domingo, 12 de agosto de 2018

CDMX

Cuento todo esto a toro pasado.  Me lo ha contado gente que le ha conocido y que yo conocí a los dos días de su muerte.

Juan se instaló en CDMX,  conoció a alguien con quien hizo negocios. Como no podía ser de otra forma, se aprovechaban de los contactos de Juan y su conocimiento de PEMEX. Por la documentación que pude ver no le fue demasiado mal, al menos con Vicente Fox y Felipe Calderón. Sus hijos habían crecido y pedían algo, supongo que les daba todo lo que tenía. Con Peña Nieto de presidente los negocios de Juan se fueron al garete (parece ser que ellos, los del gobierno, lo querían todo). Se acabaron las intermediaciones y el único negocio que tuvo Juan aparte de su vida: su gasolinera.

Para acabarlo de arreglar llegó el terremoto. Juan vivía, o malvivía, yo lo vi cuando fui a recoger sus cosas, en un apartamento de la calle Insurgentes cuando la tierra la tierra tembló.

No tengo claro si esto del perdón existe cuando se habla de la Mafia o algo parecido. Si los “delitos” tienen fecha de caducidad o no. Tampoco tengo claro si lo que le pasó a Juan después, tiene algo que ver con el asunto de su vida. No sé si tuvo lugar una entrevista con el responsable de devolverle su gasolinera (SAE) en la que le ofrecieron el 20% de la deuda para saldarla. Mi conclusión es que este tema me da miedo, tanto que no quiero saber nada de él.

El edificio quedó inhabitable después del temblor y Juan tuvo que mudarse a casa de un amigo que le dejó usar un cuarto inservible de su bar. Incluso la definición de amigo quedó un poco tocada. Algún tipo de amigo lo es solo cuando huele que le va a tocar algo inesperado, y Juan estaba convencido de recuperar lo que era suyo, y lo decía a los cuatro vientos. También se cuidó de contarle a su hija de qué tipo de amigo era cada uno.

Unos individuos fueron al bar en dónde estaba sentado, en la calle, en Iztapalapa, parece ser que para robar según los otros tertulianos, para matarlo según la policía, le dispararon un tiro y acabaron con su vida. Recibí la llamada a las nueve de la mañana en España. Libertad, su mujer, me contó algo que nunca quisiera oír repetido.

En ningún momento tuve la oportunidad de decidir lo que había que hacer, pero los acontecimientos me llevaron a las cinco de la mañana del día siguiente a la morgue de CDMX en donde me encontré con sus hijos y con su mujer en donde nos entregaron su cuerpo. Conocí a su familia en Campeche, a la influencia que mi Madre y mi Padre tuvieron en ella cuando su vida era un proyecto y no un cadáver.

Como por arte de magia, o porque tienen algo suyo, sus hijos aparecen y aparece eso lo que podía hacer su padre, pero que tanto hacía. Juan dejó su vida, la casa del malecón y un local comercial. Con las dos últimas cosas su familia puede subsistir. Es necesario olvidar la primera hasta no recuperar la vida de su familia, ya habrá tiempo para ocuparse de esto, de invertir un dinero que Juan nunca tuvo para invertir.

Libertad, antaño tocada por la fortuna, ora tocada por el destino, una vida dedicada a luchar otra su vida merece descansar. Juan no lo hizo del todo mal.

El futuro se está construyendo ahora, a partir de ahora, y para construirlo hacen falta muchas cosas, entre las que están la tranquilidad, el coraje y la ilusión.


lunes, 6 de agosto de 2018

Si algo va mal, puede ir peor


Alguna gente de la que conocí en mi fin de semana feliz, le ayudan. Lo sacan de la cárcel y consiguen que un juez ponga luz a lo que ha pasado: tenía controlado lo de la mordida,  pero alguien no estaba de acuerdo, es peligroso ir contra eso y, si existe algún gobierno corrupto, ese está en Tabasco. Esto es lo que leo en la sentencia que intenta describir algo que no es posible poner en un papel.

Algunos amigos le dicen a un amigo de un amigo mío que Juan está jugando con fuego, que tiene enemigos peligrosos.

Juan se ganó un prestigio en hablar con Pemex, una empresa muy diferente a lo que cualquiera podría describir como una empresa. Sigue en el negocio que conoce bien de las gasolineras trabajando para algunos amigos del sector.

Nunca he sido capaz de entender porqué, pero alguien no le perdonó. Alguien que quería que quedara claro que no pagar mordidas va contra la ley, la de ellos al menos que tienen el poder. Un coche arde en llamas en la carretera, el suyo. Un taxista le salva la vida de casualidad pero mi hermano queda con quemaduras por todo el cuerpo. La sentencia dice que los dos individuos de la gasolinera de Villahermosa son vistos en una ubicación cercana al accidente y su señoría manifiesta serias dudas acerca de lo que parece.

A partir de este momento la vida de mi hermano se convierte sola y exclusivamente en recuperar su vida. Juan, su mujer y sus hijos tenían otras prioridades, otras vidas. Y el gobierno mexicano, si es que los que pertenecen al gobierno y este mismo también: hacerse lo más rico posible y no ejecutar la sentencia, clara, de un juez.

Vi a Juan después en el aeropuerto de CDMX. Físicamente estaba mejor, aunque no mentalmente,... se apresuró a decirme ¿quieres ver mis quemaduras?. Un día cené con él y mi mujer.  No recuerdo su nombre, pero iba con alguien era mayor que él. Se empeñaba en mantener a su familia lejos de él. Y a él mismo también. Cuando hacía su comentario, desde fuera era algo parecido a una obsesión que se antojaba tan exagerada como su optimismo. ¡Este año iré a ver a Mamá, por fin! Hacía poco que me fui a vivir a CDMX y Juan estaba a punto de irse a León, Guanajuato.

Nunca supe lo que hacía en León, además de intentar recuperar su vida. Nunca me pidió ayuda. Tampoco es que yo pudiera darle demasiado, estaba en mi segundo exilio, pero jamás hizo valer su condición de mi hermano. Ahora me reprocho si no hice suficiente.

Pero sus hijos seguían creciendo y él estaba en algún sitio, estaba, que es lo mejor que se puede decir. Su acompañante de aquella cena fue para mi una incógnita.


Nunca supe lo que pasó en León o lo que hacía allá pero él volvió a CDMX cuando yo me fui a vivir a Costa Rica, mi tercer exilio.

jueves, 2 de agosto de 2018

Fatalidad

GASOLINA CON AGUA

Lo que pasó aquel día rompió en mil pedazos la vida de Juan y no es fácil de explicar o, si lo es, no es fácil de entender en cualquier país y, si se entiende, es inverosímil. Pero es cierto. Nadie me lo ha contado verbalmente nunca a mi, pero es el relato de lo que pasó que está en una sentencia de un juez que sí leí, y que respondía a la denuncia que unos amigos de Juan presentaron para sacarlo de la cárcel.

Dice la sentencia que un individuo, por cierto del gobierno de turno de entonces en Tabasco, se personó en la gasolinera de mi hermano con un camión cisterna (pipa le llama la sentencia) para descargar gasolina, cosa que hizo (no estaba Juan). 

Unos minutos después, otro funcionario del mismo gobierno (Juan volvió después que lo llamaran), se presentó en la gasolinera con una denuncia acerca del producto que allí se servía (con agua). Lo comprobó, tras lo cual detuvo a mi hermano para meterlo entre rejas y clausurar la gasolinera.

Juan estaba orgulloso de no pagar un peaje por el negocio de la gasolinera pero, obviamente, no era capaz de imaginar el dragón que estaba despertando.

La justicia del estado de Tabasco actuó bien, tal vez los amigos de Juan también actuaron bien, pero la justicia no fue justa.

El estado de Tabasco, y México por extensión, son condenados a pagarle una indemnización a Juan y a devolverle la gasolinera. Juan ha muerto y todavía no le han pagado, ni le han devuelto la gasolinera. Pero claro, si lo meten entren rejas por vender gasolina adulterada, lo que México era capaz de hacer en contra de mi hermano era mucho,... y malo.


viernes, 13 de julio de 2018

Villa hermosa

Yo volaba a México de vez en cuando por negocios. Un fin de semana desde la ventanilla del avión pude ver Villa Hermosa, lejos de la casa de mi hermano en el malecón, y el paisaje era verde. No sé cómo pero nos citamos allí mi hermano y yo. Lo que pasó ese fin de semana fue fantástico. 

Recuerdo el cenote en el que nos bañamos. Un cenote es el remanso de un río, tiene el agua de un inquietante color oscuro que contrasta con la cascada que lo alimenta, sol verde humedad y agua. Juan me llevó a un hotel en Palenque, no sé si lo había amueblado, o era suyo o no se qué. Creo que para saberlo yo debía resolver algún tipo de acertijo que no pude encontrar. La comida, el “peje lagarto” un pescado muy poco jugoso, más bien seco, originario de los pantanos de Tabasco. Juan me enseño orgulloso lo que había conseguido hacer de su vida, una gasolinera suya enorme, obtener los permisos y construirla. Lo recuerdo emocionado enseñándome la magnífica habitación en la que dormía, en la misma gasolinera, una de las cosas que también a él le parecieron tan imposibles de tener, como para presumir de ellas

Su cara risueña me explicaba a cada palabra que decía lo orgulloso que estaba de lo que había conseguido a base de constancia y de confianza. Más que algo que hubiera conseguido era su vida de la que presumía.

Apenas conseguí pagar nada ese fin de semana, el mejor hotel de Villa Hermosa, una discoteca ruidosa en donde todos le saludaban, un montón de amigos que me presentaba orgulloso. Todos se interesaban en mi, creo que algunos interesados, Juan había conseguido hacer algo envidiable.

La cara risueña de Juan explicaba que estaba en donde siempre quiso estar, más allá de lo que estuviera buscando. Una de las cosas que me explico Juan el fin de semana es lo tórrido del mundo de la gasolineras en México, con la presencia de PEMEX y su exclusividad, las relaciones, los chantajes, y de cómo lo tenía controlado,... aparentemente porque...


México es un país peligroso y lo que estaba a punto de pasar cambiaría la vida de Juan y de su familia.

domingo, 8 de julio de 2018

La casa del malecón

Si alguna vez puedes disfrutar de la vida es cuando esta es nueva y la puedes estrenar. Y supongo que algo de nuevo tendría porque llegaron sus hijos. Libertad se llama alegóricamente su madre. Durante esa época tuve poco o ningún contacto con un mi hermano. Entonces él encontró a un nuevo amigo por el que yo me enteraba de su vida: mi padre. 

Cada vez que iba a ver a mi hermano Juan a México, mi padre volvía más joven logrando invertir, misteriosamente  el paso del tiempo. Supongo que sería por ver a sus nietos, o por la casa del malecón que Juan estaba construyendo, o por el jardín que mi padre, un jardinero y Juan estaban haciendo en la parte de detrás de la casa, o por el clima ¿un nuevo proyecto?. Tal vez fue porque mi hermano Juan supo compartir con mi padre lo que estaba viviendo y que mi padre necesitaba.

Se fue a veces sólo con su bastón, otras veces con mi madre, y pasaron momentos felices o muy felices a juzgar por la imagen casi bíblica y que he conocido ahora y que mi padre se ganó entre la familia de la mujer de Libertad. Ha tenido que ser la muerte de Juan pero ahora lo entiendo mejor. Mi padre siempre fue un hombre a quien el mal carácter, su único punto débil, parecía disolverse entre el clima y el mar del Golfo de México o su edad.

Nadie vive ahora en la casa del malecón, no hay jardín, un hotel con su construcción parada por alguna crisis económica impide ver todo el cielo desde el jardín. Un gran centro comercial, moderno, cercano, ha empujado a más gente a vivir cerca de la casa de mi hermano. Me enteré que un día el mar en forma de huracán ocupó la casa con el triste resultado de que ahora está sucia y deshabitada, como si el mar se la hubiera tragado. Desde entonces ni su mujer ni sus hijos han vuelto a vivir en esa casa. 

Estuve hace poco en la casa del malecón y fue como si estuviera dentro de la película de Titanic y viera a la vez imágenes con fango superpuestas con otras de esplendor en forma de fundas de sofás que había hecho mi madre, limpias, nuevas y relucientes con el propio sofá que todavía las soportaba deshecho por el paso del tiempo.

Ahora los políticos han construido un malecón “civilizado” que protege la casa del mar, con el dinero de los ciudadanos, demasiado tarde.

jueves, 28 de junio de 2018

Pandora

Conocí a Juan cuando él tenía 18 años. Aparentemente esto no sería relevante si no fuera porque era mi hermano, el siguiente a mi. Una infancia feliz, una cara risueña y alguien que nunca discutió conmigo.

Había que girar con fuerza la llave para abrir la puerta. Me fui a mi cuarto. Esperaba encontrarle esperándome con su uniforme del ejército del aire, nunca he sido capaz de decir si era azul o gris. Él no estaba pero encima de mi mesa estaba la llave de la puerta y una nota suya. 

La mesa me acompañó años. Estaba forrada con aironfix transparente y el fondo era un póster con un arroyo en un bosque, todo verde, todo agua con espuma bajando entre las peñas entre árboles y helechos, todo humedad.

Yo estaba en Madrid, estudiando algo que creo que no me ha servido de nada (desde luego, vivir fuera de mi casa sí ha sido uno de los fundamentos de mi vida, como para Juan vivir en México, razón de su vida y su muerte, como explicaré después). Yo había llegado a Madrid a un Colegio Mayor primero y ese año estaba en casa de Marcial, que era el portero de otra finca que alquilaba por habitaciones el piso en donde vivía.  Él estaba de paso, no sé bien para qué, pero relacionado con su servicio militar, supongo. Durmió en mi habitación esos días.

La letra de la nota era suya, pero no entendí nada al leerla: “BAJO EL SONIDO DEL CORO,...”. Creo que era la primera frase imprevista de mi hermano, que no respondía a lo que fuimos: niños y hermanos. Tardé bastante tiempo en dar con la clave, supongo que el que tardé en usar mi imaginación y eliminar a mi hermano como posible origen de la frase.

Había comprado el equipo de música que sonaba permanentemente en mi cuarto, de hecho se ponía en marcha al mismo tiempo que pulsaba el interruptor de la luz.  Ocupaba el estante de la librería que yo había construido y que supongo se podía considerar una de mis propiedades, como la mesa. 

“BAJO EL SONIDO DEL CORO”,... busqué debajo del altavoz y encontré otra nota otra vez con su letra: “EN EL LIBRO DE LOS NIÑOS.” Ahora tardé muy poco en averiguar su significado, abrí El Principito, uno de los libros que ocupaban la estantería y allí estaba, el dinero que dijo que iba a dejar, en un papel doblado con un simple “GRACIAS”.

Supe que se fue con un amigo. Me contaron que todos sabían porqué pero él no soltó prenda. Había terminado la mili, se había enamorado y le habían dado calabazas, creo que se marchó a México con un amigo buscando su vida. 

Años después le vi otra vez en casa de mis padres, en Barcelona. Los dos habíamos ido a reunirnos, el venía de México y yo de Madrid con el primer coche que me compré. Yo era un conductor novato y joven y entonces los coches no eran como los de ahora. Total que entre el maletero, mi equipaje y mis ganas de ver a mi familia el coche se quedó cerrado con las llaves dentro a 600 km de cualquier otro juego de llaves.


Juan tardó segundos en abrir el coche y, a pesar de mi alivio, comprendí que la vida de Juan en México no había sido nada fácil. Pero no venía sólo, le acompañaba otra mirada, otra cabellera, una tez oscura y supe que al otro lado del mar había encontrado algo de lo que buscaba.

lunes, 9 de abril de 2018

Víctimas y culpables

Los culpables: Puigdemont y compañía, les ofrecieron un sentido a su vida y una misión conjunta que permitió que se sintieran “poderosos” o “revolucionarios”, formando parte de un “todo” mucho más grande, y encima solo sonriendo, y sin que le costara nada a nadie. 

Era mentira. No había nada a lo que pertenecer, y el coste iba a ser elevado, para ellos y para otros. Tendrían que ser violentos.

Son personas normales de perfiles muy diversos, con una vida normal, o rutinaria, o con problemas.


Comprensión para ellos, cárcel para los culpables. 

domingo, 25 de marzo de 2018

El destino y la suerte

Había alquilado un coche y llegaba a la empresa por la mañana. Después de los saludos pedí que me dejaran ver el almacén. Yo tenía una cierta fama de encontrar soluciones para mejorarlo. Normalmente pedía que me dejaran ir solo para sentirme a gusto y poder preguntar. En un almacén  trabaja mucha gente pero el tamaño hace que casi no se note. Miraba y tomaba notas en mi libreta cuando me lo encontré. Estaba muy delgado y llevaba gafas, pero lo reconocí. Ninguno de los dos se esperaba aquel encuentro, hacía toda una vida, literal, que no nos veíamos. Pero apenas pudimos disfrutar el re-encuentro. Él estaba haciendo un trabajo manual en el almacén y yo teóricamente debía decidir sobre él. Fue como cuando uno sube a una montaña rusa, con ganas y miedo a subirse. Creo que los dos quisimos contarnos demasiadas cosas, y justificaciones acerca del encuentro y de nuestra vida, acerca de lo que estábamos haciendo los dos ahí, y apenas cruzamos información por la sorpresa. Me vieron hablar con él, y después me preguntaron de qué le conocía, se notaba que le apreciaban.

Veraneábamos en aquel caserón con las contraventanas azul claro en medio del pueblo. Todavía me acuerdo del mecanismo que hacía girar las láminas de madera para dejarlas abiertas en horizontal o cerradas, cuando se inclinaban todas arriba o abajo gracias a una tira vertical que las unía. Entre semana subía a los arboles como cualquier niño, en particular a la higuera en la linde de la propiedad, en “la parte de abajo”, más allá del nogal, en donde había que luchar con unas pequeñas hormigas rojas que hacían de guardianes de aquella entrada. Una balsa con agua verde muy oscura, un huerto un nogal, un palo santo, un níspero y otros frutales ocupaban el terreno de aquel caserón. Yo esperaba con ansiedad la llegada del fin de semana para ver que tarea importante íbamos a hacer.

Subir a los arboles se transformó en subir al manzano para podarlo. También practicamos el ritual de pintar. Antes hacían los pinceles con los pelos del cerdo, y pintar significaba sacar el aguarrás para limpiar cuidadosamente los pinceles, un tarro, un trapo, sentarse en una silla para dar los brochazos regularmente, sin prisa, un ritual vamos. Ahora los pinceles son baratos, hay pinturas al agua, que ya no huelen como antes. Y ahora sé, porque lo he leído, que otros como Tom Sawyer cobraban por dejar a alguien que pintara.

Ahora pintábamos, luego creábamos un jardín con rocalla, cactus y rocas, en aquel rincón, que nos llevó varios fines de semana, y nuestros padres se asombraron con el resultado.

Otro fin de semana hubo que quitar aquel sauce llorón cuyas raíces amenazaban a la balsa con la que se regaba el huerto. Las ranas no paraban su estruendoso concierto, debajo del sauce, sobre todo al atardecer. Hubo que cavar muchas horas para dejar al descubierto las raíces, y luego hubo que trocear las lágrimas del sauce hasta reducirlo hasta la nada: quemamos las lágrimas en una hoguera, y las raíces darían calor en la chimenea cuando hiciera frío. Cortar el pasto de “la parte de abajo”, aprendiendo a manejar la guadaña, “herramienta de simple concepto pero de difícil manejo”, plantar las “buganvillas” en la parte soleada de atrás el caserón donde el granado (“se iban a dar bien, había mucho sol en verano y pronto llenarían la pared”) No todo había que hacerlo de golpe, sino disfrutándolo, con calma, pequeñas cosas cada vez, aquel caserón mejoraba poco a poco, y los fines de semana pasaban muy despacio.

El equipo de música tenía toda una historia. Me enseñó a sacar con cuidado los vinilos del sobre de cartón, a sacarlos de la funda semi transparente, ponerlos en el plato y depositar la aguja. Otra vez la tecnología, pero no sé si era por el miedo a rayar un disco, pero entonces pensábamos que los músicos que hacían los LPs ponían una canción detrás de la otra porque también era una parte de su obra. Había que oírlos enteros. Era un equipo caro. Su hermano, montañero, lo había traído saltándose la frontera a pié con unos amigos. Me los imaginaba con el equipo en sus mochilas, pesado, al atardecer, caminando entre pinos cuidadosamente, evitando a los guardias civiles para que no los detuvieran. Pasamos muchas horas oyendo música, escucharla por la noche se hizo otro ritual. Yo era uno de los pocos que tenía permiso para usar el equipo.

Trabajaba como ingeniero técnico en una fábrica de sujetadores de un pueblo cercano, todas las mañanas, temprano, cogía el autobús para ir a trabajar. Se casó. Ella tenía los ojos claros y el  pelo negro. Tuvo una hija. Fuimos a verla a casa de su mujer. Muchos convencionalismos, o así me los presentaron entonces, empezaban a ponerse en duda. Más del 50% de la humanidad tenía dos, y casi el 100% nos habíamos criado con ellas. En un momento dado, ante la mirada de discreto horror de mi madre, ella se sacó una teta y maniobró para darle de mamar a su hija. Yo no vi lo mismo: ella me enseñó un fantástico pecho redondo, voluminoso, bien formado, precioso y luego se lo dio a chupar a su hija. Yo no podía dejar de mirarla, aunque intentara disimularlo. ¿Donde estaban los límites? Obviamente la violencia es repugnante, ahora y entonces, aunque entonces se escondiera. La igualdad entre hombres y mujeres no existe, ni antes ni ahora. Creo que después mi madre me contó algo acerca de la intimidad y que no debía hacer caso de algunas cosas, que solo eran una moda.

Cuando el se independizó yo dejé de subirme a los arboles. El cuidado, la importancia de las cosas aunque fueran nimias..., ¡lo que aprendí aquellos veranos!

Toda una vida da para muchas explicaciones y existen cosas que pueden educar a un hombre, y una especie de destino, llamado también buena suerte o mala suerte que es importante y que marca nuestras vidas. Después del encuentro pasé varios días intentando contactar con él, intentando averiguar el porqué estaba allí. Cómo fue posible que pasáramos desde  que él me enseñara el ritual de pintar, hasta el momento en que yo debía decidir cómo trabajaba.

Semanas después me enteré por mi madre que mi primo había muerto de cáncer. Ya no era posible pedirle explicaciones a nadie.