miércoles, 20 de julio de 2011

Euforia


Todos los días uno se sienta delante del ordenador por la mañana esperanzado por que lleguen buenas noticias. Después de ver el correo,  uno se da cuenta de que, al otro lado, el mundo sigue su curso y está poco interesado en salpicar tu vida de novedades. A lo sumo, algún detalle que empeora los pensamientos de antes de ir a dormir.

Cuando ves a tu equipo de fútbol ganar algo, alegría desbordante, compras sus sensaciones y piensas que han hecho algo grande, que a poco que hubiera ayudado el correo tu podrías correr y saltar como ellos.

Si miramos la celebración de un equipo de fútbol, o la mirada entre satisfecha y decepcionada del saltador de trampolín al que le han dado la medalla de bronce, O si miramos al equipo alevín del Torrelodones que acaba de ganar la liguilla de ascenso. O al equipo de Rugby de tu hijo después de ganar a su rival por primera vez.

Pero mucho más cerca, cuando el correo trae buenas noticias o cuando sientes que nadie más podría haberlo hecho como lo has hecho, o cuando has hecho dos cosas bien en el día que te parecen buenas y te llevan hasta el día siguiente para repetir la historia…

La euforia es fácil de entender. Sin embargo, ¿de verdad que todo es lo mismo? Yo creo que la sensación de paz que uno tiene cuando la euforia viene de dentro no es lo mismo. Esa sensación de levantar la comisura de los labios, esbozar una pequeña sonrisa y cerrar los ojos, no es comparable con nada.

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