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viernes, 14 de enero de 2011

Bogota III

Hace tiempo que tengo claro que para conocer una ciudad es muy difícil ir de turista. Las cosas siempre tienen una cara, una pose y se ven a través de un cristal que filtra, para resaltarlos, los extremos y oculta las cosas que de verdad te afectan. Las cosas se ven y se conocen, son dos cosas diferentes.

Como me pasó en mi juventud con Barcelona, algunas ciudades son para hacer el amor y entonces es necesario mucho más que estar, y es necesario compartir la vida, enamorarse. No creo que con todas las ciudades se pueda hacer lo mismo, ni siquiera aunque sea el sitio en donde naciste.

Cuando vives una ciudad aprendes a encontrar ambientes, sabes a donde ir, sabes qué se puede hacer, amoldas o acoplas tu horario con el de la ciudad, a más cosmopolita más fácil. Encuentras a los que la pueblan y la comparten contigo, sabes en donde los puedes encontrar cuando los necesitas, no necesariamente para compartir algo con ellos, sino para crearlo juntos: el ambiente.

Te acostumbras al ruido. Todas tienen uno característico. Te acostumbras a lo malo de la ciudad con igual facilidad con la que lo compartes todo, porque vives dentro de algo que afecta a casi cualquier cosa que haces.

No he vivido Bogotá, pero me da la sensación que es un posible objeto de deseo. Sus atascos, su tamaño, pero su gente, su forma de hablar: el español que conozco que más difícil me resulta entender. Su contaminación que no he sentido nunca. Y es cosmopolita y encuentras cualquier cosa a casi cualquier hora. Y el paisaje de obras, tan común como si se tratara de árboles o jardines. La gente que vive en Bogotá y que no se corta en contártelo. Y lo variado que resulta la ciudad entre el nivel 0, indigentes y el 6, alta sociedad, nivel asignado y por el que se miden los impuestos que se pagan.

Y no se merece su aeropuerto. Invariablemente que tienes que pasar por El Dorado te enfrentas a un reto físico. Mi media sigue siendo de tres horas para salir, de pié, haciendo fila, y el otro día tardé solamente dos horas en diferentes filas en llegar, es decir, en montarme en un taxi después de bajarme del avión.

Hoy, mi vuelo salía a las 6:00, y pedí un taxi para estar en el aeropuerto dos horas antes, como mandan los cánones. Lo temprano de la hora hacía previsible un trayecto rápido desde el hotel, nadie por la calle. Hacía previsible un tiempo de transito menor en el aeropuerto hasta llegar a estar cómodamente sentado, en la sala de embarque. ¿Facturar? Rápido. Pero la sala de embarque todavía tardaría en llegar…

Como si se extrañara él mismo, como si el aeropuerto tuviera alma, la ausencia de fila de inmigración parecía un atentado al orden natural al que era necesario poner remedio. Así que, nada mejor que esperar 45 minutos para formar la fila antes de permitir el acceso, la sala de embarque un poco más lejos. Sentado en una silla de la sala de espera rodeado de pasajeros tumbados en las sillas contiguas, 45 minutos no se hacen muy pesados mientras la fila va tomando su tamaño natural.

¿Control?, normal, como en cualquier otro aeropuerto.
¿Inmigración?, normal, como en cualquier otro aeropuerto. 

El ejército hoy no está, tal vez los criminales que buscan solamente hacen horario más normal. Por fin la sala de embarque. Record, solamente una hora en llegar. Y después de trabajar, cómodamente sentado, anuncian el inicio del embarque,… pero no, claro, estamos en El Dorado y lo que hay que hacer es desalojar la sala de embarque para volver a formar fuera, otra fila. Definitivamente, creo que el aeropuerto tiene alma, y no se ha dado cuenta de que vive en Bogotá y vive de filas.

(Escribo esto subido en el avión, cuando anuncian un retraso indeterminado para el despegue).

martes, 1 de junio de 2010

Elecciones



El domingo ha amanecido con sol, un poco diferente de toda la semana que ha estado lloviendo, con un tiempo desapacible que provocaba sueño.

La verdad es que el día de hoy empezó ayer. Me fui a cenar pero había ley seca y entiendo que esto vació los restaurantes, como si la gente no pudiera comer sin algo de líquido con alcohol, o una simple cerveza que llevarse al gaznate. Supongo que por eso también hoy ha amanecido diferente, soleado.

Es curioso pero saliendo a la calle desde el hotel, además del cambio climático que se ha producido, mi olfato, sentido difícil de aplacar con cualquier tipo de ley, se acuerda de un olor característico que mi mente identifica con el puerto de San Sebastián: olor a sardinas a la brasa.

En la calle han desaparecido los coches para dar lugar a una muchedumbre, o debería decir dos, porque mientras una pasea, la otra hace una ordenada y resignada cola para ir a votar en Bogotá.

El ambiente es festivo y en la terraza en donde me siento a desayunar, a la vista de la gente, armado con un libro que leer, es domingo, hay un grupo de gente con camisetas verde. Entonces recuerdo que ayer, otra vez ayer, leí en el periódico algunas instrucciones para ir a votar en las que se contestaba sin ambiguedades a una pregunta, ¿Puedo ir con una camiseta en donde figure mi candidato preferido? Recuerdo que me sorprendió al leerlo, NO claro..

Exagerando, no debería ser posible acudir a votar con cara de tonto enterado, porque seguro que me identificaban, ni de azul turquesa o rosa, porque en seguida sabrían a quien voto. Y claro, este grupo de verde es claro a quien votaban, a un matemático a quien nadie entiende y que pertenece al partido verde, pero que ha cometido el error de no decir que odiaba profundamente al enemigo de Colombia, que hoy en día es Chaves.

Oí, también ayer, hablar al actual presidente, alguien nada exaltado, bien preparado, con el verbo fluido, dando información a diestro y siniestro sin leer un papel. Según conversaciones es quien ha permitido que un extranjero como yo haya venido a este país a hacer negocios, y no a que me secuestren, única cosa a la que un extranjero podía venir aquí hace 8 años.

El helicóptero de la policía sobrevuela bajo a la muchedumbre, pero parece casi como ruido de fuegos artificiales, no parece que esté controlando nada, solo verificando que las sardinas a la brasa estén en posición.

Están votando en Bogotá.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Paseando por Bogotá

He descubierto el mundo paseando con mi mujer. Cuando estoy en viaje de negocios, raramente hago turismo, y cuando voy con ella, raramente averiguo a priori lo que hay que ver.

Para mi aquello que hay que ver no necesariamente es lo más interesante, y hacer la relación de los lugares de interés te quita tiempo para encontrarte con lo inesperado o insospechado.

Obviamente confío en esa relación cuando no voy solo puesto que es la única forma de evitar que te pregunten aquellos que soportan el relato de tu viaje, sobre todo si va con fotos, ¿y no estuviste en…?

También es verdad que una búsqueda aleatoria te dejará sin ver cosas que realmente te hubiera gustado ver.

Supongo que otra vez el punto medio es el mejor de los acercamientos y hay que ir a determinados sitios, pero dejarse un tiempo para improvisar.

El otro día y para variar, y por suerte, me llevaron a pasear por Bogotá. Al castellano le sobran palabras, o debo decir, que no le faltan y que el concurso de Pasapalabra sí contiene vocablos que en un sitio desconocemos, pero que se usan en otros.

Ni se te ocurra pedir Chicha o Guarope, porque al día siguiente lo pasarás en el baño lamentándote. Sin embargo es la bebida preferida de los chicos que la toman de colorines, según el encargado de la fonda del gato, en donde cuelga una placa de “Aquí se fundó Santa Fe de Bogotá…”. La Chicha y el Guarope son bebidas fermentadas de maíz que, claro está, para conseguirlas más baratas, alguien añade química para hacer más rápida la fermentación, de eso trata la globalización local de la piratería.

Si vas por La Candelaria un festivo te encuentras como con casi todas las plazas que conozco, grandes, llenas de gente, con la única salvedad de que aquí hay llamas, con su mirada de desconfianza fija, para que monten los niños, muchas palomas, gente dándoles de comer o patinando o en bici, corros de gente viendo bailar,… igual que cualquier plaza en cualquier sitio en donde se hable castellano.

Si quien te lleva a pasear y está interesado de verdad en que conozcas Bogotá, te llevará a comer gallina y patacón. También descubrirás que el asfalto no está a la altura de los coches, o debería decir al revés, ya que solo un buen 4x4 puede circular por alguna de las calles de la ciudad.

Y después puedes ir a La Calera, fuera de Bogotá, al otro lado de la montaña, en donde no sé porqué, uno se encuentra puestos de dulces de cien colores, y si pruebas uno que te parece familiar, resulta que lo único que tiene de familiar es que está buenísimo, porque después está hecho con cosas desconocidas como el arequipe.

Y también está el Bogotá moderno, el centro comercial en donde puedes encontrar las mejores marcas del mundo, abarrotado de gente, con los niños revolcándose en la nieve, que resulta ser solamente una manta blanca. Y cenas en un sitio que bien podría estar en Madrid en Londres o en Paris porque es de la misma cadena, igual. Ya es Navidad aquí también, con sus luces.

¿Porqué lo moderno tiende a ser igual?

Aquí la única palabra rara que es encuentras es Juan Valdés, cadena de establecimientos en donde venden un café fantástico, estilo similar al star bucks pero con café de verdad que, por cierto, aquí le llaman tinto.

Al recoger el coche del parking en La Candelaria, el sujeto que dirige el tráfico a la salida, o dicho de otro modo, al que hay que dar algo, si quieres, para salir, te pregunta si eres de Londres o de España y, tras aclarar con orgullo la diferencia que hay, se interesa por el equipo al que le vas, el Barça es bien visto, y por si conoces a un torero colombiano, un tal Cesar Rincón,…

Descubres lo falso de las cosas que "hay que ver" puesto que como español, supuestamente, deberían gustarme los toros y debería saber quien es Cesar Rincón, lo cual me queda bastante lejos.

Y si le preguntas a algún local cómo de turístico y falto de realidad es este relato, la verdad es que no tengo respuesta.

Bogotá 16/11/09