lunes, 11 de febrero de 2019

Colores

Me han robado mi país. Me silbaron en la ciudad en donde nací y de la que estaba profundamente enamorado. No puedo ni hablar con dos de mis hermanos, ni con parte de mi familia. Pero esto ya no tiene remedio. Encontrar culpables y condenarlos no me va a ayudar (ni la inhabilitación, ni la cadena perpetua, si fuera aplicable, podría compensarme).
Algunos intentan resolver este problema, o aprovecharse de él, para conseguir otras cosas. Lo que todos los políticos deberían hacer, nuestro presidente el primero, es legislar para que lo que ha pasado NO se pueda repetir (prohibir a partidos que tengan el independentismo como objetivo, por ejemplo).
Si alguien no está a gusto en España que se vaya si quiere. Si alguien quiere decirle a la gente que no está bien, o que a nuestro Rey le falta el flequillo, por ejemplo, es libre de hacerlo. Pero nadie puede gastar el dinero de todos para esto (no deberíamos subvencionar ni a la ANC ni a Omnium).
Las instituciones del Estado Español, La Generalitat es una, deben ser defender el estado. Los individuos que la componen deben ser castigados duramente si no lo hacen.
Nada que ver con el blanco y negro o los colores: amarillo y rojo. Ni con la derecha y la izquierda.

jueves, 24 de enero de 2019

La mochila

Había desaparecido por la mañana. Apenas si pudieron explicarlo, y menos aún entenderlo. Lo habían cuidado toda la vida y jamás podría poner ninguna queja. Día a día habían ido eliminado las cosas que podían preocuparle, molestarle o dolerle. Cuando no tienes problemas: ya puedes ser feliz.

Se puede imaginar la vida como una figura humana desnuda que lleva una mochila, ve un paisaje, una montaña, se para, vuelve a andar, pone algo en la mochila, sigue. No puede soltarla.

Cuando la mochila no sirve de nada ni siquiera puedes contar tu vida. Tal vez nadie la ha abierto, o tal vez se ha llenado con porquería, o tal vez nunca has echado mano de ella, por desgracia o desgraciadamente. Las razones no están en la mochila, son la mochila, que permite equivocarse o acertar.

Lo encontraron en un rincón detrás del armario, temblando, muerto de vergüenza, estaba desnudo.

jueves, 10 de enero de 2019

Ruido

El tráfico es un sonido de fondo, grande y constante. Un perro ladra a lo lejos. En el parque alguien corre, se oye el final de su carrera. Un pájaro madrugador no para de cantar a lo lejos. Una ambulancia suena un buen rato. La puerta de un coche se cierra en mi calle. Un coche pasa cerca de casa con el motor tan lento que le pican las bielas. Una moto civilizada va detrás; otra suena en su carrera a no sé donde. Los loros se empiezan a despertar. Los operarios del camión en la esquina lo descargan. Un coche impaciente hace sonar el claxon. Llueve y las gotas hacen ruido al caer.

Al abrir los ojos veo los arboles verdes, la pinaza marrón, la valla pintarrajeada que nos separa de la M-30, la calle debajo del balcón y la penumbra en la que se ve como llueve, las farolas encendidas del parque y la niebla que intenta esconderlo todo. Varios paseantes llevan a sus perros sin hacer ruido.

Luces

Es de noche y el edificio a o lejos se ha convertido en multitud de peceras, algunas iluminadas y otras no, ¿estará alguien trabajando? Un anuncio concentra mis miradas. Si levanto la vista y miro a través de los árboles del parque, puedo ver muchos más anuncios. Hay algunos cuyas letras no significan nada para mi. Todos tienen en común sus diferentes colores vivos. Otro anuncio, este iluminado por seis focos, adorna o tapa la pared de un edificio entero y me hace pensar que debo cambiar de teléfono movil.

Las farolas del parque han relevado a la luna de iluminar la noche, no la veo en ningún lugar. Estará menguante o tapada por los árboles, o simplemente se haya retirado para dejarme ver los anuncios. Los ladridos de los perros y las voces de sus amos alteran la calma que el aire frío trae al parque, completan el sonido de los coches de fondo y animan el banco en donde estoy sentado.

Pesadilla


Necesito ayuda. Últimamente me despierto violentamente. Una imagen, probablemente de mis recuerdos, probablemente real, me sobresalta. Tal vez alguien pueda identificar algún detalle y me ayude a averiguar cuándo y dónde me pasó. 

Yo llevo guantes y las manos en los bolsillos de una trenca. Es una trenca porque recuerdo los botones en forma de colmillo. Noto la suavidad de la capucha a los lados de mi cara. Me inclino hacia adelante para contrarrestar la fuerza del viento que suena muy alto a dos voces, una fuerte y grave que lo llena todo y otra aguda como un silbido, que añade un tono de urgencia a mis oídos. Estoy en la calle y no estoy solo porque me veo gritar:

¡Vámonos!, que se pierde en el rugido del viento.

Las casas son de madera, pintadas de blanco a la izquierda, y de ocre a la derecha. Aunque levanto mi vista no veo lo que pone en un cuadro azul pegado en la pared de la casa, lo que me podría dar una pista de dónde estoy. Entre las dos casas, detrás de ellas, se ve el mar sobre un malecón con una barandilla metálica y unos bancos alargados. Debo estar en una bahía protegida porque no hay rompiente. Mira que hay tonos de grises pero el mar es gris acero con verde y marrón. Está muy rizado por el viento, pero el blanco de las crestas es del mismo color. A lo lejos y entre la lluvia que hace las veces de niebla, se distingue la costa con casas entre pinos, amontonadas en la ladera de las montañas y algunos barcos blancos que se mueven inquietos. El cielo gris claro ilumina el mar, a las casas, a las montañas, al viento o la lluvia.

Llueve de lado y hace mucho frío. Lo noto en mis pies y en el pequeño trozo de la cara que tengo al aire, encima de la bufanda y debajo de la capucha. Las gotas me golpean allí con fuerza cada vez que el aire grita más fuerte. Parece que me cortan, no sé si por la fuerza o porque se han congelado antes. Me noto empapado, el agua me cae desde las cejas. Mis calcetines también están mojados.

Un gran estrépito y la luz blanca me asusta y todo se acaba.

Susana

Tenía una amiga, Susana, que contaba historias inventadas a partir de un nombre, Ana...

Ana atravesó la puerta construida en el seto, descubrió el camino secreto, un atajo en el campo de rosas rojas. Atravesó el campo de rosas con sus espinas y se acercó a una fuente de piedra con el agua oscura, como si fuera un espejo.

Mirando la fuente pudo verse entrando por la puerta a través del seto en el jardín, flotar en la pradera de rojas rosas con sus espinas y acercarse a la fuente de aguas oscuras.

Un trueno sonó desde detrás de las nubes y en la fuente nacieron pequeñas ondas redondas que no le dejaron a Ana ver una imagen en el agua como en un espejo. Al levantar la mirada descubrió otro seto y una puerta tras la cual seguro que se escondía su felicidad.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Decisión

Sus ojos no eran azules, sino de un color como violeta en lugar del color que guardaba en mi sub consciente: el cielo de por la mañana temprano. Veía su silueta que también recordaba de cuando lucía el sol. El mar acariciaba las rocas, reflejando la luna en el blanco de la espuma. La discoteca de moda ponía la música de fondo y arrojaba luces verdes, violetas y rojas, desde el hueco en la roca en la que estaba. El firmamento era negro, negrísimo, pero lleno de estrellas que temblaban de miedo por estar en donde estaban, supongo. El mar y la noche se juntaban en el horizonte especialmente nítido. No hacía frio, era verano. 

Mirábamos la hermosa noche cuando un cometa recorrió la oscuridad durante unos segundos. La explicación que me pidió no era la que le ofrecí, yo sabía porqué había pasado, y quedaba a años luz de la que ella esperaba, yo era joven. La luna proyectaba una penumbra que me permitía ver su figura y sus ojos de hada.

No os podéis imaginar mis conclusiones de esa noche, pero por la mañana había decidido irme a buscar las estrellas para regalárselas. 

jueves, 6 de diciembre de 2018

L’Antina

Una cadena de rocas corría como a 100 metros paralela a la playa. Un bloque de hormigón con una estructura de metal oxidado encima la interrumpía. Mi padre me hizo olvidar mis miedos para llegar allá con él y con alguno de mis hermanos. Subidos al bloque de hormigón, secándonos, podíamos ver los barcos de pesca sobre la arena caliente y clara, azul y rojo, subidos en maderos. En la arena parecía imposible soportar el calor. En el bloque de hormigón el agua fresca del mar resbalaba sobre la piel. 
Fui después muchas veces a aquel lugar, acompañado y solo. Vi cómo los pescadores subían las pesadas barcas estirándolas con un cable de acero que salía de un edificio en la calle, quitando rápidamente los maderos más cercanos al agua y poniéndolos en la parte de arriba de la playa para que se apoyara el barco. Comí muchas veces guisos de pescadores acompañado y sólo, en una de la terrazas arriba de la playa. 
Nunca supe para que servía la estructura que cada año estaba más rota por el castigo del mar en invierno. Se convirtió en un ritual nadar hasta allá para estrenar el verano. Siempre hacía calor, incluso aquella noche que nos apropiamos de los bongos de aquel bar en medio del barrio marítimo. 


Cuando era más mayor sacábamos pulpos de la barra de rocas, mientras las chicas esperaban en la playa. Todo esto se ha borrado, si no fuera por mis recuerdos.