miércoles, 10 de abril de 2019

Sentimientos

Me di cuenta un día en casa de una hermana de mi mujer. Estaba dormido o adormilado en un sillón cuando llegó alguien y me desperté para saludar o saludé porque estaba despierto, no me acuerdo. El caso es que mis piernas seguían dormidas mientras me levantaba y el golpe fue pequeño comparado con la vergüenza de no poder ponerme de pié.

Por entonces estaba en boca de todos en la familia un comportamiento extremadamente maduro y generoso de una sobrina menor de edad. No me acuerdo si le prestó atención especial a alguien indefenso, o se había portado muy bien sin motivo con otro sobrino, o había salido en el periódico por devolver una cartera encontrada, o había tratado mejor de lo normal a un discapacitado.

El protocolario saludo antes y durante mi desplome físico tuvo que ver con eso. El interés acerca de mi estado después del golpe mientras me arrastraba otra vez al sillón, tampoco era comparable con lo que sentía y los grandes intentos que hice con éxito para que se notara lo mínimo posible el enorme golpe que me había dado.

— Estoy bien gracias—
— ¿Te has hecho daño?—
— Estoy bien gracias—

Mi mejor cara hizo que rápidamente todos se olvidaran el espectáculo que acababa de protagonizar y retomaran el de mi sobrina.

Entonces lo descubrí.

Solamente la mención de la gesta de mi sobrina me hizo saltar las lágrimas que oculté como había hecho con la caída. De repente me sentí como desnudo y cualquier cosa que oía provocaba en mi una sensación muy alejada de las palabras, de su convencionalismo y ligadas a lo que realmente querían decir o los sentimientos que provocaban.

Uno decía — Fíjate, no tenía ninguna obligación,...— y yo sentía una emoción enorme al entender que mi sobrina no era suficientemente madura para hacer aquello.
Pero eso solamente fue el principio porque mientras mi mujer daba las gracias por la comida, — Gracias, todo estaba buenísimo, los huevos estaban increíbles— mis ojos volvían a llenarse de lágrimas al comprender el cuidado y el amor que mi cuñada había puesto al hacer la comida y los huevos.

Cuando la perrita que había en la casa, un pequeño Snauzer me miró con sus tristes ojos, los míos volvieron a llenarse de lágrimas al entender que la perrita estaba prisionera en aquella casa y, al mismo tiempo, el amor que le daban a la perrita y los cuidados que recibía, harían imposible que se escapara.

En casa cualquier discusión entre dos de mis hijos me hacía pensar que mi vida no tenía ningún sentido, porque no había sido capaz de crear una familia.

Mi sensación de desnudez, pensar que yo era más que vulnerable, empezó en ese momento y nunca más desapareció. No he sido capaz de saber porqué, aunque he aprendido mucho a disimularlo callándome más a menudo de lo normal.

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