jueves, 28 de febrero de 2019

Tango en la plaza

Se abrochaba los zapatos de tacón con finas cintas rojas de piel. Un hombre corpulento sin un pelo en la cabeza se ajustaba sus zapatos de piel negra. La grada era redonda, la plaza también. Un altavoz cantaba en medio de un plástico que alguien había extendido en el suelo.

Las luces de un coche de policía iluminaron la plaza con sus estridentes azules, extraña señal para que los dos se pusieran en pie. Él le ofreció sus brazos, ella se acomodó en ellos. No sonó ningún ruido salvo la música, pero algo pareció encajar. Fija la mirada entre sus ojos, fija la distancia entre sus cabezas. Eran una sola cosa que se movía en un constante ir hacia adelante y hacia atrás sin cambiar sus miradas. Fijas sus miradas, girando varias veces sobre su eje, rítmicamente, rozando con sus pies el plástico del suelo. Cuando sus piernas se abrieron más pude ver la abertura sin fin de su vestido negro. Las rodillas de los dos se convirtieron en el punto desde donde giraban sus cuatro piernas. Sin variar la distancia entre sus cuerpos ella giró agarrada a la muñeca que él había puesto por encima de la cabeza. Las miradas entre los dos seguían fijas pero sus brazos parecían poner a prueba la calidad del encaje moviendo sus cuerpos como hojas, hacia y un lado y hacia el otro.

Todo desapareció excepto sus cuerpos. Era el atardecer cuando apareció otra luz azul que fue otra señal que marcó que los dos se desencajaran, aguantándola él con sus brazos y ella con los suyos hacia arriba.

La música dejó de sonar.

lunes, 18 de febrero de 2019

Turrubares

He estado en algunos lugares a los que todo el mundo debería ir. He estado arriba de la Torre Eiffel en donde me sentí como una hormiga en el enorme árbol de acero y sentí el aire que sopla en las alturas.
He desayunado en un lujoso restaurante en lo alto de las Twin Towers, un lugar desde donde nadie, nunca más, podrá volver a ver Nueva York.
He oído el mismo vendaval con el que jugaban las gaviotas en el cabo de Caballería en Menorca.
También he sentido el calor y olido el fuego al entrar en casa viniendo de un frío que me golpeaba hasta el fondo de mis huesos.
Todos, lugares que cualquiera puede encontrar.

Pero hay un lugar cerca de la sierra del Aguacate en Costa Rica, en donde encuentras amor y amigos y el aire sopla lo justo para aliviar el calor. En donde los colores, el ruido del agua y la comida te provocan la siesta en la hamaca. Lo único que no tiene es ninguna necesidad de volver. Más que un lugar es un estado de ánimo. Paz.

lunes, 11 de febrero de 2019

Colores

Me han robado mi país. Me silbaron en la ciudad en donde nací y de la que estaba profundamente enamorado. No puedo ni hablar con dos de mis hermanos, ni con parte de mi familia. Pero esto ya no tiene remedio. Encontrar culpables y condenarlos no me va a ayudar (ni la inhabilitación, ni la cadena perpetua, si fuera aplicable, podría compensarme).
Algunos intentan resolver este problema, o aprovecharse de él, para conseguir otras cosas. Lo que todos los políticos deberían hacer, nuestro presidente el primero, es legislar para que lo que ha pasado NO se pueda repetir (prohibir a partidos que tengan el independentismo como objetivo, por ejemplo).
Si alguien no está a gusto en España que se vaya si quiere. Si alguien quiere decirle a la gente que no está bien, o que a nuestro Rey le falta el flequillo, por ejemplo, es libre de hacerlo. Pero nadie puede gastar el dinero de todos para esto (no deberíamos subvencionar ni a la ANC ni a Omnium).
Las instituciones del Estado Español, La Generalitat es una, deben ser defender el estado. Los individuos que la componen deben ser castigados duramente si no lo hacen.
Nada que ver con el blanco y negro o los colores: amarillo y rojo. Ni con la derecha y la izquierda.

jueves, 24 de enero de 2019

La mochila

Había desaparecido por la mañana. Apenas si pudieron explicarlo, y menos aún entenderlo. Lo habían cuidado toda la vida y jamás podría poner ninguna queja. Día a día habían ido eliminado las cosas que podían preocuparle, molestarle o dolerle. Cuando no tienes problemas: ya puedes ser feliz.

Se puede imaginar la vida como una figura humana desnuda que lleva una mochila, ve un paisaje, una montaña, se para, vuelve a andar, pone algo en la mochila, sigue. No puede soltarla.

Cuando la mochila no sirve de nada ni siquiera puedes contar tu vida. Tal vez nadie la ha abierto, o tal vez se ha llenado con porquería, o tal vez nunca has echado mano de ella, por desgracia o desgraciadamente. Las razones no están en la mochila, son la mochila, que permite equivocarse o acertar.

Lo encontraron en un rincón detrás del armario, temblando, muerto de vergüenza, estaba desnudo.

jueves, 10 de enero de 2019

Ruido

El tráfico es un sonido de fondo, grande y constante. Un perro ladra a lo lejos. En el parque alguien corre, se oye el final de su carrera. Un pájaro madrugador no para de cantar a lo lejos. Una ambulancia suena un buen rato. La puerta de un coche se cierra en mi calle. Un coche pasa cerca de casa con el motor tan lento que le pican las bielas. Una moto civilizada va detrás; otra suena en su carrera a no sé donde. Los loros se empiezan a despertar. Los operarios del camión en la esquina lo descargan. Un coche impaciente hace sonar el claxon. Llueve y las gotas hacen ruido al caer.

Al abrir los ojos veo los arboles verdes, la pinaza marrón, la valla pintarrajeada que nos separa de la M-30, la calle debajo del balcón y la penumbra en la que se ve como llueve, las farolas encendidas del parque y la niebla que intenta esconderlo todo. Varios paseantes llevan a sus perros sin hacer ruido.

Luces

Es de noche y el edificio a o lejos se ha convertido en multitud de peceras, algunas iluminadas y otras no, ¿estará alguien trabajando? Un anuncio concentra mis miradas. Si levanto la vista y miro a través de los árboles del parque, puedo ver muchos más anuncios. Hay algunos cuyas letras no significan nada para mi. Todos tienen en común sus diferentes colores vivos. Otro anuncio, este iluminado por seis focos, adorna o tapa la pared de un edificio entero y me hace pensar que debo cambiar de teléfono movil.

Las farolas del parque han relevado a la luna de iluminar la noche, no la veo en ningún lugar. Estará menguante o tapada por los árboles, o simplemente se haya retirado para dejarme ver los anuncios. Los ladridos de los perros y las voces de sus amos alteran la calma que el aire frío trae al parque, completan el sonido de los coches de fondo y animan el banco en donde estoy sentado.

Pesadilla


Necesito ayuda. Últimamente me despierto violentamente. Una imagen, probablemente de mis recuerdos, probablemente real, me sobresalta. Tal vez alguien pueda identificar algún detalle y me ayude a averiguar cuándo y dónde me pasó. 

Yo llevo guantes y las manos en los bolsillos de una trenca. Es una trenca porque recuerdo los botones en forma de colmillo. Noto la suavidad de la capucha a los lados de mi cara. Me inclino hacia adelante para contrarrestar la fuerza del viento que suena muy alto a dos voces, una fuerte y grave que lo llena todo y otra aguda como un silbido, que añade un tono de urgencia a mis oídos. Estoy en la calle y no estoy solo porque me veo gritar:

¡Vámonos!, que se pierde en el rugido del viento.

Las casas son de madera, pintadas de blanco a la izquierda, y de ocre a la derecha. Aunque levanto mi vista no veo lo que pone en un cuadro azul pegado en la pared de la casa, lo que me podría dar una pista de dónde estoy. Entre las dos casas, detrás de ellas, se ve el mar sobre un malecón con una barandilla metálica y unos bancos alargados. Debo estar en una bahía protegida porque no hay rompiente. Mira que hay tonos de grises pero el mar es gris acero con verde y marrón. Está muy rizado por el viento, pero el blanco de las crestas es del mismo color. A lo lejos y entre la lluvia que hace las veces de niebla, se distingue la costa con casas entre pinos, amontonadas en la ladera de las montañas y algunos barcos blancos que se mueven inquietos. El cielo gris claro ilumina el mar, a las casas, a las montañas, al viento o la lluvia.

Llueve de lado y hace mucho frío. Lo noto en mis pies y en el pequeño trozo de la cara que tengo al aire, encima de la bufanda y debajo de la capucha. Las gotas me golpean allí con fuerza cada vez que el aire grita más fuerte. Parece que me cortan, no sé si por la fuerza o porque se han congelado antes. Me noto empapado, el agua me cae desde las cejas. Mis calcetines también están mojados.

Un gran estrépito y la luz blanca me asusta y todo se acaba.

Susana

Tenía una amiga, Susana, que contaba historias inventadas a partir de un nombre, Ana...

Ana atravesó la puerta construida en el seto, descubrió el camino secreto, un atajo en el campo de rosas rojas. Atravesó el campo de rosas con sus espinas y se acercó a una fuente de piedra con el agua oscura, como si fuera un espejo.

Mirando la fuente pudo verse entrando por la puerta a través del seto en el jardín, flotar en la pradera de rojas rosas con sus espinas y acercarse a la fuente de aguas oscuras.

Un trueno sonó desde detrás de las nubes y en la fuente nacieron pequeñas ondas redondas que no le dejaron a Ana ver una imagen en el agua como en un espejo. Al levantar la mirada descubrió otro seto y una puerta tras la cual seguro que se escondía su felicidad.