lunes, 6 de agosto de 2018

Si algo va mal, puede ir peor


Alguna gente de la que conocí en mi fin de semana feliz, le ayudan. Lo sacan de la cárcel y consiguen que un juez ponga luz a lo que ha pasado: tenía controlado lo de la mordida,  pero alguien no estaba de acuerdo, es peligroso ir contra eso y, si existe algún gobierno corrupto, ese está en Tabasco. Esto es lo que leo en la sentencia que intenta describir algo que no es posible poner en un papel.

Algunos amigos le dicen a un amigo de un amigo mío que Juan está jugando con fuego, que tiene enemigos peligrosos.

Juan se ganó un prestigio en hablar con Pemex, una empresa muy diferente a lo que cualquiera podría describir como una empresa. Sigue en el negocio que conoce bien de las gasolineras trabajando para algunos amigos del sector.

Nunca he sido capaz de entender porqué, pero alguien no le perdonó. Alguien que quería que quedara claro que no pagar mordidas va contra la ley, la de ellos al menos que tienen el poder. Un coche arde en llamas en la carretera, el suyo. Un taxista le salva la vida de casualidad pero mi hermano queda con quemaduras por todo el cuerpo. La sentencia dice que los dos individuos de la gasolinera de Villahermosa son vistos en una ubicación cercana al accidente y su señoría manifiesta serias dudas acerca de lo que parece.

A partir de este momento la vida de mi hermano se convierte sola y exclusivamente en recuperar su vida. Juan, su mujer y sus hijos tenían otras prioridades, otras vidas. Y el gobierno mexicano, si es que los que pertenecen al gobierno y este mismo también: hacerse lo más rico posible y no ejecutar la sentencia, clara, de un juez.

Vi a Juan después en el aeropuerto de CDMX. Físicamente estaba mejor, aunque no mentalmente,... se apresuró a decirme ¿quieres ver mis quemaduras?. Un día cené con él y mi mujer.  No recuerdo su nombre, pero iba con alguien era mayor que él. Se empeñaba en mantener a su familia lejos de él. Y a él mismo también. Cuando hacía su comentario, desde fuera era algo parecido a una obsesión que se antojaba tan exagerada como su optimismo. ¡Este año iré a ver a Mamá, por fin! Hacía poco que me fui a vivir a CDMX y Juan estaba a punto de irse a León, Guanajuato.

Nunca supe lo que hacía en León, además de intentar recuperar su vida. Nunca me pidió ayuda. Tampoco es que yo pudiera darle demasiado, estaba en mi segundo exilio, pero jamás hizo valer su condición de mi hermano. Ahora me reprocho si no hice suficiente.

Pero sus hijos seguían creciendo y él estaba en algún sitio, estaba, que es lo mejor que se puede decir. Su acompañante de aquella cena fue para mi una incógnita.


Nunca supe lo que pasó en León o lo que hacía allá pero él volvió a CDMX cuando yo me fui a vivir a Costa Rica, mi tercer exilio.

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