jueves, 18 de abril de 2019

Previsible

Cruzando el rio aquel cerdo chillaba más de lo que uno se pudiera imaginar. Casi parecía saber lo que le iba a pasar. El matarife, a unos pocos metros, tenía preparado el cuchillo y había puesto aquel cubo metálico en el que pondría la sangre. Parecía evidente que iba a necesitar un cubo mucho más grande. Pero eso era tan previsible como imprevisibles los gritos que daba el pobre animal detrás de la cuerda. Todos mirábamos y escuchábamos la escena sabiendo cual sería el final.

Debajo de la ducha había construido muchas explicaciones para lo que iba a hacer. El negocio de su amigo iba de mal en peor, no tenía remedio. Él mismo había dedicado su esfuerzo para intentar arreglarlo y nadie le podría juzgar mal por lo que iba a hacer.  Era necesario volver a empezar. Él no cometería los errores que los habían llevado hasta allí. Él conseguiría llevar adelante lo que su amigo no era capaz. 

Efectivamente los negocios no iban bien y la solución, si la había, tenía que venir de la mano de todos, de su esfuerzo. 

El único problema que no podía encajar en sus argumentos era el de la confianza. Mientras su amigo sí estaba dedicado en cuerpo y alma a salvar el negocio y, con él, su vida profesional, él ya la había traicionado.Traición era una palabra muy fuerte pero solamente saldría a la luz mucho después. Contaba maliciosamente con la confianza de su amigo, que no sospecharía de su traición hasta que ya fuera demasiado tarde. Cobardía podría ser al motivo de haberlo hecho.

Una de las cosas que había aprendido es que la clave de los negocios era rodearse de  colaboradores fieles y eficaces como él lo había sido. Él era bueno en esto y había conseguido varios que le parecían realmente leales y realmente eficaces, con sus realistas soflamas. Escondía un detalle sin importancia: era su amigo quien los había conseguido. 

Cuando uno es mayor descubre que el verdadero tesoro que tenemos es nuestra necesidad de aprender. Cuando encontramos a alguien de quien hacerlo, el tesoro se convierte en una fortuna, te arruinas cuando lo pierdes.

Dice un refrán popular: ¡A todo cerdo le llega su San Martín! Todo previsible.