lunes, 19 de diciembre de 2016

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Cuando de pequeño iba con mis padres por la calle, me sorprendía ver a otros niños pidiendo limosna por las esquinas. Siempre me preguntaba porqué sus padres no estaban con ellos.

Creo que tengo muchísima suerte de haber nacido en donde lo he hecho y de haber recibido la educación que he recibido, lo que me ha permitido no tener que pedir para comer.

Ojalá que no hubiera gente con este problema.

Me produce rechazo darme cuenta que alguien se aprovecha de desgracias como la de Nadia, que padece una enfermedad incurable, sobre todo porque parece que quien se ha aprovechado en este caso no ha sido ella sino unos padres que la han puesto a pedir para su propio beneficio.

Esto no habría podido suceder si no existieran las redes sociales, o alguno de los periodistas que han tratado este caso hubieran hecho una mínima investigación en lugar de dejarse llevar por cuevas en Afganistán o generosos científicos que guardan celosamente sus conocimientos, cosas que, simplemente, llenaban de minutos la televisión y de líneas los periódicos.

Recientemente he leído una noticia en la prensa acerca de alguien a quien yo enseñé todo lo que sabe. En la noticia esta persona hace suyos mis méritos, todo lo que yo hice lo hace él, sin explicar que el mérito no es suyo y que para que él exista tuvo que haber una gran traición sembrada de cobardía que ha causado daño a mucha gente.

¿Y cual es el nexo común? Pues que el periodista que hace de altavoz a los falsos logros de mi ex-amigo no se ha molestado siquiera en saber de qué esta hablando, ni en intentar cómo ha hecho esto mi mejor ex-amigo. Para mi, mi-examigo es despreciable, pero en el buen hacer de los periodistas deberíamos confiar todos.