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viernes, 5 de marzo de 2010

Le Petit Prince


Hace poco una amiga me ha recordado mi viejo amor por las líneas de “Le Petit Prince”. Hubo un tiempo en que lo leía sin parar buscando parecidos con la vida, buscando personajes tan adorables y reales, como imaginarios lo son los de Saint Exupery.
Hay dos párrafos que son los que más me gustan, y por cosas completamente diferentes.
El rey de los asteroides al que el universo obedece. ¿Cómo es que te obedecen las estrellas?, diles ahora mismo que se apaguen. El universo me hace caso siempre porque soy un monarca que ordena cosas posibles. Si les dijera a las estrellas que se apagaran en plena noche, si le pidiera a un general que escribiera poesía, no sería un buen monarca.
Hay algo de racional en mandar y algo de cómico, siempre me han gustado las palabras: anarquismo racional, en el origen de la democracia americana, en boca de Thomas Jefferson, que son en sí mismas una contradicción. El que manda pretende alterar la realidad con sus órdenes, pero en su fuero interno le gustaría no tener que mandar y que todo el mundo hiciera su cometido sin tener que decirlo.
Cuando el zorro le explica por qué está con él, del placer que siente incluso antes de tenerlo cerca porque lo va a tener cerca, él dice que lo ha “domesticado”,  una muy mala traducción del francés, que siempre me ha puesto nervioso: “aprivoiser”, que podría ser más parecido a hacerlo suyo sin necesidad de poseerlo. Luego explica que pasa lo mismo con su rosa, que es muy diferente a cualquier otra rosa en el mundo, porque él la ha hecho suya, la ha cuidado, le ha quitado los gusanos, excepto dos o tres que se han convertido en mariposas….
El factor humano, la confianza, la capacidad de relacionarse de dos seres humanos para conseguir algo o simplemente, estar. Aunque se trate de un pequeño príncipe y de un zorro, nuestras relaciones con los demás siempre deberían de ser así, deseadas, para lo que fuera necesario.
Los hombres adultos deberíamos de recordar nuestra niñez para no repetir errores o, cuando menos, recordar un cierto enfoque simplista, de sentido común, que tienen los niños.