermano Juan supo compartir con mi padre lo que estaba viviendo y que mi padre necesitaba.

Se fue a veces sólo con su bastón, otras veces con mi madre, y pasaron momentos felices o muy felices a juzgar por la imagen casi bíblica y que he conocido ahora y que mi padre se ganó entre la familia de la mujer de Libertad. Ha tenido que ser la muerte de Juan pero ahora lo entiendo mejor. Mi padre siempre fue un hombre a quien el mal carácter, su único punto débil, parecía disolverse entre el clima y el mar del Golfo de México o su edad.

Nadie vive ahora en la casa del malecón, no hay jardín, un hotel con su construcción parada por alguna crisis económica impide ver todo el cielo desde el jardín. Un gran centro comercial, moderno, cercano, ha empujado a más gente a vivir cerca de la casa de mi hermano. Me enteré que un día el mar en forma de huracán ocupó la casa con el triste resultado de que ahora está sucia y deshabitada, como si el mar se la hubiera tragado. Desde entonces ni su mujer ni sus hijos han vuelto a vivir en esa casa. 

Estuve hace poco en la casa del malecón y fue como si estuviera dentro de la película de Titanic y viera a la vez imágenes con fango superpuestas con otras de esplendor en forma de fundas de sofás que había hecho mi madre, limpias, nuevas y relucientes con el propio sofá que todavía las soportaba deshecho por el paso del tiempo.

Ahora los políticos han construido un malecón “civilizado” que protege la casa del mar, con el dinero de los ciudadanos, demasiado tarde.

 


Yo volaba a México de vez en cuando por negocios. Un fin de semana desde la ventanilla del avión pude ver Villa Hermosa, lejos de la casa de mi hermano en el malecón, y el paisaje era verde. No sé cómo pero nos citamos allí mi hermano y yo. Lo que pasó ese fin de semana fue fantástico. 

Recuerdo el cenote en el que nos bañamos. Un cenote es el remanso de un río, tiene el agua de un inquietante color oscuro que contrasta con la cascada que lo alimenta, sol verde humedad y agua. Juan me llevó a un hotel en Palenque, no sé si lo había amueblado, o era suyo o no se qué. Creo que para saberlo yo debía resolver algún tipo de acertijo que no pude encontrar. La comida, el “peje lagarto” un pescado muy poco jugoso, más bien seco, originario de los pantanos de Tabasco. Juan me enseño orgulloso lo que había conseguido hacer de su vida, una gasolinera suya enorme, obtener los permisos y construirla. Lo recuerdo emocionado enseñándome la magnífica habitación en la que dormía, en la misma gasolinera, una de las cosas que también a él le parecieron tan imposibles de tener, como para presumir de ellas

Su cara risueña me explicaba a cada palabra que decía lo orgulloso que estaba de lo que había conseguido a base de constancia y de confianza. Más que algo que hubiera conseguido era su vida de la que presumía.

Apenas conseguí pagar nada ese fin de semana, el mejor hotel de Villa Hermosa, una discoteca ruidosa en donde todos le saludaban, un montón de amigos que me presentaba orgulloso. Todos se interesaban en mi, creo que algunos interesados, Juan había conseguido hacer algo envidiable.

La cara risueña de Juan explicaba que estaba en donde siempre quiso estar, más allá de lo que estuviera buscando. Una de las cosas que me explico Juan el fin de semana es lo tórrido del mundo de la gasolineras en México, con la presencia de PEMEX y su exclusividad, las relaciones, los chantajes, y de cómo lo tenía controlado,... aparentemente porque...

México es un país peligroso y lo que estaba a punto de pasar cambiaría la vida de Juan y de su familia.


Lo que pasó aquel día rompió en mil pedazos la vida de Juan y no es fácil de explicar o, si lo es, no es fácil de entender en cualquier país y, si se entiende, es inverosímil. Pero es cierto. Nadie me lo ha contado verbalmente nunca a mi, pero es el relato de lo que pasó que está en una sentencia de un juez que sí leí, y que respondía a la denuncia que unos amigos de Juan presentaron para sacarlo de la cárcel.

Dice la sentencia que un individuo, por cierto del gobierno de turno de entonces en Tabasco, se personó en la gasolinera de mi hermano con un camión cisterna (pipa le llama la sentencia) para descargar gasolina, cosa que hizo (no estaba Juan). 

Unos minutos después, otro funcionario del mismo gobierno (Juan volvió después que lo llamaran), se presentó en la gasolinera con una denuncia acerca del producto que allí se servía (con agua). Lo comprobó, tras lo cual detuvo a mi hermano para meterlo entre rejas y clausurar la gasolinera.

Juan estaba orgulloso de no pagar un peaje por el negocio de la gasolinera pero, obviamente, no era capaz de imaginar el dragón que estaba despertando.

La justicia del estado de Tabasco actuó bien, tal vez los amigos de Juan también actuaron bien, pero la justicia no fue justa.

El estado de Tabasco, y México por extensión, son condenados a pagarle una indemnización a Juan y a devolverle la gasolinera. Juan ha muerto y todavía no le han pagado, ni le han devuelto la gasolinera. Pero claro, si lo meten entren rejas por vender gasolina adulterada, lo que México era capaz de hacer en contra de mi hermano era mucho,... y malo.


Alguna gente de la que conocí en mi fin de semana feliz, le ayudan. Lo sacan de la cárcel y consiguen que un juez ponga luz a lo que ha pasado: tenía controlado lo de la mordida,  pero alguien no estaba de acuerdo, es peligroso ir contra eso y, si existe algún gobierno corrupto, ese está en Tabasco. Esto es lo que leo en la sentencia que intenta describir algo que no es posible poner en un papel.

Algunos amigos le dicen a un amigo de un amigo mío que Juan está jugando con fuego, que tiene enemigos peligrosos.

Juan se ganó un prestigio en hablar con Pemex, una empresa muy diferente a lo que cualquiera podría describir como una empresa. Sigue en el negocio que conoce bien de las gasolineras trabajando para algunos amigos del sector.

Nunca he sido capaz de entender porqué, pero alguien no le perdonó. Alguien que quería que quedara claro que no pagar mordidas va contra la ley, la de ellos al menos que tienen el poder. Un coche arde en llamas en la carretera, el suyo. Un taxista le salva la vida de casualidad pero mi hermano queda con quemaduras por todo el cuerpo. La sentencia dice que los dos individuos de la gasolinera de Villahermosa son vistos en una ubicación cercana al accidente y su señoría manifiesta serias dudas acerca de lo que parece.

A partir de este momento la vida de mi hermano se convierte sola y exclusivamente en recuperar su vida. Juan, su mujer y sus hijos tenían otras prioridades, otras vidas. Y el gobierno mexicano, si es que los que pertenecen al gobierno y este mismo también: hacerse lo más rico posible y no ejecutar la sentencia, clara, de un juez.

Vi a Juan después en el aeropuerto de CDMX. Físicamente estaba mejor, aunque no mentalmente,... se apresuró a decirme ¿quieres ver mis quemaduras?. Un día cené con él y mi mujer.  No recuerdo su nombre, pero iba con alguien era mayor que él. Se empeñaba en mantener a su familia lejos de él. Y a él mismo también. Cuando hacía su comentario, desde fuera era algo parecido a una obsesión que se antojaba tan exagerada como su optimismo. ¡Este año iré a ver a Mamá, por fin! Hacía poco que me fui a vivir a CDMX y Juan estaba a punto de irse a León, Guanajuato.

Nunca supe lo que hacía en León, además de intentar recuperar su vida. Nunca me pidió ayuda. Tampoco es que yo pudiera darle demasiado, estaba en mi segundo exilio, pero jamás hizo valer su condición de mi hermano. Ahora me reprocho si no hice suficiente.

Pero sus hijos seguían creciendo y él estaba en algún sitio, estaba, que es lo mejor que se puede decir. Su acompañante de aquella cena fue para mi una incógnita.


Nunca supe lo que pasó en León o lo que hacía allá pero él volvió a CDMX cuando yo me fui a vivir a Costa Rica, mi tercer exilio.


Cuento todo esto a toro pasado.  Me lo ha contado gente que le ha conocido y que yo conocí a los dos días de su muerte.

Juan se instaló en CDMX,  conoció a alguien con quien hizo negocios. Como no podía ser de otra forma, se aprovechaban de los contactos de Juan y su conocimiento de PEMEX. Por la documentación que pude ver no le fue demasiado mal, al menos con Vicente Fox y Felipe Calderón. Sus hijos habían crecido y pedían algo, supongo que les daba todo lo que tenía. Con Peña Nieto de presidente los negocios de Juan se fueron al garete (parece ser que ellos, los del gobierno, lo querían todo). Se acabaron las intermediaciones y el único negocio que tuvo Juan aparte de su vida: su gasolinera.

Para acabarlo de arreglar llegó el terremoto. Juan vivía, o malvivía, yo lo vi cuando fui a recoger sus cosas, en un apartamento de la calle Insurgentes cuando la tierra la tierra tembló.

No tengo claro si esto del perdón existe cuando se habla de la Mafia o algo parecido. Si los “delitos” tienen fecha de caducidad o no. Tampoco tengo claro si lo que le pasó a Juan después, tiene algo que ver con el asunto de su vida. No sé si tuvo lugar una entrevista con el responsable de devolverle su gasolinera (SAE) en la que le ofrecieron el 20% de la deuda para saldarla. Mi conclusión es que este tema me da miedo, tanto que no quiero saber nada de él.

El edificio quedó inhabitable después del temblor y Juan tuvo que mudarse a casa de un amigo que le dejó usar un cuarto inservible de su bar. Incluso la definición de amigo quedó un poco tocada. Algún tipo de amigo lo es solo cuando huele que le va a tocar algo inesperado, y Juan estaba convencido de recuperar lo que era suyo, y lo decía a los cuatro vientos. También se cuidó de contarle a su hija de qué tipo de amigo era cada uno.

Unos individuos fueron al bar en dónde estaba sentado, en la calle, en Iztapalapa, parece ser que para robar según los otros tertulianos, para matarlo según la policía, le dispararon un tiro y acabaron con su vida. Recibí la llamada a las nueve de la mañana en España. Libertad, su mujer, me contó algo que nunca quisiera oír repetido.

En ningún momento tuve la oportunidad de decidir lo que había que hacer, pero los acontecimientos me llevaron a las cinco de la mañana del día siguiente a la morgue de CDMX en donde me encontré con sus hijos y con su mujer en donde nos entregaron su cuerpo. Conocí a su familia en Campeche, a la influencia que mi Madre y mi Padre tuvieron en ella cuando su vida era un proyecto y no un cadáver.

Como por arte de magia, o porque tienen algo suyo, sus hijos aparecen y aparece eso lo que podía hacer su padre, pero que tanto hacía. Juan dejó su vida, la casa del malecón y un local comercial. Con las dos últimas cosas su familia puede subsistir. Es necesario olvidar la primera hasta no recuperar la vida de su familia, ya habrá tiempo para ocuparse de esto, de invertir un dinero que Juan nunca tuvo para invertir.

Libertad, antaño tocada por la fortuna, ora tocada por el destino, una vida dedicada a luchar otra su vida merece descansar. Juan no lo hizo del todo mal.

El futuro se está construyendo ahora, a partir de ahora, y para construirlo hacen falta muchas cosas, entre las que están la tranquilidad, el coraje y la ilusión.

(A mi hermano Juan)
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