lunes, 13 de mayo de 2019

El futuro

Aquella noche de viernes era como cualquier otra, habíamos quedado a las nueve en el bar de costumbre. Pero algo raro pasó para que me acuerde.

Era ya el tercer bar y la conversación se iba animando a la vez que la luz de la calle y de los bares se iba haciendo más brillante y el bullicio del resto de gente que hacía lo mismo que nosotros. Y pasó cuando llevábamos cinco cervezas en cinco sitios diferentes. Recordaba cómo el azul se convirtió en menos azul y más negro cada vez que cambiábamos de local. No podría recordar la conversación que teníamos y de qué estábamos hablando pero era lo más importante que habíamos discutido nunca antes y porque no era necesario que encontráramos una conclusión. Ni siquiera era necesario que nos pusiéramos de acuerdo. Yo no estaba acostumbrado a esa situación, allá en donde había nacido acostumbrábamos a ir a un bar, acogedor normalmente, y sentarnos hasta que cada uno se iba a dormir. He vivido en muchos países y sé que lo que hacíamos en donde nací es raro y que en ningún sitio del mundo se va uno de bares, se queda de pié, incomodo, para beber y hablar.  La vida y el bullicio que genera estar de pie, beber cerveza, y la gran cantidad de gente, de bares y de luz era reciente para mi. Juan llevaba el fondo, Agustín era un buen conversador y Jaime se apuntaba a discutir acerca de cualquier cosa.  Era una rutina que los viernes cenáramos al llegar a casa, a altas horas de la madrugada, siempre una tortilla de patatas que hacíamos tan mecánicamente que siempre estaba buena, o serían las cervezas. Nunca faltaron los huevos ni las patatas y en la freidora, antaño de metal ahora negra como el carbón, siempre había aceite. Creo que si no hubiera sido así hubiera justificado una discusión, y si hubiera pasado alguna vez lo recordaría. Una frase que se repetía cada viernes en boca de uno u otro era: — yo la limpio mañana —, a pesar de lo cual la freidora siempre era negra. 

Aquel hombre no dejaba de mirarnos. No podía ser otro que Roberto quien al final se acercó a preguntarle quien era y porqué nos miraba. Cualquiera se hubiera acercado para saber porqué nos miraba, a qué venía su curiosidad, pero Roberto era capaz de entablar una conversación duradera o incluso una amistad con cualquiera y averiguar todo lo que tenía que decir.

Mientras veíamos a Roberto y aquel hombre hablando animadamente en un esquina de la barra, seguíamos con nuestra conversación. Cada uno contaba su punto de vista, el mismo o diferente que el de los otros, y todos asentíamos mirando nuestro vasos cada vez más vacíos de espuma y de cerveza. Juan pagó con el fondo que habíamos puesto y le hizo una señal a Roberto para cambiar. A nadie le sorprendió que Roberto y aquel hombre siguieran su conversación cuando Juan volvió a pedir vasos llenos, en el siguiente bar.

En un momento dado Roberto y aquel hombre se acercaron a nosotros.  El hombre llevaba una maleta en la que no nos habíamos fijado antes, tal vez porque Roberto y él cambiaron de bar detrás de nosotros. Era una cartera como un maletín y parecía antigua, no estaba sucia, era de piel y su color marrón era parecido al de la barra en la que estábamos apoyados. Todos mirábamos a Roberto, su cara, la de siempre, decía que lo que había encontrado nos iba a interesar.

— Este señor dice que vamos a cenar tortilla, de hecho dice que sabe que pasará con nosotros en el futuro. ¿Queréis saberlo?

Páramos nuestra conversación para mirar a Roberto y a su acompañante. Si el hecho de que Roberto hiciera un nuevo amigo no hubiera sido tan natural no hubiéramos parado de hablar y nos hubiéramos reído de sus palabras, pero sabíamos que algo de verdad había en lo que habíamos oido o no lo hubiera dicho.

Sin esperar a que contestáramos a Roberto la maleta fue del suelo a la barra y aquel hombre abrió los dos cierres, la abrió y sacó un espejo de su interior.

— Me llamo Calvino, lo que os ha dicho Roberto es cierto, ¿quien quiere ser el primero?

El espejo tenía un marco de madera que parecía tan antiguo como la maleta. Era como de dos por tres palmos.

— ¿Quien quiere probar?— insistió.

Roberto dijo él que sería el primero, era el que menos se creía lo que había encontrado, pero el más interesado en que fuera cierto, no podía ser de otra forma. Calvino le puso enfrente el espejo, y todos cambiamos nuestro sitio para ver el reflejo.

— No, no, solo cada uno puede ver su futuro. — nos paró Calvino.

Grandes risotadas nuestras acompañaron sus palabras. Conocíamos bien a Roberto y creíamos que ya sabíamos cual era su futuro pero de alguna forma todos entendimos que él estaba hablando de algo muy serio, por eso las risas.

Poco a poco fuimos mirando todos al espejo, primero Roberto, luego Juan, yo, Jaime, Agustín.

Calvino vio nuestras caras y no dejó que le invitáramos a una caña, metió el espejo el maletín y se despidió. Por alguna razón nos fuimos pronto a casa y la tortilla de esa noche se hizo más mecánicamente que nunca, todos estábamos callados. Roberto nos habló.

— ¡Vaya engañifa!¿no?
— Lo único que puede ver fue el mar, había mar por todas partes, la costa era gris, estaba lejos. Estaba solo, era enorme, — mientras cortaba las patatas.
— Y vosotros ¿también el mar?
— Yo vi algo muy raro —, dije — rompía una taza de café en un salón precioso.
— Yo vi la playa de la Concha, paseando al lado de la barandilla, en Donosti, el cielo estaba gris — dijo Juan.
— Pues yo un enorme bulbo de proa de un barco y montañas de operarios, — dijoAgustín.
— Y yo estaba en una sala en la que había tres con una toga, de negro, — dijo Jaime.

Nadie pudo sacar conclusiones de lo que había visto en el espejo, nadie pudo pedir el número del sorteo de la Lotería del día siguiente, nadie pidió lo que quería ver. Ninguno pudimos entender si lo que pasaría con nuestras vidas en el futuro sería bueno o malo, largo o corto. Si lo que nos dijo el espejo era cierto y si nos valía para algo.

Muchos años más tarde he recordado aquella noche, al ver el café en el suelo, la taza rota.

Aquel hombre, Calvino se llamaba, y podía ver el futuro, solamente que el futuro está compuesto de infinitas escenas y en aquel espejo solamente pudimos ver algunas y no las entendimos.


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