sábado, 21 de noviembre de 2009

Carta a mis hijos

El mundo en el que vivimos tiene un porqué, muchas realidades, una historia. La vida y las obras de muchísima gente antes que nosotros nos ha llevado a la luna, pero también a nuestro coche azul; a la literatura y al Internet; a las injusticias y a la comodidad; a las falsas y emocionantes películas que vemos en el cine, pero también a la dura realidad que no conocemos.

En mi opinión, vosotros no merecéis el mundo en el que estáis. No os lo merecéis porque no me gusta y no os lo merecéis porque no es vuestro. La sensación que tengo es que, además, no os estamos educando para daros algún derecho o alguna posibilidad de cambiarlo. El mundo no se puede permitir el lujo de desaprovecharos.

Tenemos que hacer algo diferente, algo que os pueda dar una ventaja a lo largo de vuestra vida. Algo que no esté dentro de algodones de la educación que me han dado a mi, y que os estamos dando, de mi entorno y del sitio en el que hemos nacido. Una ventaja que ojala sirva para que alguno de vosotros, contribuya, aunque sea con algo pequeño, a cambiar el mundo en el que estamos convirtiendo nuestro planeta.

Espero que os convirtáis en unos seres humanos que el mundo no pueda ignorar. Al mundo le hace falta gente que sea capaz de sacudir la comodidad, de arreglar injusticias. Mi generación y yo nos equivocamos y pensamos que la situación a la teníamos que llevar al mundo es la que tenemos.

Los genios son capaces de hacerse entender con pocas palabras. Yo no soy un genio y estoy seguro de que no vais a entender todo lo que quiero decir. Ojala podáis guardar esta carta y analizarla dentro de unos años para ver si habéis conseguido algo diferente, meritorio, reconocido, o, simplemente, bueno.

Besos a todos.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Paseando por Bogotá

He descubierto el mundo paseando con mi mujer. Cuando estoy en viaje de negocios, raramente hago turismo, y cuando voy con ella, raramente averiguo a priori lo que hay que ver.

Para mi aquello que hay que ver no necesariamente es lo más interesante, y hacer la relación de los lugares de interés te quita tiempo para encontrarte con lo inesperado o insospechado.

Obviamente confío en esa relación cuando no voy solo puesto que es la única forma de evitar que te pregunten aquellos que soportan el relato de tu viaje, sobre todo si va con fotos, ¿y no estuviste en…?

También es verdad que una búsqueda aleatoria te dejará sin ver cosas que realmente te hubiera gustado ver.

Supongo que otra vez el punto medio es el mejor de los acercamientos y hay que ir a determinados sitios, pero dejarse un tiempo para improvisar.

El otro día y para variar, y por suerte, me llevaron a pasear por Bogotá. Al castellano le sobran palabras, o debo decir, que no le faltan y que el concurso de Pasapalabra sí contiene vocablos que en un sitio desconocemos, pero que se usan en otros.

Ni se te ocurra pedir Chicha o Guarope, porque al día siguiente lo pasarás en el baño lamentándote. Sin embargo es la bebida preferida de los chicos que la toman de colorines, según el encargado de la fonda del gato, en donde cuelga una placa de “Aquí se fundó Santa Fe de Bogotá…”. La Chicha y el Guarope son bebidas fermentadas de maíz que, claro está, para conseguirlas más baratas, alguien añade química para hacer más rápida la fermentación, de eso trata la globalización local de la piratería.

Si vas por La Candelaria un festivo te encuentras como con casi todas las plazas que conozco, grandes, llenas de gente, con la única salvedad de que aquí hay llamas, con su mirada de desconfianza fija, para que monten los niños, muchas palomas, gente dándoles de comer o patinando o en bici, corros de gente viendo bailar,… igual que cualquier plaza en cualquier sitio en donde se hable castellano.

Si quien te lleva a pasear y está interesado de verdad en que conozcas Bogotá, te llevará a comer gallina y patacón. También descubrirás que el asfalto no está a la altura de los coches, o debería decir al revés, ya que solo un buen 4x4 puede circular por alguna de las calles de la ciudad.

Y después puedes ir a La Calera, fuera de Bogotá, al otro lado de la montaña, en donde no sé porqué, uno se encuentra puestos de dulces de cien colores, y si pruebas uno que te parece familiar, resulta que lo único que tiene de familiar es que está buenísimo, porque después está hecho con cosas desconocidas como el arequipe.

Y también está el Bogotá moderno, el centro comercial en donde puedes encontrar las mejores marcas del mundo, abarrotado de gente, con los niños revolcándose en la nieve, que resulta ser solamente una manta blanca. Y cenas en un sitio que bien podría estar en Madrid en Londres o en Paris porque es de la misma cadena, igual. Ya es Navidad aquí también, con sus luces.

¿Porqué lo moderno tiende a ser igual?

Aquí la única palabra rara que es encuentras es Juan Valdés, cadena de establecimientos en donde venden un café fantástico, estilo similar al star bucks pero con café de verdad que, por cierto, aquí le llaman tinto.

Al recoger el coche del parking en La Candelaria, el sujeto que dirige el tráfico a la salida, o dicho de otro modo, al que hay que dar algo, si quieres, para salir, te pregunta si eres de Londres o de España y, tras aclarar con orgullo la diferencia que hay, se interesa por el equipo al que le vas, el Barça es bien visto, y por si conoces a un torero colombiano, un tal Cesar Rincón,…

Descubres lo falso de las cosas que "hay que ver" puesto que como español, supuestamente, deberían gustarme los toros y debería saber quien es Cesar Rincón, lo cual me queda bastante lejos.

Y si le preguntas a algún local cómo de turístico y falto de realidad es este relato, la verdad es que no tengo respuesta.

Bogotá 16/11/09

domingo, 15 de noviembre de 2009

Libros

El otro día alguien me dijo que me había comprado un libro, pero no me dijo cual.


Tal vez sea un libro de conocimiento, con páginas que se empeñan en hacerte difíciles las cosas, para aclarar algo que deberías saber, que tienes que saber o que te gustaría saber. Disculpas que no sean autosuficientes o alegres, las tienes que releer porque no has sido capaz de entenderlas. Son libros que presumen de número de páginas y de pequeño tamaño de letra.

Tal vez sea un libro escrito por alguien que dispone de tiempo, que entiende lo importante y que es capaz de transmitirlo de forma fácil y simple, ¡pues claro! Con moraleja, que te deja la conciencia en paz, porque coincide con algo descubierto por ti, acerca de algo importante.

O tal vez sea un libro con personajes que, inventados, sean una réplica de ti o de alguna época de tu vida, que se hace fácil de leer porque suena conocida. O con personajes increíbles, porque son admirables, tan extraños como poco reales o, en cualquier caso, lejanos de ti y de tu realidad.

O tal vez uno de misterio y de tensión, de estos que la intriga te impide dejar de leer página tras página porque eres incapaz de saber lo que pasará en la siguiente escena que el libro ha sido capaz de construir para ti. Las páginas no dejan de engancharte para devorarlas una tras otra, sin cansarte leyendo.


O tal vez aquel libro que, como una melodía definitiva, es capaz de generar opiniones o sentimientos como tuyos, en un escenario tan precioso que puedes ver música con burbujas que van cambiando de color y de forma, flotando en la pared a la que miras entre capítulo y capítulo para descansar tus ojos.
Que además es capaz de convencerte (¿engañarte?) de que tenías razón, que la vida era como pensabas.

¡Y si fuera de poesía! Entonces las páginas son palabras y las palabras letras. Descubres significados y construcciones que existen y se justifican por sí mismas; terminas la frase, la refrescas y vuelves a leerla para comprobar que sí, que era posible decir aquello y decirlo de aquella forma y lo reproduces en tu cabeza con la incredulidad de que a alguien se le haya ocurrido.

Tal vez sea un libro de cuentos cuyas historias son tan fáciles que hasta las puede entender un niño. Y tienen moraleja.

O uno con un personaje, el bueno, que se esfuerza, que se lo trabaja, que es capaz de poner al mundo de su lado y que triunfa solo por ser admirado, ¡qué bello es vivir! O tal vez un ídolo, admirado por ser un líder, un deportista. Solamente unas páginas son capaces de desnudar hasta que solamente el lector es capaz de valorar porqué consigue las cosas y lo verdaderamente importante que posee.

Cuando lees, el mundo se detiene, solamente tú y el libro sabes lo que va a pasar, tú, él o los dos. Leer es construir entre los dos un universo irrepetible. Si lo piensas el libro es muy poco fiel, no le importa quien sea el lector.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Hay papeles en blanco que se enamoran de una lapicera

Cuando uno lee a Mario Benedetti hace varias cosas.

La primera es enamorarse de su lapicera y de como es capaz de hacer el amor con su sacapuntas, su arma secreta. Con él, en estado de felicidad, es capaz de regatear a todos los defensores en Maracaná y crear sinónimos o inventar palabras. Es capaz de ver cosas, olvidos, escenarios, vidas, pasiones (siempre ajenas) es decir TODO, sin brújula, solamente con las palabras o tan sólo con las letras.

Después, uno se enamora de sus historias, o debría decir, de sus personajes que construyen, sin darse cuenta, vidas reales, adorables, envidiables y creíbles, dignas de limosna (relativas al alma) o, simplemente, admiración.

También te asombra descubrir lo que te has perdido. Ver que de joven no pudiste sacar conclusiones, admiraciones y placer. Disculpas esto porque te das cuenta que era imposible sacarlas sin canas, o de darte cuenta de que el placer, o el momento de placer, puede llegar con la lectura y el reconocimiento, escrito por otro, de sentimientos, escenas, vivencias, prestadas (jamás robadas), de tu propia experiencia.

A Mario, esté en el país en el que esté ahora; el título es suyo.

martes, 27 de octubre de 2009

Adolescencia

La adolescencia, o aborrescencia, es una edad difícil. A poco que hagamos memoria podremos recordar momentos en los que todo pasó, o momentos en los que sufrimos grandes injusticias, o momentos en los que nuestra lucidez abarcaba el futuro entero en un puñado de creencias y conceptos que lo resumían todo.

El paso del tiempo va suavizando las líneas de las opiniones hasta hacerlas compatibles con el entorno que nos rodea y, sin embargo, nuestra cabeza sigue pensando que no hemos cambiado, que seguimos pensando lo mismo.

Recuerdo mis vacaciones en la playa y recuerdo el entorno de amigos, solo recordados durante el curso, pero añorados después de las vacaciones y aquellos ojos azules que eran como un imán, nada había que hacer más que acercarse. Hacer las cosas bien o hacer alguna cosa,… ninguna de las enseñanzas que se me transmitían era más poderosa que aquellos ojos azules que me hacían hacer cosas, no quedarme quieto, que era lo que mi cuerpo pedía.

Ahora, cuando veo a mis hijos, tan seguros de cosas que a mí me revuelven las tripas por no saber como son, porqué son, que significan. “…la policía tiene que responder cuando les tiran un coctel molotov”, decía mi hijo ayer. ¿Cómo explicar la dificultad de entender porqué una pandilla de mocosos hacíamos carreras con los grises no acordándome hoy muy bien para qué? Supongo que cada generación tiene un tiempo de ser adolescente y, al despertar, algo debe de hacer para cambiar el mundo.

Ya llevamos demasiado tiempo en España que las sucesivas generaciones no hacen nada por el mundo. El mundo no lo necesita, ya todo está conseguido, no deberemos de preocuparnos por tener trabajo, ya no tenemos que preocuparnos por el futuro, las injusticias en el mundo quedan muy lejos. Y las nuevas preocupaciones, el cambio climático, la guerra de Irak ¡quedan tan oscuras, tan decididas y escondidas entre los artificiales debates de nuestros políticos!

Ojala surja alguien o algo que mueva los corazones de nuestros jóvenes, de nuestros despertantes de adolescencia. Tenemos que llenar a nuestros hijos de entusiasmo, del entusiasmo que permitirá abordar cualquier causa, justa o no, pero causa al fin, que pueda forjar el espíritu renovador del los jóvenes ex adolescentes que tienen que surgir.

A lo mejor, la crisis en la que vivimos tiene la capacidad de remover consciencias, de germinar inquietudes y todos podamos obtener la savia de una nueva generación que, de nuevo, cambie el mundo.

STOCK Noviembre: Y ahora qué toca

Muchos directivos deberían darse cuenta de la suerte que han tenido por no ser despedidos. Grandes empresas reducen sus ingresos un 14%, por ejemplo, pero incrementan sus beneficios un 20%.

Si hablamos de empresas españolas, la reducción estándar (de la que todo el mundo habla, no es ningún dato confiable), es una reducción de los ingresos del 30%. Y sin embargo, a pesar de la inmensa destrucción de empresas que ha habido, muchas otras continuarán.

Otras todavía están empeñadas en buscar otros negocios, o en salir a otros mercados, esperando que se eleven sus cifras de ingresos y convencer a los bancos en el primer trimestre del año que viene para que sigan confiando en ellos, aunque esa estrategia demuestra que no confían en sí mismas.

Personalmente pienso que esta crisis podía haber tenido alguna consecuencia positiva. Que alguien se hubiera dado cuenta que tenemos el mundo hecho unos zorros y que era necesario reflexionar acerca de nuestros planteamientos básicos: sociales, de ocio (para los que pueden comer claro), económicos, incluso políticos… Pero no, seguimos exactamente igual. A duras penas alguien bajará el sueldo a los responsables de la banca, pero seguirá pagándoles por los mismos conceptos. La especulación sigue viva.

El incremento de la productividad, lo que alguien puede hacer por el sueldo que cobra, es lo único positivo que se puede sacar de esta crisis. Que nadie me acuse de buscar conclusiones positivas en un exceso de optimismo, todavía nos queda crisis para rato.

Doy gracias porque no me despidieran, Leuter también ha sufrido una reducción de ingresos que se ha compensado con una reducción de costes. Redoblaré mi empeño en que las cosas se hagan en los almacenes de la mejor forma posible y al menor coste posible.

Muchas empresas piensan ahora que hacer lo que nosotros hacemos es muy fácil. Ya llegará el momento, cuando realmente se pongan a hacerlo, en el que descubran lo contrario. Alguno de nuestros competidores puede decir que su producto vale, por ejemplo, 30, nosotros decimos que 100 y, como consecuencia, somos mucho más caros. Pero es que, probablemente, nosotros podamos hacer ahorrar 70… cada año. Alguien me contaba un día la diferencia entre precio y valor, hablándome de las beneficiosas consecuencias que nos iba a traer la crisis.

Creo que lo que toca ahora es poder medir resultados. Como que lo mío son los almacenes, empecemos por ahí. Propongo algunos indicadores básicos para decidir si un almacén funciona mejor o peor que otro.

Los dos objetivos básicos de un Jefe de Almacén son:
1. Servir lo que le piden cuando se lo piden
2. Controlar los inventarios que se le confían sin perder nada.

Velocidad de preparación¿Cuantos pedidos, líneas o bultos podemos cargar en un camión, dividido entre la cantidad de horas hombre que tiene el almacén?

Claro, podemos preparar un enorme número de pedidos y hacerlo rápido y muy mal, como en la vida misma, así que este dato no tendrá ningún valor sin tener en cuenta la calidad de servicio.

Calidad de servicio
¿Cuántos pedidos no tienen error y salen a tiempo dividido entre el número de pedidos totales que servimos?

Calidad de los inventarios
¿Cuánto vale la mercancía que pierde en el inventario anual, dividido entre el valor de la mercancía que tiene en el almacén?

Velocidad de recepción.
¿Cuántos pedidos, líneas o bultos podemos almacenar dividido entre la cantidad de horas hombre que tiene el almacén?

Creo que con estos cuatro indicadores podemos medir un antes y un después en un almacén, o proponer un plan de mejora de nuestra operación y darnos cuenta de si estamos en la dirección adecuada o no.

Me dijo alguien que el buen consultor era aquel que conocía las preguntas, porque las respuestas eran fáciles. Creo que estas cuatro son las preguntas imprescindibles. Ya tendremos tiempo de afinar.

(Publicado en Stock-Noviembre 2009, Reed Business Information en España)

martes, 22 de septiembre de 2009

STOCK: Octubre; ¡Cómete el queso!

Mis amigos ya saben que estoy viajando mucho para intentar repetir el éxito de Leuter en España, al otro lado del océano Atlántico. A este lado del charco he podido descubrir algunas cosas acerca de los, teóricamente, mejores WMS (Sistemas de Gestión de Almacén) que se están instalando por el mundo.

Nacimos como empresa hace 15 años, aprovechando la tecnología de la radio frecuencia. Podíamos usar terminales conectados a un sistema central, sin hilos, a la increíble velocidad de 19.200 baudios, que costaban algo más del millón de las antiguas pesetas.

Era muy atractivo pensar que podíamos actuar en tiempo real, analizar lo que era necesario hacer en el almacén en cada momento y ordenarle a quien estuviera más cerca que llevara un pallet de un sitio a otro o que hiciera un picking; nació ADAIA.

Llevamos más de 15 años haciendo lo mismo. Ahora, los terminales cuestan poco más de 1.000€, su velocidad de conexión los ha convertido en terminales de red, todas las marcas de terminales se conectan de la misma forma (WiFi/802.11). Hoy en día nos conectamos remotamente a cualquier ordenador del mundo,…la tecnología ha mejorado.

Nosotros también hemos cambiado. Al principio nos atraía la satisfacción de hacer un producto que se pudiera aprovechar la tecnología. Enseguida descubrimos que eso no le importaba a nuestros clientes, que si queríamos vender era necesario obtener resultados tangibles, prácticos: el almacén debía mejorar su calidad de servicio con menos costes, menos recursos, incrementar su eficacia.

Aprendimos cómo hacerlo y nuestro software se fue haciendo menos solución y se fue convirtiendo en una herramienta que nosotros ajustábamos cada vez que era necesario. Empezamos a trabajar con un método, a analizar los problemas logísticos antes que los informáticos. Empezamos a dar soporte, era necesario que el almacén no se parara; nos convertimos en una compañía de servicios.

Convertimos un éxito inicial en un negocio duradero. Salimos al exterior en 1999. Exportamos experiencia y, cómo no, nuestro producto.

La crisis, y algún libro de éxito de los negocios (¿Quién movió mi queso?, de Spencer Johnson), nos indica que nada es constante, que todo cambia, que es necesario perseguir el queso, siempre. La crisis nos lo movió. Las empresas ya no estaban interesadas en mejorar su calidad de servicio, pero sí estaban interesadas en ahorrar costes, como lo hacíamos antes de convertirnos en ricos del ‘primer mundo’,… aunque sin hacer ninguna inversión; nació ADAIA alquiler y financiamos nuestros servicios.

También era verdad que en otras partes del mundo necesitaban de nuestra experiencia, más que en España. Centro América y Latino América en general, cada día está más convencida de lo que supone la logística como motor del crecimiento, una forma de mejorar las empresas con muy poco tiempo de espera para obtener resultados.

Las compañías de Estados Unidos, que nacieron un poco antes que nosotros (el origen fue la aplicación de una tecnología, la radio frecuencia), han crecido mucho más que nosotros. Su mercado era mucho más grande, tenían más dinero y han comprado empresas que hacen muchas más cosas de las que hacemos nosotros, para atender a la cadena de suministro, se han convertido en SCM Companies, Supply Chain Management, en lugar de WMS Companies.

Ahora, viendo instalaciones aquí, a este lado del Atlántico, estoy convencido de que sus WMS ya no son tan buenos Nosotros hemos seguido haciendo lo mismo, y ellos han dispersado su tiro.

Para nosotros, lo mejor de todo esto es que en Latino América, la cadena de suministro todavía no es el problema, mucho antes están los eslabones, los almacenes, que nuestro producto y servicios mejoran espectacularmente.

Me parece arriesgado que cuando a una empresa le mueven el queso, sea posible hacer cosas diferentes de las que hace o abrir nuevos mercados, eso es para tiempos de bonanza. En 1999 hicimos el primer proyecto en Argentina. Leuter México se fundó en 2001. Leuter Chile en 2003. Ya estábamos allí.

Ya sabía que un producto no servía de nada sin la necesaria experiencia para ponerlo en marcha. También sabía que nuestro producto era uno de los mejores de España. Ahora sé que está al mismo nivel que los mejores del mundo.

¿Orgullo patrio y de padre? Tal vez, pero hace ya más de 15 años que vendemos un ahorro de costes. Cada vez con una inversión más pequeña, y que en todo este tiempo ninguno de los fantásticos productos de Estados Unidos ha sido capaz de hacer instalaciones regulares en España. A lo mejor es por algo.

(Publicado en Octubre en Stock, Reed Business Information)

viernes, 18 de septiembre de 2009

Casa de Campo

Estar solo en un Resort caribeño fuera de temporada, te hace sentir todavía más solo. Ahora es, teóricamente, temporada de huracanes y los americanos no vienen por aquí. El tiempo es caluroso y la presión se siente por el calor húmedo y la falta de gente a la que observar.

Como no hay otra solución, la vista se fija en cosas, estáticas, o como si lo fueran. Por ejemplo ese ventilador de techo que gira desesperadamente para provocar un poco de corriente de aire, y es desesperado, porque la luz que cuelga debajo de las aspas que giran se tambalea de un lado para el otro.

O, por ejemplo, en la música brasileña de fondo que está presente en cualquier lugar supuestamente romántico, o en la bachata, especie de ritmo de salsa de Dominicana, en cualquier otro lugar que, en temporada, estará animado y repleto de gente.

Ayer, cenando en un romántico restaurante, solo, en una paya lista para capturar una postal ejemplar del Caribe, las luces iluminan la transparencia del agua, reflejando el fondo como para querer mostrar que las aguas son transparentes, mientras que una línea de espuma blanca señala una cadena de rocas 200 metros mar adentro, antes de la oscuridad.

Todas las mesas vacías, inmaculadamente blancas, tienen un candil encendido. En momentos como este entiendo la competencia: conseguir la mejor mesa del restaurante, pero sin nadie que te la discuta, no te da ninguna satisfacción.

Curiosa la historia de esos insectos que vuelan sin descanso alrededor de los focos. Supongo que la distancia es la mínima para no quemarse. Es como el riesgo o el amor, se acercan lo más posible, se separan, descansan, mantienen la distancia hasta que, inexorablemente, se queman en el foco. Otro toma su lugar, el foco, objeto de deseo, siempre rodeado de amantes.

El armazón del techo de donde he cenado hoy es de madera, y la cubierta de hojas de palmera. Se ve el trabajo, que debió de ser largo, para trenzar las hojas a la armadura. Me pregunto que pasaría si un huracán azotara la isla, porque ese techo debe de ser tan laborioso de construir como fácil de desmontar por una naturaleza enfurecida.

Al bajar del carro de golf, aquí te dan uno nada más entrar para poderse mover por el hotel, un cangrejo ermitaño se movía por el camino con su casa a cuestas, más grande que él, del que solo se veían las patas corriendo frenético para huir de mi sombra, enemigo potencial para él, que no tiene per sé ningún peligro.

Los focos, por la noche, iluminan el verde, escondidos. Hojas grandes y redondas, hojas finas, arena blanca. Tumbonas que, de día, deben de ser imprescindibles para leer y tomar una piña colada, el sabor que, para mí tiene el calor y la humedad. Un bote suspendido a escasa distancia del fondo, supongo que para pasear en lugar de leer.

El Resort es todo lujo. Si el lujo se mide en lo que se cobra por todo y en lo que no se regala, este es de súper lujo. Aparte del hotel, Casa de Campo es un conjunto de villas de lujo que compiten en su ostentación disimulada.

El golf es una especie de bálsamo para hacer transcurrir el tiempo más rápidamente. Te concentras en la bola, en el campo e intentas que el juego sea un pasatiempo a medias entre el paseo, cansado, contemplar el paisaje, fantástico, y,… la conversación.

Rolando es un negro muy oscuro y muy grande, el caddy que intenta no aburrirse contemplando lo mal que juego al golf, e intentando imaginar cómo puede hacerlo para sacarme algo de dinero que ayude a mantener a su familia. Es toda la conversación que puedes encontrar detrás de esa idílica postal, si no es temporada.

El paisaje es verde, húmedo y caluroso...