viernes, 23 de julio de 2010

Panamá


Ya era el último día. Al salir de mi habitación con las maletas hechas se repite una situación que ya empieza a ser familiar. La habitación está a veinti-pocos grados, mantenida por el aire acondicionado, que ha estado sonando toda la noche. Al abrir la puerta de la habitación, que da al exterior, se siente un golpe de calor y humedad en la cara y en todo el cuerpo. Hace mucho calor y humedad en Ciudad de Panamá.

El cielo está empezando a clarear, pero es gris oscuro.

El taxi me lleva rápido al aeropuerto. A estas horas el atasco es en sentido contrario, para entrar, y las calles y la autopista están despejadas, poca cola en las casetas de pago, grandes colas de entrada.

A la derecha el pacífico, la marea bajando en una interminable y suave pendiente plateada. Sobre el pacífico, el día todavía no ha empujado el azul al cielo. Sobre la costa, empinados y altos edificios en Ciudad del Este. Nubes enormes de gris más oscuro cubren a pedazos el gris del cielo. En el otro lado un cierto tono anaranjado anuncia que el día va a empezar, el gris del cielo ya tiene luz.

Circulando con verde a ambos lados, al taxista, que antes me ha felicitado por el campeonato del mundo de fútbol, alegría compartida, se le escapa otra frase que me suena conocida, señalando los mangles, la hierba, los frondosos árboles verdes: "para alimentar el canal".

Las represas del canal se alimentan para subir el nivel de un barco del agua dulce natural, y al bajar el nivel la tiran al mar, la gravedad hace el resto, energía natural, pero el consumo de agua dulce es enorme. Esta agua solamente se genera con la lluvia. La consciencia del tajo central del canal, y la fuente de ingresos que supone, hacen de ese sentimiento una constante en Panamá y la frase se repite: "el verde sirve para alimentar el canal, hace que llueva".

El aeropuerto es como cualquier otro en el mundo. Al salir del taxi, otra vez, con el aire acondicionado y al abrir la puerta golpe de calor y de humedad.

En Panamá hay una forma de hacer las cosas que el panameño identifica como propia, sin complicaciones, anti-burocrático, práctico. La formalidad no es necesaria si las cosas se hacen. He cenado varias veces y el esmero por cómo se prepara la comida, por cómo la sirven, parece contradecir esta identidad. 

Otra cosa que se adivina es la presencia del canal. Las enormes filas de enormes barcos esperando para entrar. El camino entre ciudad de Panamá y las islas cercanas construido con deshechos del canal. Panamá sorprende por el calor y por el sky-line de la capital, poco conocido, concentrado de edificios altos que hacen preguntarse de dónde sale tanta gente para ocuparlos, tal vez no sea necesario,…