martes, 23 de diciembre de 2014

Una siete con picante

Sentado en el sofá de mi casa estaba esperando que llegara la cena. Mientras tanto, la música sonaba en mi equipo de video y música. Hacia tiempo que no oía tan atento un concierto de Tchaikowsky dirigido por von Karajan en 1.985, en Berlín, el mejor según los críticos.

Oí un chasquido en la ventana y el aviso del equipo externo sonó claro: ya había llegado mi cena. Fui hasta la cocina en donde el visor del artefacto mostraba el pedido que había llegado. No, no se habían equivocado esta vez, y mi pizza favorita estaba en la caja.

Repasé las cosas que habían pasado en los anteriores 30 minutos. El equipo que ahora estaba reproduciendo en sonido e imagen del concierto, una mezcla de la televisión y el equipo de música del siglo pasado, conectado a Internet, incorporaba un sistema de control por voz, que no recordaba si había aprendido a manejar en el colegio, o el instalador me lo enseñó.

A una orden, apareció la página de la pizzería que estaba a dos manzanas de mi casa. Me identifiqué y el sistema me ofreció mi pizza favorita. Casi que pude imaginar cómo, en la tienda, un empleado ponía la masa en el molde de metal, rellenaba los ingredientes y la metía en el horno. El proceso de elaborar la pizza final, "una 7 con picante" iba a ser lo mas largo de todo el proceso, pero valía la pena, porque las pizzas de "la esquinita" eran las mejores.

Caliente y recién salida del horno, el empleado la metió en una caja de dimensiones estándar y la mandó a su estación de drones de envío. Hacia tiempo que los sistemas de comunicación terrestres se habían saturado, y en coche, moto o bicicleta hubiera sido imposible recibir la cena en menos de 30 minutos,... a menos que llegara volando.

Cuando aparecieron estas máquinas el fenómeno fue una moda. Los gobiernos intentaban regular su uso desarrollando complicadas fórmulas que lo único que hacían era dificultar su uso. Se había limitado su velocidad máxima a 30 km por hora. Circulaban a una altura suficiente para que fuera difícil que algún delincuente los capturara y usaban un GPS convencional para encontrar su destino. Usaban calles superpuestas de las terrestres. Estas calles eran iguales, solamente que siempre se podía circular en los dos sentidos. Usaban un GPS y pronto se desarrollaron sistemas capaces de dirigir con seguridad al dron hasta su destino.

Los GPS militares tenían una precisión máxima de unos cinco metros y los comerciales de 40 metros. La respuesta para manejar el tráfico de los drones no era establecer costosos sistemas de tráfico centralizado, que algún gobierno había probado. La forma de controlar a los miles de drones que volaban encima de las ciudades nació del desarrollo privado, en Madrid creo. Una empresa desarrolló un chip que todos los drones clase DSD llevaban, y que era capaz de hacer tres cosas:

- Detectar la presencia de otro dron (chip), y cambiar automáticamente su trayectoria para esquivarlo, si encontraban.

Para poder certificar un nuevo dron era necesario pasar diferentes y exhaustivas pruebas. Las pruebas intentaban forzar las condiciones en las que dos o tres drones chocaran en el aire. El chip era capaz de detectar la presencia de otro dron en una esfera de 20 metros. El dron debía ser capaz de cambiar su posición en menos de dos segundos. Para que dos drones chocaran se tenían que dar circunstancias excepcionales y las pruebas se hacían a velocidades del doble de las permitidas.

- Una vez localizado el punto de aterrizaje, era capaz de negociar con el chip del punto de aterrizaje, sus posiciones relativas, y hacer un aterrizaje controlado y suave.

Aunque casi todos los drones disponían de paneles solares, energía barata, los drones todavía tenían problemas de autonomía.

- El chip era capaz de conocer la energía disponible y compararla con la necesaria para llegar al punto de repostaje mas cercano. Se encargaba de dirigirlo hasta allí en el caso de que la energía fuera insuficiente para llegar mas lejos.

Cuando un dron era certificado, el chip se conectaba al sistema de mando. Al dron se le dejaban todas las otras tareas de la navegación, si podía entregar, recoger,... solamente debía tener registrada la dirección de destino. Era difícil que un dron se perdiera. Todos los drones hacían una búsqueda al llegar a su destino, hasta que contactaban con el chip de aterrizaje.

Así pues, 20 minutos después de ver mi pizza en el video, el dron salía de la azotea de la pizzería con destino a mi casa y, 5  minutos después, esta llegaba, caliente, a mi ventana.

Hacia un año que había pedido la instalación de una estación capaz de recibir drones. Cuando el dron llegó con su pedido depositó la pizza en la caja y se comunicó con el sistema para comunicarme lo que llevaba. Pasé mi tarjeta por la ranura para confirmar y pagar el pedido después de analizar que era lo mismo que había pedido (única intervención humana que quedaba, ademas de comerla). El artefacto de mi ventana era capaz de recibir y entregar una carga de tamaño estándar

En el caso de que pasara un tiempo sin recogerlo, recibiría un mensaje en mi teléfono y, en el peor de los casos, y me olvidaba de la pizza, podría sacarla después bien fría, aunque en este caso, "La Esquinita" me cargaría el importe del pedido. Si la pizza seguía en la caja un tiempo, otro dron para devoluciones retiraría la mercancía. Mi pizzería no cobraba si fallaba en la entrega, y se comprometía a recoger el pedido no consumido. Si no fuera así, me tocaría limpiar el artefacto.

Mientras sacaba mi cena del artefacto, no pude mas que observar la maniobra de aterrizaje de otro dron en el artefacto de la ventana de un vecino, levantando la vista se podían ver las luces de dos o tres drones mas, el paisaje había cambiado, era la hora de la cena.