martes, 20 de abril de 2010

Comer sólo

Mi mujer, que es persona muy sociable, reconoce que no soporta comer sola en un restaurante. En los últimos meses he tenido ocasión de practicarlo muchas veces, y debo decir que he conseguido una cierta capacidad de hacerlo y de disfrutarlo.

Cuando entras y estás sólo en un restaurante alcanzas a ver muchas cosas que no tendrías en cuenta si vas acompañado. Los colores de la pared, de los manteles, las ventanas o las cortinas forman parte de lo que alguien quiere que sientas sentado y comiendo. A veces te encuentras dibujos imposibles, o cuadros que te impactan en medio de horrorosas maquetas de barco, o detalles y adornos que intentan crear un ambiente sin conseguirlo.

La luz, cuya intensidad es inversamente proporcional a la calidad de la comida con límites, pues en determinados restaurantes no puedes distinguir casi la comida.

El ruido, apagado cuando el restaurante es elegante, con risas de alguna mesa y el estridente ruido de los niños que se oye, estén en donde estén, en el restaurante y fuera de sitio,… siempre. A veces te encuentras con música ambiente, pero más se agradece cuando alguien con las manos floridas toca un piano en algún lugar del local.

La gente, a veces pintoresca, siempre rara, siempre desempeñando un papel. A veces me entretengo inventándoles historias, justificando quién es quién en cada mesa, descifrando sus caras y sus silencios. Analizando cómo estudian la carta.

Mario Benedetti tiene un personaje femenino despampanante, salido de un cuadro, con el que de vez en cuando sueña eróticamente para despertarse invariablemente antes de que pase nada. Las  camareras de los restaurantes hacen un poco ese papel, sobre todo cuando intentan armar mi comida, ya sea por su interés o el del restaurante, aunque parezca siempre que es por mi. La conversación de decisión se vuelve más agradable a más experiencia tiene el camarero o la camarera, unos segundos de conversación y compañía.

A veces casi me entran celos cuando veo al camarero que me ha atendido y con el que he conseguido entablar una sólida relación y confianza en algunos segundos, cuando repite escena con una mesa cercana.

A veces el rato es tan agradable que pido una malta con hielo, un papel y algo para escribir y relleno pequeños papeles con letra pequeña acerca de cómo hago para comer sólo en un restaurante sin morir en el intento.

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