lunes, 31 de agosto de 2009

Peña La Berza

Ya es 21 de Agosto. El sol aprieta. ¡Amigo! Tus vacaciones ya se han acabado. Vuelta a empezar, nos espera una semana de fiestas.

Aparecen las camisetas rojas y blancas, los pañuelos violetas. Es la peña de La Berza.

Empezamos la escuela de aprender a hacer cosas. Los niños y no tan niños harán cosas que en sus casas, el resto del año, pagan por no hacer: la comida, recoger, limpiar. Y encima, en fiestas, pagamos por hacerlas.

Se ve a gente, siempre cumpliendo, pero algunos con el mínimo, escaqueándose solamente si no son observados. Otros, en cambio, ponen lo mejor de si mismos para sentirse identificados con una idea: que todo salga bien. Otros se ocupan de que todo salga bien sin figurar, con lo que haga falta. Cuando se hace así, todo parece salir sin esfuerzo.

Hay un espíritu de tribu, de pertenencia a un grupo, de cosas comunes, de recuerdos comunes, de historias comunes, de otras fiestas parecidas en las que algo diferente pasó, y por eso son recordadas.

La vida pasa rápidamente estos días. Comida y más comida. Pero también conversaciones, y cruce de vidas; alcohol que todo lo anima. Y la cantidad de gente que llega al pueblo y una sensación de ambiente festivo de todos, propios y extraños, que hace que tu cuerpo se mueva, que tu mente se libere y que te olvides de los problemas de la vida.

Historias aprendidas y repetidas, nada queda a la improvisación en el cocido, por ejemplo, voluntad de repetir lo que se recuerda como momentos de diversión. Cantidades apuntadas y rastros que año tras año van cambiado por sí solos construyendo historia: el año que viene no hay que comprar vasos.

Gente a la que resulta difícil soportar lo auténticamente popular nos sentamos en el suelo y nos llenamos de polvo y comemos de una forma incómoda unas judías que, aparte de estar buenas, pagamos religiosamente. Colas, aglomeraciones, una tarea difícil: distinguir entre lo popular y lo hortera. ¡Cuantas ollas y tupperware llenas que acabarán en la basura!

Viendo cómo lo pasamos, el resultado de las fiestas parece de lo más normal. Pero sería de lo más fácil que fueran un desastre. Cuando algo está lo suficientemente organizado y entrenado como para que no parezca que lo está, entonces es realmente cuando el orden se impone e, independientemente de si un año es más animado que otro, las cosas salen a la perfección, animando aún más a la tribu para repetir, año tras año.

Aunque seguro que de vez en cuando hay roces, es imposible distinguirlos entre la animación general, yo creo que incluso se disimulan durante estos días.

Y llega el 26 y las fiestas se acaban con un ritual repetido una y mil veces. Agradecimientos, nombramientos, una auténtica Constitución no escrita de jerarquías costumbres y canciones. ¡Cuan fuertes pueden ser las costumbres, más incluso que las leyes!

Ya los pañuelos van a desaparecer hasta el año que viene y casi también el calor, y casi también las vacaciones.

La Granja, 28 de Agosto de 2009.