domingo, 12 de febrero de 2017

Mano izquierda

No tenía mano izquierda, pero eso no le había causado problemas graves en su vida hasta ahora. Bien es verdad que era un poco arisco en las discusiones, pero era una persona especialmente eficaz. Cuando se trataba de emitir una opinión o resolver un problema, todos contaban con él. Bastaba con diseccionar las formas que contenía su juicio, casi siempre negativas, y lo que sobraba, su opinión, era generalmente la acertada. Le ponía muy nervioso, por ejemplo, que la gente tardara en decidir algo, o en tenerlo tan claro como él para tomar decisiones. Había sido capaz de ser apreciado por casi todo el mundo gracias a todo lo demás de su carácter: era generoso con su tribu, y muy buen amigo de sus amigos. A menudo mucha gente le demostraba su amistad. No tener mano izquierda le obligaba a hacer ciertas cosas que no le gustaban, pero había sido capaz de sobreponerse. Escribía con la mano derecha con una letra pulcra y clara. En el colegio se saltaba las clases de gimnasia, pero eso no le impidió tirarse al agua de la piscina con elegancia o correr lo que fuera necesario para llegar a algún sitio. Su tribu, su familia, era el único lugar de su vida en donde le importaba ser querido. Como contraprestación, su defensa en caso de repeler un ataque era la más encarnizada. Incluso en ese ámbito, a veces no tener mano izquierda era capaz de complicarle algunas cosas. Siempre eran otros los que resolvían los problemas que generaba la falta de mano izquierda. Su mujer cayó enferma el mismo día en el que el carro se estropeó. Sin una explicación evidente, se encendieron varias luces en el tablero. Después de un rato de la lectura del manual, él había identificado cuales eran los problemas que el carro tenía y lo que debía hacerse, de forma urgente y a largo plazo. Una de las cosas que era necesario hacer urgentemente era conducir mejor. Algunas de las luces lo demostraban y, aunque no se hiciera ninguna otra cosa, el carro iba a mejorar con esto. Por supuesto él tendría que hacer exactamente lo mismo de siempre, pero el coche lo conducían otros y era necesario cambiar su forma de conducir o el coche no lo aguantaría. Era grave la lucecita del cambio de marchas, el coche ya nunca iba a responder como antes, hasta que lo arreglaran, si es que tenía arreglo. Y lo más grave de todo era el motor. Era necesaria la opinión de un tercero, pero casi era evidente el cambio de carro. Había servido bien toda su vida, habían hecho magníficos viajes pero, tal vez, el cambio era inapelable. La decisión era tan gruesa, que era mejor buscar a alguien a quien ya le hubiera pasado antes. Como correspondía a alguien que hubiera nacido sin mano izquierda, y como correspondía con una cabeza bien amueblada comenzó a buscar una alternativa para su carro.

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