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sábado, 20 de noviembre de 2010

Matrix y la ficción

A veces uno escribe y mezcla varias cosas que hacen un escrito incomprensible.

Matrix, es una serie de películas basadas en que la realidad es ajena a nosotros. Es mantenida por una máquina. El ser humano no tiene ninguna posibilidad de alterarla, mientras todos los esfuerzos de la máquina son para mantenerla.

Hablaba el otro día en México con mi taxista de una conversación suya con un escritor que se subió en su taxi, y que estaba en fase de construcción de un nuevo libro.

Lo que recordaba de su conversación, era cómo los personajes iban construyendo el libro y no al revés, sin un guión establecido capaz de predecir y de ayudar a narrar algo que, antes de escribirse, no es verosímil y ni siquiera existe.

He escuchado a otros escritores hablar de lo mismo. El papel y el lápiz (obviamente también el ordenador), son los auténticos protagonistas y son capaces de convertirse en las auténticas musas de su creación.

Si tomamos como realidad el libro que finalmente podremos leer, el escritor era famoso, esta no tendría la importancia que le damos. Surgiría en nuestra mente mientras leemos, igual que mucho antes, los personajes la han creado, la han construido a base de escenas.

viernes, 5 de marzo de 2010

Le Petit Prince


Hace poco una amiga me ha recordado mi viejo amor por las líneas de “Le Petit Prince”. Hubo un tiempo en que lo leía sin parar buscando parecidos con la vida, buscando personajes tan adorables y reales, como imaginarios lo son los de Saint Exupery.
Hay dos párrafos que son los que más me gustan, y por cosas completamente diferentes.
El rey de los asteroides al que el universo obedece. ¿Cómo es que te obedecen las estrellas?, diles ahora mismo que se apaguen. El universo me hace caso siempre porque soy un monarca que ordena cosas posibles. Si les dijera a las estrellas que se apagaran en plena noche, si le pidiera a un general que escribiera poesía, no sería un buen monarca.
Hay algo de racional en mandar y algo de cómico, siempre me han gustado las palabras: anarquismo racional, en el origen de la democracia americana, en boca de Thomas Jefferson, que son en sí mismas una contradicción. El que manda pretende alterar la realidad con sus órdenes, pero en su fuero interno le gustaría no tener que mandar y que todo el mundo hiciera su cometido sin tener que decirlo.
Cuando el zorro le explica por qué está con él, del placer que siente incluso antes de tenerlo cerca porque lo va a tener cerca, él dice que lo ha “domesticado”,  una muy mala traducción del francés, que siempre me ha puesto nervioso: “aprivoiser”, que podría ser más parecido a hacerlo suyo sin necesidad de poseerlo. Luego explica que pasa lo mismo con su rosa, que es muy diferente a cualquier otra rosa en el mundo, porque él la ha hecho suya, la ha cuidado, le ha quitado los gusanos, excepto dos o tres que se han convertido en mariposas….
El factor humano, la confianza, la capacidad de relacionarse de dos seres humanos para conseguir algo o simplemente, estar. Aunque se trate de un pequeño príncipe y de un zorro, nuestras relaciones con los demás siempre deberían de ser así, deseadas, para lo que fuera necesario.
Los hombres adultos deberíamos de recordar nuestra niñez para no repetir errores o, cuando menos, recordar un cierto enfoque simplista, de sentido común, que tienen los niños.

sábado, 20 de febrero de 2010

Arráncame la vida

Ya hace días que he terminado de leer el libro y todavía no salgo de mi sorpresa. La razón de que lo comprara fue el fragmento que escuché en un taxi, y mi imaginación se prometía un personaje femenino rebelde, excepcional, un héroe más para emular.

Supongo que mi opinión no tendrá nada que ver con la de un crítico literario, pero…

El libro es muy bueno, se lee solo. La historia es muy buena. Lo mejor es el personaje de Catalina. Es fantástico ver como un personaje es capaz de no ser excepcional ni exagerado, como suelen ser los protagonistas de los libros. Es curioso como Catalina narra, pero no es la protagonista. La historia es la de un hombre, no la de una mujer. El libro empieza con la aparición del General Ascencio y termina con su muerte. La historia es la de una clase de una sociedad, no sé cuánto de real y cuánto de inventada. Si fuera real es machista, egoísta, sexualmente liberal, corrompida, revuelta como los tiempos de cambio que vive.

Primero, Catalina acepta la realidad que no conoce, ávida de conocer, acepta la que va conociendo, disimula la que no le gusta cuando la conoce, sigue la corriente y desempeña el papel a la altura de su personaje de Esposa, ignora la parte de la realidad que no puede aceptar (el general es un asesino), y disfruta exageradamente cuando se sale de ella y pasa de objeto a amada o amante.

Catalina es una mujer con los pies en una realidad, que se va haciendo verdad con el paso del tiempo; una realidad que empieza por inexistente a los 15 años y acaba en el momento en que su esposo muere, toda una vida.

Se pueden inventar seres excepcionales, puesto que están en nuestra imaginación y en nuestros deseos. Catalina, en contra de lo que yo pensaba antes de leer el libro, no es un héroe. No cambia la realidad sino que la hace aceptable. Es mucho más difícil dibujar un personaje así, con reacciones normales. Sufre con su vida, compensa las injusticias que puede, busca salir. Es más próximo a nosotros, más real.

No dudo que muerto el general, la vida empiece para Catalina, pero ella jamás le haría daño a su esposo, a su vida.

Un día me preguntaba cómo compatibilizar el placer de leer con el de haber leído. Cómo hacer para filtrar lo que uno lee, para que sea tan bueno y tan largo, como el tiempo que uno disfruta después de haber leído algo bueno,… experiencia, me contestaron,... imposible, me dijeron. Si a alguien le sirve, “Arráncame la vida” es de los libros que hay que leer.  ¡Olé! Ángeles Mastretta, te seguiré leyendo.

Comentario dedicado a los del Silabario, de Puerto Libre, el blog de Ángeles Mastretta.

lunes, 1 de febrero de 2010

Ángeles Mastretta

Conocí a Ángeles Mastretta en un taxi. 


Yo tenía una cita en la consejería de comercio, en Masaryk esquina Moliere. El taxista no era el estereotipo de taxista peligroso que te venden inicialmente en México DF, los taxistas siempre me han tratado bien. 

La carrera fue suficiente larga como para que no intercambiáramos apenas palabras, aparte de la dirección inicial. Llevaba puesta una emisora de radio donde una preciosa voz de hombre, estaba leyendo una historia con entonación. 

La historia es contada por una mujer en primera persona, que relata el escenario de una reunión de amigos, como he visto algunas aquí en México, en donde una alta sociedad habla de cosas superficiales. Curioso el equilibrio en la conversación entre mensajes femeninos inocentes, y silencios masculinos que se adivinan falsos. La protagonista, consigue introducir un elemento incómodo, a través de un amigo conversador, agradable, que lejos de ser machista escucha y comparte. A partir de ese momento la historia cambia, y de la descripción formal de una reunión familiar, surge un tema: el oscuro origen de la propiedad de las tierras de las que saca el poderío familiar; parece que las tierras fueron robadas. 

Una nueva escena en donde, después de la reunión familiar, se describe la conversación de dormitorio entre el hombre de la casa y su mujer. Él la trata de la forma “normal”, machista, sin darle importancia, mientras se quita su traje y su pistola, mucho más despacio que ella su elegante vestido, lleno de botones. 

Aunque esto fue lo último que oí del relato, la historia que se adivina después, no sé si en el libro continuará así o no, porque confieso que no he leído de Ángeles Mastretta más que un vistazo a su blog, hoy, ella debe perder su papel socialmente asignado de espectadora y admiradora de su marido, su papel de cómplice, no le gusta lo que ve, se da cuenta de dónde vive, de quién es y lo que tiene que hacer. Lucha por la realidad aun a costa de dejar de pertenecer a la raza de los ganadores y se enfrentará a perder sus privilegios. 
Pensaba en todo esto después de preguntar al taxista quién era el narrador y quién lo narraba. El taxista me contestó con su admiración por el narrador, a quien escuchaba siempre por las mañanas, y el narrador me regaló con un nombre, el de Ángeles Mastretta. Tengo que averiguar qué novela me estaban leyendo. 


He conocido a una "tribu", la de Puerto Libre, el blog de Ángeles Mastretta, que amablemente me ha contado que el libro es "Arráncame la vida". Voy a tener que ser un poco infiel a Mario Benedetti y probar esta nueva medicina.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Libros

El otro día alguien me dijo que me había comprado un libro, pero no me dijo cual.


Tal vez sea un libro de conocimiento, con páginas que se empeñan en hacerte difíciles las cosas, para aclarar algo que deberías saber, que tienes que saber o que te gustaría saber. Disculpas que no sean autosuficientes o alegres, las tienes que releer porque no has sido capaz de entenderlas. Son libros que presumen de número de páginas y de pequeño tamaño de letra.

Tal vez sea un libro escrito por alguien que dispone de tiempo, que entiende lo importante y que es capaz de transmitirlo de forma fácil y simple, ¡pues claro! Con moraleja, que te deja la conciencia en paz, porque coincide con algo descubierto por ti, acerca de algo importante.

O tal vez sea un libro con personajes que, inventados, sean una réplica de ti o de alguna época de tu vida, que se hace fácil de leer porque suena conocida. O con personajes increíbles, porque son admirables, tan extraños como poco reales o, en cualquier caso, lejanos de ti y de tu realidad.

O tal vez uno de misterio y de tensión, de estos que la intriga te impide dejar de leer página tras página porque eres incapaz de saber lo que pasará en la siguiente escena que el libro ha sido capaz de construir para ti. Las páginas no dejan de engancharte para devorarlas una tras otra, sin cansarte leyendo.


O tal vez aquel libro que, como una melodía definitiva, es capaz de generar opiniones o sentimientos como tuyos, en un escenario tan precioso que puedes ver música con burbujas que van cambiando de color y de forma, flotando en la pared a la que miras entre capítulo y capítulo para descansar tus ojos.
Que además es capaz de convencerte (¿engañarte?) de que tenías razón, que la vida era como pensabas.

¡Y si fuera de poesía! Entonces las páginas son palabras y las palabras letras. Descubres significados y construcciones que existen y se justifican por sí mismas; terminas la frase, la refrescas y vuelves a leerla para comprobar que sí, que era posible decir aquello y decirlo de aquella forma y lo reproduces en tu cabeza con la incredulidad de que a alguien se le haya ocurrido.

Tal vez sea un libro de cuentos cuyas historias son tan fáciles que hasta las puede entender un niño. Y tienen moraleja.

O uno con un personaje, el bueno, que se esfuerza, que se lo trabaja, que es capaz de poner al mundo de su lado y que triunfa solo por ser admirado, ¡qué bello es vivir! O tal vez un ídolo, admirado por ser un líder, un deportista. Solamente unas páginas son capaces de desnudar hasta que solamente el lector es capaz de valorar porqué consigue las cosas y lo verdaderamente importante que posee.

Cuando lees, el mundo se detiene, solamente tú y el libro sabes lo que va a pasar, tú, él o los dos. Leer es construir entre los dos un universo irrepetible. Si lo piensas el libro es muy poco fiel, no le importa quien sea el lector.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Hay papeles en blanco que se enamoran de una lapicera

Cuando uno lee a Mario Benedetti hace varias cosas.

La primera es enamorarse de su lapicera y de como es capaz de hacer el amor con su sacapuntas, su arma secreta. Con él, en estado de felicidad, es capaz de regatear a todos los defensores en Maracaná y crear sinónimos o inventar palabras. Es capaz de ver cosas, olvidos, escenarios, vidas, pasiones (siempre ajenas) es decir TODO, sin brújula, solamente con las palabras o tan sólo con las letras.

Después, uno se enamora de sus historias, o debría decir, de sus personajes que construyen, sin darse cuenta, vidas reales, adorables, envidiables y creíbles, dignas de limosna (relativas al alma) o, simplemente, admiración.

También te asombra descubrir lo que te has perdido. Ver que de joven no pudiste sacar conclusiones, admiraciones y placer. Disculpas esto porque te das cuenta que era imposible sacarlas sin canas, o de darte cuenta de que el placer, o el momento de placer, puede llegar con la lectura y el reconocimiento, escrito por otro, de sentimientos, escenas, vivencias, prestadas (jamás robadas), de tu propia experiencia.

A Mario, esté en el país en el que esté ahora; el título es suyo.