viernes, 5 de febrero de 2010

Maldición, me he dejado el móvil en casa


Cuando yo era pequeño, un adolescente, la forma de quedar y hablar con mis amigos era a la salida del colegio o en el recreo. A lo sumo, para situaciones más especiales estaba el teléfono fijo que te permitía quedar en la esquina, o donde fuera. Cuando llegabas, eran momentos buenos si llegabas más tarde que tu amigo, y momentos menos buenos si llegabas antes, ¿estoy donde hemos quedado? ¿nos veremos?

Era un placer cuando finalmente te encontrabas con quién habías quedado y empezaba la compañía, el intercambio de opiniones, compartir el rato.

Al hacerte mayor esta forma de contacto se fue perfeccionando, ya no sufrías. Podía existir el malentendido, pero era raro, las instrucciones de la cita se tornaban más concisas. Cuando la cita era con una mujer, obviamente, los tiempos eran más largos, ya se sabía que era necesario esperar después de la hora prevista.

Cuando mamá decía, ¡Cuelga ya!, o tu padre te gritaba, ¡Suelta el teléfono, si alguien quiere hablar con nosotros, no puede! Esto eran las largas conversaciones con tu novia, con tus amigos, aunque con ellos duraban un poco menos. Se compartía de todo en una larga conversación telefónica. Debo decir que este sistema de comunicación sigue existiendo, aunque mucho menos, para desgracia de los grandes operadores de telefonía, que ya tenían tirados sus cables.

Tuve una novia que pasó lejos mucho tiempo y con la que hablaba mucho por teléfono desde cabinas, no había otra, y la tecnología “colegio mayor” me permitió disfrutar de esas conversaciones gratis. Algunos se desesperaban cuando me veían y se esperaban un rato. Esa era la única manera de hablar a distancia entonces.

Cuando yo cumplí 30 años, sí, sí, antes de ayer, me compré un artilugio grande, con una gran antena, todavía lo conservo, gran novedad, era el teléfono móvil analógico. Estuve con él un par o tres de años y luego lo cambié por una línea digital.

El cambio  que este artilugio ha impuesto en nuestras conversaciones y en nuestra forma de comunicación y relación es enorme. Ahora, quedar era solamente echar mano del bolsillo y poner un mensaje corto o hacer la llamada. Además, el tiempo de incertidumbre una vez llegas al lugar de la cita ha desaparecido, basta con echar mano del bolsillo, poner un mensaje o llamar, ¿Por dónde vas?

Las conversaciones eternas por teléfono se producen mucho menos, el precio de la llamada con este aparato cuesta una pasta todavía, y eso a pesar de que el coste de tirar los cables es muchísimo más pequeño que antes, para alegría de los nuevos operadores, y también de los viejos que se aprovechan todavía.

Ahora existe otra comunicación en dónde no es necesario que la respuesta se produzca instantáneamente: el correo electrónico. Tú preguntas y esperas respuesta. Si la geografía está en contra necesitarás esperar un día, por lo menos.

La “ventaja” de este sistema es que puedes hacer muchas preguntas, abrir diferentes conversaciones a la vez, con diferentes personas, y alguna te contesta. Esta comunicación ya no tiene incorporada la etiqueta de conversación, como la conocíamos antes, y no es, necesariamente uno a uno, sino uno a muchos.   Que alguna conversación se detiene, no hay problema, hay más; que en una te estás enfadando porque lo que se dice no te  gusta, la puedes acabar, o simplemente no responder; que otra es interesante, entonces piensas que tu interlocutor es un tipazo, independientemente de si se lava los dientes dos veces al día o tiene un pronto de mil demonios.

Con este tipo de comunicación nos acercamos a la idea del libro. Un escritor tiene algo que decir, escribe un libro y se lo lanzan al mercado. Uno o muchos lectores compran el libro y lo leen, comunicación uni/direccional que equivale al correo electrónico no contestado.

Pero bueno, como no podía ser de otra forma, la tecnología vuelve en nuestra ayuda. Los teléfonos móviles han evolucionado lo suficiente como para que ahora tengamos integrado el correo electrónico. Los chats permiten establecer la misma comunicación de antes, solamente que ahora por escrito. Muchos blogs que conozco se convierten en un foro en donde pueden “hablar” muchos a la vez, cruzándose muchas conversaciones, eliminando las fronteras geográficas.

A veces, cuando no tienes respuesta, o se interrumpe la comunicación entre correos es como antes pero peor  ¿Habré dicho algo que le ha molestado? ¿Tendrá otras cosas mejores que hacer que pensar en mí?

Con el correo estamos volviendo a los sistemas antiguos de quedar, a veces ya no quedamos físicamente, pero nuestro horizonte se agranda. Yo creo que todas estas nuevas formas de relacionarse, las citas, o los sustitutos de las citas, admiten muchas más opciones que antes, espero que no sustituyan a las viejas, sino que añadan más opciones de relación.

lunes, 1 de febrero de 2010

Ángeles Mastretta

Conocí a Ángeles Mastretta en un taxi. 


Yo tenía una cita en la consejería de comercio, en Masaryk esquina Moliere. El taxista no era el estereotipo de taxista peligroso que te venden inicialmente en México DF, los taxistas siempre me han tratado bien. 

La carrera fue suficiente larga como para que no intercambiáramos apenas palabras, aparte de la dirección inicial. Llevaba puesta una emisora de radio donde una preciosa voz de hombre, estaba leyendo una historia con entonación. 

La historia es contada por una mujer en primera persona, que relata el escenario de una reunión de amigos, como he visto algunas aquí en México, en donde una alta sociedad habla de cosas superficiales. Curioso el equilibrio en la conversación entre mensajes femeninos inocentes, y silencios masculinos que se adivinan falsos. La protagonista, consigue introducir un elemento incómodo, a través de un amigo conversador, agradable, que lejos de ser machista escucha y comparte. A partir de ese momento la historia cambia, y de la descripción formal de una reunión familiar, surge un tema: el oscuro origen de la propiedad de las tierras de las que saca el poderío familiar; parece que las tierras fueron robadas. 

Una nueva escena en donde, después de la reunión familiar, se describe la conversación de dormitorio entre el hombre de la casa y su mujer. Él la trata de la forma “normal”, machista, sin darle importancia, mientras se quita su traje y su pistola, mucho más despacio que ella su elegante vestido, lleno de botones. 

Aunque esto fue lo último que oí del relato, la historia que se adivina después, no sé si en el libro continuará así o no, porque confieso que no he leído de Ángeles Mastretta más que un vistazo a su blog, hoy, ella debe perder su papel socialmente asignado de espectadora y admiradora de su marido, su papel de cómplice, no le gusta lo que ve, se da cuenta de dónde vive, de quién es y lo que tiene que hacer. Lucha por la realidad aun a costa de dejar de pertenecer a la raza de los ganadores y se enfrentará a perder sus privilegios. 
Pensaba en todo esto después de preguntar al taxista quién era el narrador y quién lo narraba. El taxista me contestó con su admiración por el narrador, a quien escuchaba siempre por las mañanas, y el narrador me regaló con un nombre, el de Ángeles Mastretta. Tengo que averiguar qué novela me estaban leyendo. 


He conocido a una "tribu", la de Puerto Libre, el blog de Ángeles Mastretta, que amablemente me ha contado que el libro es "Arráncame la vida". Voy a tener que ser un poco infiel a Mario Benedetti y probar esta nueva medicina.

sábado, 30 de enero de 2010

Nunca ha de volver a pasar


Y yo me enamoré. No lo sabía pero el diagnóstico de mi enfermedad fue ese. Yo era joven y todavía no había pasado nada que permitiera decir que mi vida había empezado.

Yo era un mero usuario del mundo, el curso del llamado antes pre-univesitario, PREU, se había transformado el año anterior en COU, curso de orientación universitaria. Entonces los políticos imperantes que rodeaban al dictador, a quien empecé a conocer entonces, precisamente cuando finalmente le mató el agotamiento, tenían cargo de consciencia y empezaban a copiar, dándose cuenta de que otros tal vez podían tener algo de razón (el telediario le llamaba la apertura).

Recuperemos el hilo de lo que me pasó a mí, el COU era mixto, por lo que aquel año fue lo más cercano que estaba de alguna mujer antes. No quiere decir que no hubiera visto ninguna antes, tengo madre y dos hermanas y primas…, y también estaban los veranos en la playa, en donde podías ver algo parecido a ti, que te gustaba sin saber porqué, pero,…

No, no se dedicaban a los deportes, no podías saludarlas como saludabas a tus amigos pero,…  el tema es que hablaban, y estudiaban, también reían y contaban cosas y sufrían por aprobar y algunas sacaban buenas notas, todavía mayor atracción. Y se sentaban a tu lado. Y yo creo que muchas de ellas sentían curiosidad por nosotros. A medida que el curso avanzaba, yo creo que esa curiosidad se les transformaba a ellas en diversión, podían hacer cosas para que nosotros las siguiéramos, hiciéramos los planes que a ellas les apetecían, creo que también les divertía ver nuestras miradas y frases tontas, metiendo la pata, anunciando cosas en el área privada/pública de una pandilla.

Aunque no lo he sabido hasta mucho, mucho después, también empezaba a enamorarme perdidamente de Barcelona. Aquellos paseos por el parque de la Ciudadela, adonde iba, algunas veces solo, otras veces bien acompañado de mis amigos, y otras fantásticamente bien acompañado, experimentando esa sensación de soledad en pareja, que te hace el hombre más acompañado del planeta. Un cine de barrio cerca de su casa, con doble sesión, dos películas. El Moll de la Fusta, cuando la ciudad empezaba a sentirse orgullosa de sí misma, acumulando energías para cambiarse, empezaba a dar codazos para poder tener buenas vistas al mar, sin tener que subir a la montaña de Montjuich.

Yo vivía en un barrio del ensanche de Barcelona. Ildefons Cerda había creado el barrio, supongo que los arquitectos estudian ciencia para hacer que las casas sirvan para vivir felices, no solamente  estudian la técnica de cómo hacer casas. Pues bien, el tema es que si trazas una cuadrícula, convenientemente orientada, según la latitud y longitud en la que está la ciudad, entonces el sol contribuirá a esa felicidad. Si encima eres un hombre preocupado por hacer perder poco tiempo en los desplazamientos, y visionario, porque entonces no había apenas coches, entonces crearás el paralelo (El Paral'lel) y el meridiano (La Meridiana), como arterias de comunicación; y, no contento, crearás una más en diagonal (La Diagonal), calle donde vivían mis padres. Bien es verdad que Ildefons había pensado las manzanas solamente como dos bloques de viviendas, y dejado la parte central abierta, espacio para convivir, vivir y compartir el sol. Hoy en día las manzanas están cerradas por los cuatro lados.

Ella me dijo que era un pesado, que yo ya no le interesaba. Creo que mientras a ella le quedaban cinco minutos para empezar a vivir, yo todavía estaba crudo, rojo, rojo, ya habíamos terminado el COU. Muchas veces, algunos de los achaques que me había dejado mi enfermedad, me hacían pasar por delante de su casa. Pasé a pié, en moto, o en seiscientos, que fue mi primer coche, sin avisar, sin decir nada. 

Resulta que, desde donde vivían mis padres era exactamente un recorrido derecha, izquierda, una manzana y a la derecha, otra y a la izquierda,… Era una ceremonia necesaria para curarme. A veces, creo que en fase ya de rehabilitación, alteraba un poco el orden para pasar por la Sagrada Familia, icono de Barcelona para mí, porque siempre estuvo allí.

No, no fue sexual, no fue físico, yo era tímido, no atravesamos ninguna puerta cerrada y, como ya he dicho, todavía no había empezado a vivir. Me ha quedado el placer de hablar, de entender puntos de vista en las antípodas del mío, no de política, entonces no había para nosotros, de entender una forma diametralmente diferente de enfrentar las cosas que las mujeres, queramos o no, es diferente a la de los hombres. Con el paso de los años quedó una amistad, ella era inteligente y yo conformista.  Me invitó a su boda y la vi muy feliz, y hace mucho, mucho tiempo que no la veo. Creo que mi mujer intentó traerla a mi fiesta de 50 cumpleaños, pero no he investigado acerca de si no la localizó o no pudo venir.

Era joven, tenía 16 años y Joan Manuel Serrat ya sabía de cómo el pasado parece triste cuando lo miras porque lo conforman un tiempo, unos personajes y unas experiencias que nunca han de volver a pasar.

Pedro Puig

miércoles, 27 de enero de 2010

Democracia social

Recientemente he tenido conversaciones de “alto nivel”, por correo, con un amigo mío. En opinión de mi amigo, le debemos a la democracia, como sistema político, o lo que él llama democracia social, una parte importante de nuestra evolución como sociedad avanzada, hablamos obviamente del primer mundo, y esta sociedad avanzada tiene su responsabilidad en el desarrollo de la raza humana, de todos aquellos, emergentes y subdesarrollados, que no tienen todavía nuestros avances.

Citando a mí amigo, aunque no la cita completa,

“Pero el nivel quinto (de la pirámide de Maslow) existe en el Primer Mundo. La subsistencia no es un problema. La seguridad personal tampoco lo es. No hay incertidumbre respecto de la atención médica en la enfermedad. El desempleo, aunque cíclicamente preocupante, lo soporta la sociedad. La jubilación es escasa, pero no se pierde la dignidad. La sociedad del bienestar, en suma, que se puede permitir pensar en valores que cada vez son más globales. Es una virtud de la “democracia social” que, figure o no declarada en las constituciones, es un manual de organización que los poderes públicos deben observar. Es así porque la gente tiene las espaldas suficientemente cubiertas.”

Coincido con él completamente pero,…

¿Porqué en países en los que hemos impuesto esa “democracia social” tienen un centenar de muertos todos los días, que nuestra mente no alcanza a entender, como en Irak o Afganistán?

Y qué pasa en China, en donde las autoridades se empeñan en negar esa democracia social mientras su economía se aprovecha de la nuestra y se apropia de nuestras prácticas más feroces.

Y América latina, en donde conviven países de opereta como Cuba, Venezuela y Bolivia, los dos últimos equipados con un sistema democrático, con países con una democracia social desarrollada, pero en el que preocuparse por el quinto nivel de la pirámide de Maslow es inútil mientras no cambie la situación, y vuelvo a citar a mi amigo,

“Pero si el estadio es de pura supervivencia, de inseguridad física, de desprotección frente a la enfermedad, es más que probable que todo lo que no sea resolver esos acuciantes problemas parezca una quimera. ¿De qué le sirve a un jornalero nicaragüense la libertad de expresión, o de asociación, si no sabe qué van a comer sus hijos dentro de una semana? ¿O a las familias de las decenas de asesinados cada mes en Ciudad Juárez? De acuerdo con Maslow, ellos no podrían aspirar a otra cosa que a tener un empleo fijo, decentemente remunerado, o que la policía impida que sus hijos e hijas sean asesinados. ¿Democracia para qué? Ya saben lo que da eso de sí. Corrupción, palabrería, que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres sean tan desgraciados como siempre.”


Sin mencionar algunos países con sistemas autoritarios pero con un sistema político democrático, en Asia o en África. ¡Y qué decir de Haití!, el Haití de antes del terremoto.

Todas estas situaciones conviven en nuestro mundo.

Y yo no estoy de acuerdo en que la ventaja del primer mundo frente al resto, sea tener un sistema político, nada tienen que ver, gracias a dios, los políticos en esto. Por supuesto que hacen su trabajo, igual que los barrenderos, los ingenieros y los comerciantes, a veces mal, a veces un poco mejor y, en algunas ocasiones, a buena altura, como los políticos que acompañaron la transformación de España o los que fraguaron la Unión Europea.

El sistema político democrático, tal como lo conocemos hoy, tiene algo más de doscientos años. En todo este tiempo ha demostrado ser el mejor, el único, pero no se le ha incorporado apenas ninguna mejora desde que nació, o al menos desde la Segunda Gran Guerra.

En mi opinión necesita una mejora urgente que aporte savia nueva, que permita aportar gente a la política con ganas de desarrollar el quinto nivel de la pirámide, gente que pueda romper el horizonte temporal de 8 años que impone el sistema.

Una de las cosas que necesita nuestro planeta, y nuestro primer mundo por interés egoísta, es descubrir qué tenemos, que nos hace diferentes, más allá de un sistema político, para poder exportarlo a todas partes.

Creo que sin esa mejora que pido, nadie va a buscar, ni a ser capaz de encontrar, ni de exportar ese modelo, que mi amigo llama genéricamente Democracia Social.

Pedro Puig

sábado, 23 de enero de 2010

A comer



Para los latinos comer es todo un rito, nada mejor que sentarse en una mesa y conversar lo mínimo necesario para acompañar la comida. Los restaurantes generan un montón de vivencias.

Me acuerdo de un restaurante en Castellón en donde un italiano de Roma cocina para muy pocas mesas. Su conversación es tan entretenida como su Cassata. Igual te vende a tu compañera de mesa que a su esposa, española, que parece un remanso de paz. Lleva muchos años en España, está domesticado.

Una vez escribí de un restaurante de Las Vegas y de cómo una señora de 120 kilogramos de peso devoraba, o deglutía, la comida mientras un maître se empeñaba en mantener recta la columna y aconsejar acerca de sofisticadísimos y carísimos vinos.

Hace años, en Chile, un  restaurante francés en donde le pedí al maitre algo así como: ¿Ud. conoce el Rioja?, pues quiero probar algo así, pero en Chileno. La cena fue entonces exquisita, igual de grande que mi disgusto del otro día que en el mismo restaurante, estando vacío, me han dicho que no tenían mesa. Así que he cenado en el de al lado. Comida italiana, los gnoquis estaban espectaculares y la casatta ni hablemos. Al salir he vuelto a ver el restaurante en el que quería cenar, todavía vacío.

Recuerdo la cena de Aquelarre, en San Sebastián, cuando cumplí 50, no es exactamente comer, es un espectáculo, pero tiene que ver con una puesta en escena de la que la comida solo es una parte, parte excepcional, claro, pero es algo más. Fue un homenaje por la cena y por la compañía.

Comer se convierte en una suerte de compartir mesa incomodidad cuando se va al Cantábrico en Madrid, a comer gambas y marisco.
Se convierte en un deleite para la vista en el cielo de Madrid. Esas interminables alfombras, inmensos tapices.
En un descubrimiento de cómo se sirve la comida si vas a Zalacaín.
En sorpresa si vas a un bar en donde sirven comidas en el bario de Moncloa, creo que se llama Imperio, y en donde han puesto seis mesas, y encuentras unos hongos, muchos variados, fantásticos y desconocidos en temporada.
O ese restaurante que no le gusta a mi mujer en el norte de Madrid, en Torpedero Tucumán.. Cada vez  que voy pido alubias de Tolosa, es una tentación, es un placer.
En una falta de respeto continua que se perdona si vas a Olga en La Guardia.
En un suspense esperando lo que te van poner a continuación de cada plato en el Passadis d`en Pep, en Barcelona.

Una vez estuvimos en Los Ángeles y decidimos tirar la casa por la ventana. Mientras cenábamos y el maître nos contaba su experiencia en España, limusinas llegaban y se iban. No había luz suficiente para distinguir a ningún famoso. Resultado, la cena más cara que jamás me he tomado.

Caro también fue en Montecarlo. En el restaurante el carro de postres iba y venía, sin cambios, las tartas siempre enteras, ¿nadie tomaba? No, por supuesto que todos estábamos dando buena cuenta de aquellos fantásticos postres, pero invariablemente se sustituían las tartas estrenadas por otras nuevas. Obviamente, la cuenta estuvo a la altura, menos mal que el casino se apiadó de nosotros.

El otro día en Colombia la escena fue de cuatro hombres y una mujer. La mujer pide ubres (cualquiera puede imaginarse cómo eran las suyas para provocar mi reacción), ante lo cual me sentí en la obligación de preguntar qué era eso, igual el idioma esta vez me ayudaba. Ella era de Cali y sabía llevar las cosas bien. Tal vez los colombianos estén acostumbrados, pero un español, lo único que podía hacer es preguntar qué era aquello, para disimular.

Supongo que si a un chileno le digo que en Latinoamérica echo de menos el marisco se ofenderá, pero claro, los “oricios” (erizos) que el otro día me tomé en Izamar, superaban la categoría de marisco.

A un francés habrá que regalarle el oído. Aunque ellos se crean superiores, son latinos como nosotros y, ¡cómo comen! No hablo de los nouvelle coussine, hablo de cualquier brasserie, en cualquier sitio, por ejemplo, una comida que me tomé en Saint-Jean-Pied-de-Port, en el pirineo francés.

Y claro, en Cataluña, cuando te vas por Girona y entras en cualquier sitio para comer unos caracoles o un pollo o, realmente cualquier cosa, te encuentras con la agradable sensación de no quererte levantar de tu silla, sea incómoda o no. Recuerdo los restaurantes cerca de un cliente en Sant Gregori. O un día que paramos en un restaurante cualquiera en Vic y nos llevamos la sorpresa, y renegamos del posible cliente porque no quiso ser excusa para repetir la comida.

Pensaba que mi memoria gastronómica era más corta, porque me creo capaz de llenar páginas y páginas. Quede así.

Definitivamente soy latino, disfruto comiendo sea lo que sea, mientras exista la comunicación entre quien sirve (detalle, orgullo, cuidado,…), y quien come para hacerlo un rito.


viernes, 22 de enero de 2010

Perfiles



Por la acera irregular de Polanco una mujer se aferra a su hombre como si fuese a perderlo.
Ella es mucho más pequeña que él, facciones angulosas, cara estrecha, bajita, maquillada, vestida con ropas que parecen especialmente escogidas para llamar la atención y superar su tamaño. Va colgada de su hombre, de su chico, porque lo poco que alcancé a verle a él, no parecía mayor. A ella sí la vi mejor, porque era imposible no verla.

Por la imposible acera que lleva desde el selecto barrio de Polanco a mi casa, a cualquier cosa uno se aferra como si fuera su casa, una coleta de caballo que llama la atención por lo negro noche brillante. Lástima que al final tapa el pelo un gorro imposible de describir, unas mallas de deporte que acentúan el rítmico movimiento de sus piernas, también negro, aunque parece de un color claro en contraste con su pelo.

En la mano un teléfono móvil al que parece atada.

Si tuviera que describirlo diría que es como Orson Wells, ¿sabes? Se sienta en la mesa de al lado de un restaurante argentino al que voy a menudo a comer. Lleva tirantes, unos pantalones elegantes y una camisa sin corbata, que aquí en México no es tan habitual como en España. Entre medias de su barba, bigote y pelo gris, todo abundante, se esconden unos ojos pequeños y, sobre todo, una inmensa sonrisa de aceptación de sí mismo, igual que la que debía poner Orson después de terminar ciudadano Kane.
Comía lo mismo que yo, solo, en mi mesa de mi restaurante argentino.



Adidas Jesucristo de diseño, vaqueros y piernas fuertes en forma de paréntesis. Camiseta amarilla encerrando un cuerpo ancho como un toro sosteniendo una cabeza pequeña. La proporción parece que no cuadra, sus hombros son como vigas y sus brazos le cuelgan y hacen un vaivén al caminar atléticamente. Su sonrisa es de satisfacción por cómo camina, por cómo se mueve. Probablemente un turista americano en Santo Domingo.

Piel oscura, bajo y delgado. Ojos grandes con mucho blanco. Lo que más llama la atención es el ruido que hace, como habla, sin parar. “Ah, este va a doblar...  A mí me gusta cerrar a los motoristas, para que no me pasen por el lado... No, de verdad. Porque después lo rayan a uno. ¡Mira! le hizo así al carro (golpeando con la mano), luego va y se tiró de morros, ¡ay!, ¡ay!, ¡ay!, decía. Y entonces yo le dije, espérate, yo te voy a matar, porque si lo veo vivo, voy a durar preso mientras él esté enfermo, agarré el carro y que le di patrás”, uno de mis taxistas en Santo Domingo.

Boca chica, intentando cerrar un trato. Por la playa un cuerpo de susto. Sujetando con los dos brazos abiertos atrás las cintas sin atar del bikiny minúsculo, verde. Mulata de piel morena, india les dicen aquí. Pelo negro, que contrasta con la luz de la playa de Boca Chica.

“Español”, bregado en mil países, ‘currante’, de Madrid, casado en España y en Dominicana, las dos saben de la otra, dos niños aquí, uno allá. Empuje, autosuficiencia, zapatos sucios de la obra, de trabajar, decidido. Vaqueros gastados, hombre para todo. Fanfarrón. Mercenario. Fiel.



Siempre existen clases, ahí está el sumillier, supremo dios del restaurante francés. Su mandil es negro, de piel de canguro para poder incubar los tapones de corcho sacados con gesto indiferente pero importante. ¡Cómo es la postura abriendo la botella!, ¡Cómo la forma de verter y preguntar al señor por la calidad del vino! ¿Lo habré visto antes? El vino, por definición de vino industrial, es imposible que esté mal, y solo se llama vino por ser francés el restaurante. El señor solamente lo es por pagar 80 dólares por plato.

Estamos en Las Vegas.

jueves, 21 de enero de 2010

El paraíso

Todo empieza en un avión de una línea aérea de US que me tiene que llevar de México a San Francisco. Pasillo y salida de emergencia, si es posible, reza mi latiguillo eterno, con mi sonrisa, a la chica de turno de facturación.

Pues vaya, resulta que esos ya se lo saben y si Ud. quiere salida de emergencia, tiene más sitio para los pies, entonces Ud. puede amablemente pagar 77 u$d de exra cost. Supongo que el precio es lo que hay que pagar para tener más probabilidades de salvar la vida en caso de accidente. Pregunto si también hay que empujar, pero mi educación cierra mi boca automáticamente. Obviamente las bebidas y el desayuno, en un vuelo de cuatro horas y media, si lo quiere, es pagando.

Me niego por principio a pagar por ninguna de esas cosas, forma de sacar el dinero a la gente. Cuando me dan un vaso de agua, este gratis, asombro, el agua parece del grifo de Barcelona. Y no es que tenga nada en contra de Barcelona, de hecho estoy tan profundamente enamorado como se puede estar de una ciudad,… ¡pero el agua!

Por lo que se ve en el avión, también están ahorrando en personal de limpieza. Recuérdame Pedro que nunca más volemos con ellos.

Al grano, que se me olvida, Las colas de inmigración de San Francisco no son comparables con las que recordaba la última vez que entré en el paraíso por Miami, estas son pequeñas.

Has decidido previamente que le vas a contar toda tu vida al oficial, sea cual sea la pregunta, si tienes amante, si vendiste cromos cuando eras joven, si el hotel al que vas tiene king bed o double bed,… en fin, estas dispuesto a contarle tu vida, pidiendo un sello y que te dejen entrar en el paraíso.

Después de registrarte las huellas digitales de los diez dedos y de hacerte una foto, a pesar de tener una visa, de explicarle de donde vienes y a donde vas, no solo mañana sino el resto de tu vida. ¿Qué hará en República Dominicana la semana que viene? Le contesto que tengo una querida que me espera pero que no se lo diga a mi mujer, pero mi educación me cierra la boca automáticamente ¿Y que vende? Y tengo que resumir los 15 últimos años de mi vida en tres frases cortas, además en inglés, que resulten verosímiles. Esta vez no es mi educación sino mi inteligencia la que abre mi boca para esbozar tres frases inteligentes y comprensibles.

Un sello y se abren las puertas del paraíso, que sí lo es, a su estilo.

Últimamente comparo el nivel de vida de cada país que visito por su eficiencia en entregarme la maleta. Ayer en México 10 policías miraban como un perro husmeaba todas las maletas, tiempo estimado de espera 60 minutos. Hoy, aquí, apenas estaban cuando he llegado.

Espacios inmensos, suelo limpio, baños perfectos, todo de grandes dimensiones, todo fácil, todos los modelos de Ray Ban que estabas buscando, por ejemplo, tiendas para todo, orden, concierto.

Aquí el viejo cuento/excusa de que somos demasiados para resolver las aglomeraciones y los atascos, se resolvió hace tiempo, será la abundancia de suelo, o de recursos.

Ahora no es ironía, ahora estoy afirmando que ver esto, estar aquí, vivir aquí, aparentemente, vale la pena.

Siempre que viajo a USA salgo con la misma sensación de asombro y admiración. Esta vez el sentimiento final es el mismo, aún cuando he tenido alguna información más reveladora un poco más crítica.

Tres filas en la autopista a velocidad lenta, una libre, la gente no la usa porque es solamente para coches con dos o más ocupantes, asombro de civismo. Bueno, la multa es de 450 u$d.

La flexibilidad del mercado de trabajo es enorme, pero un mozo de almacén cobra 2500u$d. Dicen que el efecto de despedir sin que cueste nada es similar, a ponerle un precio elevado. El mozo de almacén es igual que en España, intenta trabajar lo menos posible, se va en cuanto puede.

Empresas inmensas con un mercado inmenso que han tenido fácil hacerse así. La crisis les ha sorprendido igual, mismos errores que en España, el tamaño no importa.

Cada día es más difícil distinguir entre causas y efectos, porqué son capaces de hacer las cosas tan grandes  y uno no entiende si la razón es que las hacen muy grandes.

Cada día el asombro por el civismo y sus resultados, más civismo son debidos al gran civismo que existe.

Desde luego, es la frontera del paraíso.

lunes, 18 de enero de 2010

Haití

La mente humana puede convertir una realidad insoportable en soportable por inevitable.

Hace no demasiado tiempo el país más poderoso de la tierra invadía Irak, con la excusa de que podía ser una amenaza para todos. De  paso le encasquetamos a Irak nuestra mejorable democracia. La reconstrucción del país es un negocio que se justifica por sí mismo pagado por sus recursos naturales: el petróleo. Probablemente la verdadera razón.

Al final, el país no era una amenaza ni era nada y el desastre que provoca nuestra democracia con su realidad es un coctel imposible de tolerar, con muertos y más muertos incomprensibles para nosotros, todos los días.

En Haití se ha producido una tragedia, todo el mundo a ayudar, la solidaridad de los grupos humanos es un buen síntoma de la salud de la humanidad, sin ironía, espectacular. Pero Haití ya sufría una desgracia, como otros muchos países, no por no tener democracia, sino por carecer de la educación, los conocimientos y los recursos que le sobran a cualquier sociedad avanzada.

Su situación normal no provocaba solidaridad, era una situación ajena a nuestras sociedades. Ojalá que el esfuerzo que se va a realizar allí sea útil, que la logística y los recursos de los países desarrollados puedan conseguir, sobre la desgracia, edificar una nueva sociedad, al menos aquí no hay negocio, no hay petróleo, solo solidaridad, ojala tiempo. Es un reto para ilusionar.

Y si sale bien, porqué no hacerlo con otros países del globo que están en la misma situación sin necesidad de terremoto.

Cuando elegimos a nuestro actual presidente oí cosas relativas al África o a las civilizaciones. Cuando salió Obama el discurso era magnífico, por fin algunos políticos iban a cruzar la línea que separa la acción política con horizonte político, para llegar a la generación global de confianza en nuestras fuerzas, unidas, la línea del entusiasmo de la humanidad, por encima del nacional.

Hoy en día sabemos que nuestro presidente nos falló, y que Obama no lo tiene nada fácil. Otra vez  como al principio, sin nadie capaz de poner en duda nada, siguiendo la línea del horizonte político con 8 años de máximo.

Mientras tanto, la naturaleza humana da muestras de su persistencia, de su capacidad de no ser destruida. Seres humanos sepultados sin moverse y sin alimentarse durante cuatro días son rescatados, ¡vivos! ¿Qué pensarían durante esos cuatro días? ¿Cómo se soporta?