domingo, 20 de septiembre de 2015

Mirar

Las luces de San José se apagan y encienden rápidamente en el valle, casi todas de color naranja. Con voz agradable, un músico con una guitarra llena de música el ambiente, después de cenar.

Mi cuerpo parece que pasa a un estado lejos del paisaje, de la situación. Es una sensación agradable: todo parece transcurrir como si se pudiese ver desde fuera, la realidad ajena a su percepción. Por momentos la sensación es conocida ¿cuándo he vivido yo esto?

Repaso mentalmente mis sentidos para intentar acordarme. No huele a nada reconocible ni raro. No estoy solo; los sabores, Coca-Cola y comida de un restaurante español no me dan pistas adicionales; la música en directo, el oír a alguien con voz suave, música no estridente, la temperatura que envuelve mi cuerpo,... sí me trae recuerdos,... ; ¡la malta!, sí, echo de menos la malta fría, ahora por mi edad ya no bebo alcohol, y se van formando los recuerdos: la música y el sabor que falta.

Por momentos, la realidad se aparta de mis sentidos y se deja observar: las luces, la noche, la música, la presencia de gente que me acompaña, todo parece una película proyectada en el salón de mi casa en donde suena la música, y falta el sabor de la malta fría.

Esta sensación ha venido a mi varias veces: sólo, malta fría, música que suena en directo, temperatura. México en la calle Río Lerma después de tomar una pizza, dos niños de apenas diez años, sucios, fuera de lugar, me piden un peso, supongo que para que la escena pueda continuar, mas gente pasea por la calle; Bogotá, en un hotel en donde canta una mujer que se parece a la de Forrest Gump, después de cenar, mientras una aparato de televisión en silencio, intenta colarse en la imagen (un noticiario); la terraza de Panamá, viendo la sombra del Pacifico por la noche, marea alta, con las luces del casco antiguo reflejadas; ahora en San José, con la ciudad a mis pies, y esa música, ...

es necesario tardar en pedir la cuenta,...

Creí que la soledad era el factor común con el que identificaba estos momentos, pero ahora no estoy solo, es un lugar conocido, la música es conocida y el lugar es conocido: el precio de la agradable sensación no era la soledad.


Se trata de observar, de no necesitar a la realidad para saber que existes, no luchar contra cosas en que participas, sino ver escenas que son, independientes de ti, y que demuestran que el mundo puede seguir existiendo sin que tu participes. Y la comisura de los labios se tuerce hacia arriba y mi cuerpo parece darse cuenta que todo ha valido la pena.