domingo, 10 de marzo de 2019

Madrid

Una vez fui a ver a un amigo que vivía en Boston. En su cuarto tenía un poster negro con unas letras rojas que decía:

“Cuando cierro los ojos veo Madrid”

El tráfico es un sonido de fondo, grande y constante, como una orquesta afinando. Un perro ladra a lo lejos. En el parque alguien corre, se oye el final de su carrera. Una ambulancia suena un buen rato de izquierda a derecha. La puerta de un coche se cierra en mi calle. Un coche pasa cerca de casa con el motor tan lento que le pican las bielas. Una moto civilizada va detrás; otra suena en su carrera con un dudo intenso persiguiendo a la ambulancia. Los loros se empiezan a despertar. Los operarios del camión en la esquina lo descargan. Un coche impaciente hace sonar el claxon. Llueve y las gotas hacen ruido al caer,ahora si tocando afinadamente      .

Al abrir los ojos veo los arboles verdes, la pinaza marrón, la valla pintarrajeada que nos separa de la M-30, la calle debajo del balcón y la penumbra en la que se ve como llueve, las farolas encendidas del parque y la niebla que intenta esconderlo todo. Varios paseantes llevan a sus perros sin hacer ruido.

Buitres

No hay dos verdes iguales. Pero los campos están “verdes de a punto la primavera”. La hierba no está alta, el verde no es intenso y más bien está mezclado con el marrón o el rojizo de la arcilla. Y eso en los campos, porque levantando la mirada, los arboles a punto de brotar ofrecen una gama de verdes imposibles de describir, pero cuya cantidad se parece al número de granos de arena que tiene una playa. Y los cerezos no se cansan y, como cada año, sus hermosas flores rosas se adelantan a sus preciosas hojas verdes.

Un buitre disimula su tamaño volando muy alto. Casi parece que va a chocar contra el sol cuando desaparece de mi vista. Otros se añaden y uno piensa que si buscan descubrir carroña deberían volar más bajo. No mueven sus alas, supongo que aprovechan un viento que yo no siento en mi piel.

Globos

Hace fresco, pero no hay una nube. La calefacción del coche permite ver Segovia que llena una pequeña parte del paisaje de Castilla. Seis o siete globos de colores adornan el cielo azul, que es la mayor parte del paisaje.  El enorme tamaño de los globos, que recuerdo haber visto en algún momento, contradice la lejana y borrosa línea del horizonte y que aparezcan como puntos sobre la catedral y la vía del AVE. Colgadas de estos puntos se intuye a las barcas, que apenas ni se ven.

Los colores de algunos globos son de publicidad, lo que responde a mi pregunta, que se hace cada vez más grande, igual que los globos a medida que el coche se acerca.

Ancha es Castilla no es solamente una frase. Es verdad, y lo demás es insignificante: Segovia, el coche , los globos y, desde luego, las barcas en donde se han montado dos o tres hombres. Un grifo de fuego en la barca calienta el aire del interior y hace subir a los globos como gotas de colores invertidas. Una tecnología moderna (globo, barca y grifo de fuego),  que los hace dependientes de una muy antigua: el viento.

Alguien ha hecho esas gotas invertidas de colores, alguien las ha comprado. Alguien se ha levantado con el fresco esta mañana , ha calentado el aire, se ha subido a la barca y ahora esté viendo lo mismo que yo: “ancha es Castilla” solo que el cielo es lo que menos ocupa el paisaje que ve.

Salen de las afueras de Segovia pero no saben a dónde van. ¿Qué hacen ahí esos globos? La insignificancia del ser humano.

Pero Castilla empieza en Guadarrama, porque desde el cómodo coche se ve el Alcázar, la catedral que parece estar encima y Guadarrama detrás, nevado.