miércoles, 18 de noviembre de 2009

Paseando por Bogotá

He descubierto el mundo paseando con mi mujer. Cuando estoy en viaje de negocios, raramente hago turismo, y cuando voy con ella, raramente averiguo a priori lo que hay que ver.

Para mi aquello que hay que ver no necesariamente es lo más interesante, y hacer la relación de los lugares de interés te quita tiempo para encontrarte con lo inesperado o insospechado.

Obviamente confío en esa relación cuando no voy solo puesto que es la única forma de evitar que te pregunten aquellos que soportan el relato de tu viaje, sobre todo si va con fotos, ¿y no estuviste en…?

También es verdad que una búsqueda aleatoria te dejará sin ver cosas que realmente te hubiera gustado ver.

Supongo que otra vez el punto medio es el mejor de los acercamientos y hay que ir a determinados sitios, pero dejarse un tiempo para improvisar.

El otro día y para variar, y por suerte, me llevaron a pasear por Bogotá. Al castellano le sobran palabras, o debo decir, que no le faltan y que el concurso de Pasapalabra sí contiene vocablos que en un sitio desconocemos, pero que se usan en otros.

Ni se te ocurra pedir Chicha o Guarope, porque al día siguiente lo pasarás en el baño lamentándote. Sin embargo es la bebida preferida de los chicos que la toman de colorines, según el encargado de la fonda del gato, en donde cuelga una placa de “Aquí se fundó Santa Fe de Bogotá…”. La Chicha y el Guarope son bebidas fermentadas de maíz que, claro está, para conseguirlas más baratas, alguien añade química para hacer más rápida la fermentación, de eso trata la globalización local de la piratería.

Si vas por La Candelaria un festivo te encuentras como con casi todas las plazas que conozco, grandes, llenas de gente, con la única salvedad de que aquí hay llamas, con su mirada de desconfianza fija, para que monten los niños, muchas palomas, gente dándoles de comer o patinando o en bici, corros de gente viendo bailar,… igual que cualquier plaza en cualquier sitio en donde se hable castellano.

Si quien te lleva a pasear y está interesado de verdad en que conozcas Bogotá, te llevará a comer gallina y patacón. También descubrirás que el asfalto no está a la altura de los coches, o debería decir al revés, ya que solo un buen 4x4 puede circular por alguna de las calles de la ciudad.

Y después puedes ir a La Calera, fuera de Bogotá, al otro lado de la montaña, en donde no sé porqué, uno se encuentra puestos de dulces de cien colores, y si pruebas uno que te parece familiar, resulta que lo único que tiene de familiar es que está buenísimo, porque después está hecho con cosas desconocidas como el arequipe.

Y también está el Bogotá moderno, el centro comercial en donde puedes encontrar las mejores marcas del mundo, abarrotado de gente, con los niños revolcándose en la nieve, que resulta ser solamente una manta blanca. Y cenas en un sitio que bien podría estar en Madrid en Londres o en Paris porque es de la misma cadena, igual. Ya es Navidad aquí también, con sus luces.

¿Porqué lo moderno tiende a ser igual?

Aquí la única palabra rara que es encuentras es Juan Valdés, cadena de establecimientos en donde venden un café fantástico, estilo similar al star bucks pero con café de verdad que, por cierto, aquí le llaman tinto.

Al recoger el coche del parking en La Candelaria, el sujeto que dirige el tráfico a la salida, o dicho de otro modo, al que hay que dar algo, si quieres, para salir, te pregunta si eres de Londres o de España y, tras aclarar con orgullo la diferencia que hay, se interesa por el equipo al que le vas, el Barça es bien visto, y por si conoces a un torero colombiano, un tal Cesar Rincón,…

Descubres lo falso de las cosas que "hay que ver" puesto que como español, supuestamente, deberían gustarme los toros y debería saber quien es Cesar Rincón, lo cual me queda bastante lejos.

Y si le preguntas a algún local cómo de turístico y falto de realidad es este relato, la verdad es que no tengo respuesta.

Bogotá 16/11/09

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