jueves, 12 de noviembre de 2009

Hay papeles en blanco que se enamoran de una lapicera

Cuando uno lee a Mario Benedetti hace varias cosas.

La primera es enamorarse de su lapicera y de como es capaz de hacer el amor con su sacapuntas, su arma secreta. Con él, en estado de felicidad, es capaz de regatear a todos los defensores en Maracaná y crear sinónimos o inventar palabras. Es capaz de ver cosas, olvidos, escenarios, vidas, pasiones (siempre ajenas) es decir TODO, sin brújula, solamente con las palabras o tan sólo con las letras.

Después, uno se enamora de sus historias, o debría decir, de sus personajes que construyen, sin darse cuenta, vidas reales, adorables, envidiables y creíbles, dignas de limosna (relativas al alma) o, simplemente, admiración.

También te asombra descubrir lo que te has perdido. Ver que de joven no pudiste sacar conclusiones, admiraciones y placer. Disculpas esto porque te das cuenta que era imposible sacarlas sin canas, o de darte cuenta de que el placer, o el momento de placer, puede llegar con la lectura y el reconocimiento, escrito por otro, de sentimientos, escenas, vivencias, prestadas (jamás robadas), de tu propia experiencia.

A Mario, esté en el país en el que esté ahora; el título es suyo.