domingo, 20 de junio de 2010

Érase una vez un país


Érase una vez un país recién incorporado a los países desarrollados, España. La Unión Europea, en estos días celebramos el 25 aniversario de nuestra unión, hizo de ejemplo, de modelo, de locomotora, de utopía y de no sé cuantas cosas más, para que al inicio del año 2008 todos nos felicitáramos por vivir en España, de lo que habíamos conseguido y del futuro de prosperidad y de rosas que nos esperaba.

Teníamos algunas pequeñas nubes en nuestro horizonte, pero eran superables. Desde hacía casi dos legislaturas nuestros políticos estaban haciendo de la crispación un problema de la vida diaria. Escogimos a alguien que representaba una imagen de talante que iba a  acabar con esto. Lo habíamos elegido casi por despecho, por las consecuencias de la crispación y por el engaño acerca de los atentados del 11-M.

También teníamos la inmigración, pero la abundancia de nuestros recursos contribuía a paliar el problema, y la propia inmigración aportaba mano de obra barata para hacer cosas que ya nos quedaban a mucha distancia.

En el mundo se respiraba el mismo ambiente optimista que en España. Solamente los problemas arrastrados por décadas en Oriente Próximo, la inflación, el precio del petróleo y la OPEP, provocaban algunas pesadillas, pero eran causas y efectos conocidos en la calle. 

Un presidente nefasto en USA, mezcló el terrorismo y su supervivencia, dilapidó el superavit de su economía y nos metió en una guerra. 

Pero una tormenta enorme se estaba preparando, y era bien visible, si alguien hubiera estado un poco atento. El origen era doble y la tormenta solamente estallaría si se manifestaban simultáneamente dos cosas.

Por una parte, las desigualdades en nuestro mundo alteraban el modelo de mercado al que durante décadas le habíamos dado el papel de regulador y de protagonista de nuestra economía occidental. El sudeste asiático era capaz de producir aquello que antes producíamos y vendíamos en  nuestros mercados, a precios de coste irrisorios, incluso teniendo en cuenta toda la cadena de suministro.  Alguien ganaba mucho más que antes sin aportar una ventaja competitiva, alguna diferencia o alguna mejora. Surgieron en el sudeste Asiático problemas que casi se lo llevan por delante todo, un mundo cada vez más interconectado. Pero la crisis del sudeste asiático solamente fue un ensayo general.

Algunos se quejaban de que en España había inmigrantes para cultivar tomates, pero la UE se gastaba el 40% de su presupuesto en la PAC, que impedía que ese inmigrante cultivara ese mismo tomate en su casa, y más barato.

Por otra parte, la tan llevada globalización a la que algunos utópicos asignaban todos nuestros males, no era tal cosa.  La globalización solamente existía en los mercados y no estaba enraizada ni construida en ningún sitio. El control de los negocios globales, basado en estructuras geográficamente no globales, era imposible. Muchas empresas no eran controladas por nadie o por muchos, con el mismo descontrol. Uno de los negocios que más escapó a ningún tipo de control fue el financiero.

A su sombra muchos hombres de negocios inventaron nuevas formas de generar la riqueza personal de arriesgados especuladores, apostantes en definitiva, sin aportar nada.

Y en Septiembre de 2008 todo estalló. El negocio financiero era global, y había escapado a todo control. Y, además, se había relacionado íntimamente con la economía productiva que se movía básicamente, gracias a su dinero, y no por los avances tecnológicos, por la productividad, o por la creación de nuevas necesidades del mercado, como había pasado en los últimos años.

Una hipoteca concedida por un agresivo ejecutivo de Wisconsin, que jamás podría ser devuelta, se convertía en un activo en España para que alguien se sintiera rico y se compraba un Porsche Cayene.

Para esa época, todos los políticos de Europa y EEUU se dieron cuenta de que la caída del sector financiero iba a tener consecuencias gravísimas para la economía de mercado y se dedicaron a hacer cosas que nunca antes hubieran aceptado: empezaron a ayudar al sector. Mientras tanto al sector financiero le entró un ataque de sensatez y dejó de ser el falso motor de progreso que había sido.

El sueste asiático tuvo hermanos mayores, mucho más grandes, China y la India, que se aprovecharon de la falta de control, de la inexistencia de la mano invisible que siempre antes había sido capaz de actuar de regulador. 

Y los dos problemas se hicieron uno. La falta de igualdad que hace que nuestros productos no tengan ningún valor  a pesar de mantener su precio. China compró EEUU, gracias a la artificial fortaleza de su moneda, dejando el margen de maniobra de uno de los mercados más grandes del mundo casi a su pies, incapaz de impulsar ningún tipo de regulación.

Y mientras tanto ¿qué pasaba con nuestro valle?

Curiosamente, aquí nuestros especuladores no necesitaron el sistema financiero para hacerse ricos. Aquí teníamos un negocio muy parecido al de los especuladores. Un negocio que no aportaba valor alguno, pero que conseguía un artículo que cambiaba de precio al alza sin casi esfuerzo. Muchos promotores preferían no vender su producto, una casa, ya que una semana después el precio había cambiado.  El escenario se completaba también con la desigualdad global (con los vasos comunicantes). Un ejercito de inmigrantes atraídos por ¨uvas como melones¨, ponían un ladrillo encima de otro, sin ningún valor añadido, contribuyendo a un esquema igual, a escala nacional, que el del sistema financiero mundial.

Y nuestros políticos, tanto los de la crispación como los del talante, tratando con mucho cuidado de no hacer nada que perjudicara un escenario idílico antes de su estallido.

Y mientras el mundo intentaba ayudar al sector financiero, aquí, que no lo necesitaba, intentamos, para no ser menos, ayudar a la cantidad de empresas que estaba perjudicando el ataque de sensatez del sector financiero.

Un día de estos perdimos al mejor ministro de economía que ha tenido España porque a alguien se le ocurrió que, como le sobraba, iba a regalar 400€ a los ricos y a los pobres.

Dos años después del desastre original, que para mi fueron dos desastres simultáneos, la falta de liderazgo, ha establecido una situación de depresión a casi todos los niveles de la vida que nos hace olvidar lo que conseguimos en España cuando nos lo propusimos, que nos hace ignorar lo que somos y lo que podemos hacer.

Pero el problema era global.

Y las soluciones también deben serlo. Nada hemos hecho para resolver las causas, solamente hemos conseguido paliar en parte sus efectos. Hay una cumbre europea dentro de poco. Ojalá que los políticos que tienen capacidad de alterar las cosas recuerden a sus predecesores y busquen medidas que realmente impidan que esto siga como está, que se den cuenta que nuestro contrato con ellos es político, no de gobernancia que eso es fácil. Ojala que descubran que Europa puede paliar la desaparición de esa mano invisible que ya no está más.

Que la globalidad se conquista con tamaño, con globalidad. Que la reducción de un déficit no se consigue sin desequilibrios, bajando los gastos un porcentaje. Que es cuestión primero de definir lo que queremos y después analizar la forma más barata en la que podemos conseguirlo.

Los países deben de reducir su ámbito al estrictamente de gestionar cosas cercanas a los ciudadanos, hoy en poder de los municipios. Pero que no podemos repetir estructuras que a la fuerza de ser varias se convierten en ineficientes. Muchas estructuras en la UE están repetidas, sirven para lo mismo. Lo que queremos se puede obtener igual sin necesidad de toda esa cantidad de estructuras.

Ya tenemos un banco central, ¿para cuando un ministerio de economía para todos? Para cuando los contratos de trabajo será casi iguales en Alemania o en España, no somos tan diferentes y se han hecho cosas mucho más difíciles que unificar la legislación.

Y la igualdad en el mundo debería también ser una de las cosas a resolver. Ya hacemos las cosas tan bien que casi no somos suficientes en el ¨primer mundo¨ para consumir lo que producimos. Además, el coste de producirlo en China acentúa el problema. Es necesario invertir en otras partes del mundo se dejen o no, en África, en Latinoamérica, en la propia China, para conseguir nuevos consumidores.

Antes teníamos políticos en España. Ojalá que podamos recuperar a algunos para que contribuyan a resolver el problema que tenemos, de liderazgo, de capacidad.