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lunes, 22 de marzo de 2010

Fiesta en México

Ayer tuve una invitación a una fiesta de cumpleaños. Era una niña de 3 años, a las 3 de la tarde. Me dirigí con mi peluche de regalo, pensando en un cumpleaños con payasos, y a pasar un rato agradable con un montón de niños.

Cuando pedí un taxi para volver eran más de las once, la música estaba previsto que terminara a las dos, pero anunciaba que si seguían bailando no la pararían. Seguía llegando gente.

Soy incapaz de contar todas las cosas que vi, pero el estado de ánimo que tenía en el taxi de vuelta era de euforia, a pesar del cansancio de mis pies.

La casa estaba en un callejón sin salida. Al lado de la casa había dos tiendas “Miscelanea”, changarritos las llaman aquí. En una la gente entraba comprar golosinas o snacks, en la otra había una máquina de “marcianitos” alrededor de la cual los niños revoloteaban. El fuerte pitido de una locomotora de tren me sorprendió un par de veces y pude ver  maniobras de un tren de mercancías entre las casas. Una señora estuvo permanentemente asomada a una ventana al lado de la casa  del cumpleaños. Un muro bien pintado con un letrero anunciaba el final del callejón y  “Alquiler de Montacargas”. En el callejón un coche aparcado, bastante destartalado y una camioneta pick up, enorme.
De vez en cuando sonaba una frase en voz alta pidiendo por “el yayo” contestada por “aquí, aquí,…”. Había muchos niños, para mi sorpresa de muchas edades, desde bebés en brazos de sus madres, niñas pequeñas con calcetines de  colores, jóvenes corriendo y pegándole a un balón. El callejón parecía contener todo lo necesario para vivir.
El padre de mi amigo, tiene un rostro como Ortega Cano, guapo, dientes blancos, llevaba una camisa de las blancas cubanas. Sus hijos iguales y diferentes. Mucho más altos que el normal de los mexicanos, con un copete teñido de rubio el mayor, mucho más hablador de lo que yo le conocía en la oficina el segundo y guapa su hermana. Su madre en la cocina casi todo el tiempo que duró la fiesta. Su mujer, corriendo todo el tiempo.
Eran y actuaban como un equipo, para servir la comida, mantener fría la cerveza, cortar el pastel, quitar las mesas, ocuparse de la gente. Seguro que no era la primera vez que lo hacían y seguro que había mucho trabajo previo. La música, los altavoces, la enorme tarta, los globos de la decoración, los globos alargados para el baile.  A media tarde los niños formados en dos filas para el reparto de regalos.
Sentí ir a la fiesta comido, porque el mole estaba en un enorme recipiente de barro que tenía una pinta extraordinaria,  luego ensalada de manzana, y tarta, y gelatina,…
Difícil distinguir entre familia y amigos. Gente, mucha gente llenando la casa y la “corrala” central en donde fue la mayor parte de la fiesta. Niños, muchos niños, la mayor parte niñas. Muchas conversaciones, aisladas, imposible para mi encontrar los puntos comunes en la gente.

En general soy bastante soso para las fiestas, pero la alegría era contagiosa y la música hacía mover mis pies. Incluso en un momento fui sometido a un pasillo de golpes de globos.
Con la música en marcha, fiesta, alegría y fiesta, cómo bailan, como ríen, la felicidad cubría la “corrala”. La cubrió durante todo el tiempo que permanecí allá.  

Yo intentaba capturar todo para contarlo, pero fue imposible, y eso que miré y miré.

martes, 16 de marzo de 2010

La distancia entre dos puntos

Hoy es lunes y es fiesta por aquí, eso quiere decir que la gente que dispone de una vida no trabaja. Esperando por mi CocaCola, la música suena con ritmo Hawaiano, pero el mar queda muy lejos de aquí. La verdad es que todo queda muy lejos de aquí.
El concepto de lejanía es a la vez físico y mental. Entre dos ciudades ciertamente existe una distancia física: se tardan x horas en llegar de la una a la otra.
Pero hay más conceptos de lejanía. Para llegar a una ciudad es necesario conocerla, aprenderla; dónde se come, en dónde está la gente que vale la pena conocer; qué cosas hay que ver. Solamente cuando empiezas a saber esto, la ciudad está más cerca.
Las ciudades también huelen y la lejanía de los olores se resuelve con el tiempo, cuando tu olfato se acostumbra y desaparecen, no te sorprenden.
Y qué decir de la comida. A veces, para sentirme más cerca de casa, me voy a comer a un Fast-food americano, de estos que saben exactamente igual en cualquier sitio del mundo, incluso en mi casa.
Y la cama, las sábanas, el tacto del agua con los dedos, todo queda lejos.
El silencio es igual que en todas partes, pero no la música. Cada bar, cada restaurante, cada ciudad tiene la suya. A veces la calle tiene música y los coches modernos y silenciosos y destartalados y ruidosos, suenan diferentes,... y los camiones al frenar. Hay ciudades en donde el claxon te advierte de un peligro, en otras te acompaña como música de ambiente. Los timbres y los teléfonos suenan diferentes.
Los acentos también te alejan más o menos a más únicos o a más diversos.
Y el clima, mejor o peor, el sol, caliente o no tanto, pero lejano; y porqué es primavera y porqué no hace frío, porque llueve y porqué no,… lejos.
Hay cosas que reducen automáticamente la distancia: el fútbol, la tele y sus películas, tu equipo, la tecnología, Internet, la música que no oyes, sino que escuchas. Sitios que se te hacen conocidos, lejanos pero que aproximan tu estado de ánimo.
Y el papel que escribes, para que alguien lo lea, lejos,…

Y luego hay otro concepto de lejanía que no es modificable, que es mental. Es en donde están los tuyos, en donde las voces de ánimo, en donde tus olores, tus ruidos y tus sentimientos. Y esa lejanía es siempre la misma aunque cada día se hace más lejana.