jueves, 12 de octubre de 2017

El terremoto

Esta mañana el aire es transparente y deja ver el Popocatépetl y el Isla, los volcanes que guardan Puebla, que remontan gigantes sobre el suelo. Localizada a consulta, un café para hacer tiempo y la tierra tiembla, solamente algo tan grande como los volcanes pueden hablar tan alto como para decirme que estoy en el lugar equivocado. Mi impresión es que dura apenas unos segundos, pero mi celular se queda callado por dos horas, y después la TV contará que no han sido segundos sino el inicio de un drama formidable.
Todo empezó años atrás, cuando el medico me confirmó que tenía una enfermedad nerviosa degenerativa que no tenía cura y que me haría perder el equilibrio, tarde o temprano. Muchas veces me he preguntado porqué, porque a mi, y maldecido mi suerte. Pero ahora ya no me hago estas preguntas y me limito a vivir lo que puedo. Por eso soy incapaz de responder a la pregunta de porqué estoy en Puebla el día que el suelo tiembla.
Meses antes un amigo me explicó, con entusiasmo, que en Puebla había alguien capaz de curarme, a pesar de lo que decían los médicos. Poniendo en duda la razón que ha gobernado toda mi vida, ir a la consulta era a cambio de casi nada, por lo que decidí invertir.
La consulta es bastante sombría, a lo que contribuye la falta de luz provocada por los volcanes. La decoración es como se podía esperar: cuadros de Cristo, del Papa Juan Pablo II, y presidida por una virgen y una vela que he visto en tantos almacenes, con enormes carteles de una compañía de telefonía prometiendo precios espectaculares.  Dos cuartos, tres puertas. Un cuarto con sillas de castigo, el otro con sillones. En el primero carteles amenazantes prometiendo resultados perversos (¡se acabará la consulta!), a menos que se guarde silencio. Ya se sabe que siempre que hay una colina por conquistar, o una curación que obtener en este caso, un sargento mantiene el orden y el silencio, haciendo que los pacientes se desplacen innecesariamente bien ordenados en sillas y sillones, según un orden pre establecido, en este caso el sargento es una señora con el ceño fruncido. Los pacientes parecen desechos humanos y uno esperaría que salieran por esa puerta con cuerpos de Cary Grant, pero no es así, y me pregunto, una vez más,  porqué estoy ahí, mi cuerpo no es un desecho y mi mente ya ha llegado a una conclusión: no hay de otra. ¿Porqué estoy aquí?
Por fin llega mi turno. La doctora viste de blanco hasta los zapatos. Todavía en estos momentos mi mente está buscando explicaciones razonables: a lo mejor tengo algo que se puede mejorar en mi vida, la aceptación de la situación por mi cabeza, por ejemplo, pero eso yo ya lo he hecho. Lamentablemente todo queda en un intento de sacarme 10.000 pesos en todas las medicinas naturistas que tiene, y en amenazarme con abrirme la cabeza en enero para curarme, puesto que dice, que esto es posible.
Tenía que haberle hecho caso al terremoto y a mi razón. YO es mucho más que mi cuerpo, YO es mi historia, mis amigos, mis ganas de hacer cosas que casi son difíciles para mi cuerpo, como ir a donde la tierra tembló: ¡ya estoy curado!

Sebastián

Sebastián 

Se había mudado desde casa de su abuela y ahora estaba sólo. Vivió con ella desde que murieron sus padres. De niño se recordaba a sí mismo sentado, mirándola como embobado cómo tocaba el piano, sus finas manos paseando arriba y abajo por las teclas. Ella le descubrió la adolescencia, sus opiniones y posturas como rocas, construidas a lo largo de toda su vida. “todo está en los libros”, decía levantando la vista del piano. 
Su vida, dede que vivía solo, era parecida a la de una película, en la que nada conseguía apartarle de la lectura. Era capaz de buscar significados ocultos a cada línea que leía. Algunas veces las interpretaciones que hacía de las historias que leía eran tan complicadas que construían un universo en el que vivía a gusto. Ella murió hace pocos días y unos operarios le trajeron su piano.

El primer día que se enfrentó con él y su enorme volumen de madera negra y sus delicados adornos y dibujos dorados contra la pared, al levantar la tapa fue como tensar las cuerdas de un arco y probar las teclas, descubrió que sonaban. Contrató a una profesora. Le resultó extrañamente familiar y aprendió rápido. 
Empezó a gastar su tiempo tocando, pero aquel día no podía dejar de leer aquel relato. El protagonista parecía estar a punto de reunirse con su amada y, de repente, le pasaba algo extraordinario que le separaba de ella, entre grandes desgracias, pero la separación no era real. Cuando la noche empezaba a ser, a través de la ventana del salón, se sentó al piano, se arremangó la camisa y golpeó las teclas, generando notas que sonaban extrañamente reales en una melodía que le resultaba conocida. Ahora leía otro libro, iba de un ser humano que buscaba una razón para vivir, y que le hizo preguntarse si a él le faltaba algo, o si tendría que buscar la respuesta fuera de las paredes de su casa, o si no le hacía falta nada más que los personajes de sus relatos. El personaje lucía una cuidada barba y estaba decidiendo si la barba estaba de acuerdo con la importancia que el protagonista le daba a su aspecto físico o no. Cuando salía del baño, el espejo le devolvió una imagen nítida. Por la mañana, tan temprano que ni siquiera la luz entraba por la ventana, después de la ducha y antes de tomarse su dulce y diario tazón de leche, volvió a sentarse al piano, comprendiendo que había llegado a su casa como parte de una relato en donde el protagonista se acerca a su destino inexorablemente, dando sentido, por fin, a su vida. Se dio cuenta que nunca había estado realmente sólo, siempre con sus personajes, necesitaba estar sólo, de verdad.


Aquella mañana Sebastián se sentó al piano y sus manos empezaron a acariciar las teclas. Las notas sonaban y sonaban, subían y bajaban, salían por la ventana, colmaban su cabeza, sus manos paseando arriba y abajo por las teclas que se convirtieron en ventosas que atraían sus dedos. Cuando, avisados por sus vecinos, se lo llevaron tuvieron que separarlo del piano en el que Sebastián repetía, una y otra vez, la melodía que oía de joven y que le enseñó su abuela.

lunes, 9 de octubre de 2017

Mal informado

Llevo muchos años diciendo que la independencia no existe, de buen o mal rollo, sabiendo que esto del derecho a ser independiente no tiene nada que ver con el derecho a decidir. El primero, simplemente, no existe y ni Rajoy ni ningún país del mundo va a consentirlo. El derecho a decidir claro que existe, derecho a decidir que el president es Nicolas Puigdemont, que Trapero es el jefe de la policía catalana, a votar, incluso plebiscitariamente y solo sacar el 47% de los votos...
Yo ya había previsto que las empresas de Cataluña se irían (me equivoqué, la sede social ya no está en Cataluña). Colas para abrir cuentas corrientes fuera de Cataluña, familias divididas que no se hablan, catalanes enfrentados con catalanes,... Ya veremos cuando alguien intente cobrar 53.000 millones de deuda con bonos mierda. Creo que me quedé corto con un 25% de devaluación del eurocat.

Y este país tan “precios y obert” se lo han cargado los independentistas. Disolverán los mossos, transferirán de vuelta la educación y, por supuesto, meterán en la cárcel a los golpistas.


Sí, claro, hay una alternativa: declarar la independencia ¡Viva la República Catalana!

domingo, 8 de octubre de 2017

Lágrimas

Hace unos días mi conclusión era clara. Estábamos condenados a un conflicto en el que el primer muerto le daría ventaja a quien lo sufriera. Pensaba en las posturas absolutamente irreconciliables; en la grave ofensa a los independentistas que no habían hecho nada malo; en el miedo a ser robados por su vecino o algo mucho peor del resto; la emoción e ilusión implantada con mentiras a la otra mitad de un pueblo; en un gobierno prisionero de sus obligaciones internacionales, españolas y del, teóricamente, 53% de la población catalana.

No veía ninguna solución y estaba triste, muy triste.

Pero claro, solo la gente preocupada por sus problemas (¿esto también es populismo?) podía aportar alguna solución. La mayoría silenciosa ha hablado, ha hablado el 53%, y ahora el 47% ni siquiera podrá apostar por los muertos de nadie, no será rentable. Le he preguntado insistentemente a mi familia independentista qué es lo que quieren, pero no saben lo que quieren, solo saben qué herramientas necesitan que les ha dicho un independentista (independencia, república catalana), cuando hay muchas otras. Este independentista ha disimulando muy bien cometiendo tan grave irresponsabilidad como para hacer que yo pensara que no había solución.


Me considero un estúpido por haber derramado mis lágrimas esta mañana.