domingo, 16 de agosto de 2009

Volando a casa

Durante todo el tiempo que estás esperando en el aeropuerto, o hacienda nada cuando vuelas, el número de personas que ves es enorme.

Un tratado de dibujo que tengo, dice que la mejor forma de aprender a dibujar es dibujar lo que uno ve (no vale dibujar árboles en forma de chupa-chups). Si es verdad y escribir se parece, lo mejor es escribir lo que se ve. Volar pone delante de tus ojos sonrisas, sueños, auriculares, compañeros de viaje y funcionarios empeñados en que vueles con éxito a tu destino; sombreros, sonrisas; paseos de impaciencia.

Un protagonista que se ve poco es el comandante del avión, quien se supone es el elemento más importante en todo esto. Si estás lo suficientemente antes en la puerta de embarque, lo ves pasar con todos sus acólitos, uniformados, con sus maletas de ruedas todas iguales. Al verlas imagino sus vidas tan diferentes de la mía, durmiendo en hoteles, la maleta traga y escupe sus pertenencias durante un tiempo en el que no tienen casa, si no tuvieran ruedas serían un caracol, su casa a cuestas.

Los auriculares han hecho su aparición y son la excusa perfecta del no hacer nada. Cuando uno va solo son una ayuda; a veces descubres una sonrisa debajo de los auriculares. Cuando va acompañado, son una especie de seña de identidad extraña, que reduce la posibilidad de entablar conversaciones.

Siempre he envidiado a la gente que es capaz de entablar una conversación con facilidad. Los habitantes de Estados Unidos son geniales para esto. No necesitan ni media excusa para entablar una conversación. Su educación les impide hablar o no hablar. Lo que si es cierto es que las conversaciones son absolutamente superficiales, debería de resularme más facil.

Algunos niños lloran en una situación que es bastante insoportable para los adultos. El tiempo pasa más despacio a menos edad se tenga, y los niños se mueven y remueven en sus sillitas y rompen a llorar cuando el estruendo de los motores anuncia el despegue o la presión de la cabina cambia. Sus protestas a veces rompen el alma. Su cara anuncia que la única solución que encuentran al final es dormirse, pero eso no es tarea fácil entre tanta gente y el ruido.

Los hombres de negocios en los aeropuertos teclean en sus ordenadores, van siempre en busca de ese enchufe que les permita recargar baterías. Son vanidosos revelando una especie de alto designio que la naturaleza les da. Son los más espectadores de todos.

Yo no sé qué hacíamos antes sin sudokus. Muchos pasajeros matan su tiempo en aeropuertos y aviones armados de bolígrafo y revista.

Siempre me ha asombrado que alguien componga canciones sin repetirse. Las maletas son múltiples. Con la cantidad de mochilas, maletas, y bolsas que ves antes de entrar en el avión, yo diría que existe un organismo autónomo universal secreto que vela por el diseño de los equipajes, para que todos sean diferentes, aparte de los sansonait, claro.

Otra cosa que se ve es el ruido. Múltiples conversaciones. Algunas inconfundibles e imposibles de entender porque salen de un walkie-talkie con voz metálica y ronca. El ruido de múltiples conversaciones superpuestas. Algunas se distinguen y lo único que queda es averiguar el idioma antes de empezar a entender lo que significan.

Otro de los protagonistas es La Voz. La voz que reclama pasajeros perdidos que deben de presentarse en tal puerta de embarque. O los pasajeros que nunca se ven, para los que la voz anuncia el inexorable último aviso que nunca lo es; porque se repite varias veces antes de extinguirse, no se sabe si por desesperación de la voz o porque el pasajero ya ha aparecido entre avergonzado y silencioso, o sudoroso después de la carrera.

Los móviles son otro de los actores destacados. Obviamente, hablar por el móvil es una de esas cosas que más nos ha cambiado la vida sin darnos cuenta. En un aeropuerto también. En un avión ya es más discutible. Fuera del “Este avión se va a caer, ¡te quiero!”, las conversaciones que anticipan su llegada desde el avión no son nada más que llenar un tiempo que, si no, solamente estaría dedicado a recoger tus cosas y bajar del avión.

Obviamente, también queda lo de siempre: el libro. Ese placer en si mismo que representa leer algo que alguien ha imaginado muy lejos en el espacio y el tiempo, acerca de lo que sea, y que, seguro, llena un tiempo absolutamente muerto.

Alguien me dijo que solo escribía por vanidad. Tal vez solamente escriba para acelerar el paso del tiempo en un aeropuerto.

Pedro Puig
Volando a casa.