viernes, 5 de febrero de 2010

Maldición, me he dejado el móvil en casa


Cuando yo era pequeño, un adolescente, la forma de quedar y hablar con mis amigos era a la salida del colegio o en el recreo. A lo sumo, para situaciones más especiales estaba el teléfono fijo que te permitía quedar en la esquina, o donde fuera. Cuando llegabas, eran momentos buenos si llegabas más tarde que tu amigo, y momentos menos buenos si llegabas antes, ¿estoy donde hemos quedado? ¿nos veremos?

Era un placer cuando finalmente te encontrabas con quién habías quedado y empezaba la compañía, el intercambio de opiniones, compartir el rato.

Al hacerte mayor esta forma de contacto se fue perfeccionando, ya no sufrías. Podía existir el malentendido, pero era raro, las instrucciones de la cita se tornaban más concisas. Cuando la cita era con una mujer, obviamente, los tiempos eran más largos, ya se sabía que era necesario esperar después de la hora prevista.

Cuando mamá decía, ¡Cuelga ya!, o tu padre te gritaba, ¡Suelta el teléfono, si alguien quiere hablar con nosotros, no puede! Esto eran las largas conversaciones con tu novia, con tus amigos, aunque con ellos duraban un poco menos. Se compartía de todo en una larga conversación telefónica. Debo decir que este sistema de comunicación sigue existiendo, aunque mucho menos, para desgracia de los grandes operadores de telefonía, que ya tenían tirados sus cables.

Tuve una novia que pasó lejos mucho tiempo y con la que hablaba mucho por teléfono desde cabinas, no había otra, y la tecnología “colegio mayor” me permitió disfrutar de esas conversaciones gratis. Algunos se desesperaban cuando me veían y se esperaban un rato. Esa era la única manera de hablar a distancia entonces.

Cuando yo cumplí 30 años, sí, sí, antes de ayer, me compré un artilugio grande, con una gran antena, todavía lo conservo, gran novedad, era el teléfono móvil analógico. Estuve con él un par o tres de años y luego lo cambié por una línea digital.

El cambio  que este artilugio ha impuesto en nuestras conversaciones y en nuestra forma de comunicación y relación es enorme. Ahora, quedar era solamente echar mano del bolsillo y poner un mensaje corto o hacer la llamada. Además, el tiempo de incertidumbre una vez llegas al lugar de la cita ha desaparecido, basta con echar mano del bolsillo, poner un mensaje o llamar, ¿Por dónde vas?

Las conversaciones eternas por teléfono se producen mucho menos, el precio de la llamada con este aparato cuesta una pasta todavía, y eso a pesar de que el coste de tirar los cables es muchísimo más pequeño que antes, para alegría de los nuevos operadores, y también de los viejos que se aprovechan todavía.

Ahora existe otra comunicación en dónde no es necesario que la respuesta se produzca instantáneamente: el correo electrónico. Tú preguntas y esperas respuesta. Si la geografía está en contra necesitarás esperar un día, por lo menos.

La “ventaja” de este sistema es que puedes hacer muchas preguntas, abrir diferentes conversaciones a la vez, con diferentes personas, y alguna te contesta. Esta comunicación ya no tiene incorporada la etiqueta de conversación, como la conocíamos antes, y no es, necesariamente uno a uno, sino uno a muchos.   Que alguna conversación se detiene, no hay problema, hay más; que en una te estás enfadando porque lo que se dice no te  gusta, la puedes acabar, o simplemente no responder; que otra es interesante, entonces piensas que tu interlocutor es un tipazo, independientemente de si se lava los dientes dos veces al día o tiene un pronto de mil demonios.

Con este tipo de comunicación nos acercamos a la idea del libro. Un escritor tiene algo que decir, escribe un libro y se lo lanzan al mercado. Uno o muchos lectores compran el libro y lo leen, comunicación uni/direccional que equivale al correo electrónico no contestado.

Pero bueno, como no podía ser de otra forma, la tecnología vuelve en nuestra ayuda. Los teléfonos móviles han evolucionado lo suficiente como para que ahora tengamos integrado el correo electrónico. Los chats permiten establecer la misma comunicación de antes, solamente que ahora por escrito. Muchos blogs que conozco se convierten en un foro en donde pueden “hablar” muchos a la vez, cruzándose muchas conversaciones, eliminando las fronteras geográficas.

A veces, cuando no tienes respuesta, o se interrumpe la comunicación entre correos es como antes pero peor  ¿Habré dicho algo que le ha molestado? ¿Tendrá otras cosas mejores que hacer que pensar en mí?

Con el correo estamos volviendo a los sistemas antiguos de quedar, a veces ya no quedamos físicamente, pero nuestro horizonte se agranda. Yo creo que todas estas nuevas formas de relacionarse, las citas, o los sustitutos de las citas, admiten muchas más opciones que antes, espero que no sustituyan a las viejas, sino que añadan más opciones de relación.

lunes, 1 de febrero de 2010

Ángeles Mastretta

Conocí a Ángeles Mastretta en un taxi. 


Yo tenía una cita en la consejería de comercio, en Masaryk esquina Moliere. El taxista no era el estereotipo de taxista peligroso que te venden inicialmente en México DF, los taxistas siempre me han tratado bien. 

La carrera fue suficiente larga como para que no intercambiáramos apenas palabras, aparte de la dirección inicial. Llevaba puesta una emisora de radio donde una preciosa voz de hombre, estaba leyendo una historia con entonación. 

La historia es contada por una mujer en primera persona, que relata el escenario de una reunión de amigos, como he visto algunas aquí en México, en donde una alta sociedad habla de cosas superficiales. Curioso el equilibrio en la conversación entre mensajes femeninos inocentes, y silencios masculinos que se adivinan falsos. La protagonista, consigue introducir un elemento incómodo, a través de un amigo conversador, agradable, que lejos de ser machista escucha y comparte. A partir de ese momento la historia cambia, y de la descripción formal de una reunión familiar, surge un tema: el oscuro origen de la propiedad de las tierras de las que saca el poderío familiar; parece que las tierras fueron robadas. 

Una nueva escena en donde, después de la reunión familiar, se describe la conversación de dormitorio entre el hombre de la casa y su mujer. Él la trata de la forma “normal”, machista, sin darle importancia, mientras se quita su traje y su pistola, mucho más despacio que ella su elegante vestido, lleno de botones. 

Aunque esto fue lo último que oí del relato, la historia que se adivina después, no sé si en el libro continuará así o no, porque confieso que no he leído de Ángeles Mastretta más que un vistazo a su blog, hoy, ella debe perder su papel socialmente asignado de espectadora y admiradora de su marido, su papel de cómplice, no le gusta lo que ve, se da cuenta de dónde vive, de quién es y lo que tiene que hacer. Lucha por la realidad aun a costa de dejar de pertenecer a la raza de los ganadores y se enfrentará a perder sus privilegios. 
Pensaba en todo esto después de preguntar al taxista quién era el narrador y quién lo narraba. El taxista me contestó con su admiración por el narrador, a quien escuchaba siempre por las mañanas, y el narrador me regaló con un nombre, el de Ángeles Mastretta. Tengo que averiguar qué novela me estaban leyendo. 


He conocido a una "tribu", la de Puerto Libre, el blog de Ángeles Mastretta, que amablemente me ha contado que el libro es "Arráncame la vida". Voy a tener que ser un poco infiel a Mario Benedetti y probar esta nueva medicina.