domingo, 12 de agosto de 2018

La maleta

 Me estaba tomando un pincho de tortilla y una Coca-Cola cuando ella entró. Yo tenía veinticuatro años y casi pasé vergüenza por mi segunda mirada. Soy muy malo para los años y no sé cuantos tenía,  pero su pelo era muy liso y muy largo. Pensé en el tiempo que debía costarle para que se viera tan precioso, y asegurarse de que yo no pudiera dejar de mirarla.

Las mujeres se mofarán de mi, pero lo siguiente en lo que me fijé es en la maleta verde que llevaba. Era una maleta con ruedas y un tirador extensible, una maleta normal y corriente igual a otras infinitas que uno puede encontrarse en un aeropuerto. Claro, en aquel bar quedaba muy fuera de lugar. Oí su dialogo con el camarero de detrás de la barra. Gracias a que yo tenía enfrente, el pincho de tordilla, podía concentrar mi mirada, pero a cada momento levantaba los ojos y la miraba, a ella y su maleta. Espero ser bueno disimulando.

¿Se iba o llegaba de viaje? Cada vez que la miraba me la imaginaba en una playa del Caribe, ¡que suerte!. Sólo este tipo de personas se puede permitir un viaje en medio del mes de Febrero. Aposté porque empezaba sus vacaciones y empecé a pensar qué opciones tendría para acompañarla en lugar de regresar a mi oficina. Era raro que alguien con estos planes apareciera en mi entorno, el bar en el que desayunaba todos los días.

Llevaba unos vaqueros ajustados. No sé como pero le estaba haciendo una radiografía todo u cuerpo aunque lo negaría. Pero reto a cualquiera que pueda hacer una sola crítica a mis conclusiones.

Era casi tan alta como yo, y me imaginé el contenido de su maleta semi vacía y poco pesada, no iba a necesitar mucha ropa allá an el Caribe. Intenté recordar cuando entró en el bar y tener otra confirmación de que su maleta pesaba poco. Incluso el color se su piel demasiado a juego con el tiempo que estaba haciendo en España, se convirtió en una demostración, si se bronceaba un poco estaría excepcional.

Contestó un WhatsApp en su teléfono, concentrada en la pantalla y tecleando rápidamente. Su cara me avergonzó todavía más. Seguro que le deseaban suerte en su viaje, y le mostraban la envidia correspondiente. 

En una de mis miradas fui descubierto.

  • Me llamo Irene, ¿como estás?, me dijo tendiéndome su mano, con una sonrisa, en su cara.

Al mirarle la cara me di cuenta que también tenía unos ojos preciosos.

  • Juan, respondí balbuceando, todavía avergonzado de haber sido descubierto, y desconcertado por el tacto de su mano en la mía.

Irene abrió la maleta y empezó a explicarme lo que escondía en ella. 

Una grandísima colección de espejos, que me explicó que servía para que cualquiera pudiera ver su vida.
Un yoyó que era capaz de demostrar que si algo iba mal, tarde o temprano iría bien.
Un conjunto de cuadros con paisajes, del que pareció pasar en cuanto localizó una imagen.
Una colección de libros en donde ella decía que podía encontrar cualquier cosa.

Dejaba las cosas encima de la maleta después de enseñármelas.

A cada momento que pasaba  mi cara de asombro era mayor, y la sencilla apariencia de un viajero quedaba cada vez más lejos.

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