martes, 18 de noviembre de 2008

Cuento: Algunos cuadros hablan



Estaba pensando en el cuadro que acababa de ver: un perro tenía puesta su mirada en un punto fijo del horizonte mientras bajaba por una cuesta.

El perro no llebaba collar, pero estaba bien alimentado y cuidado. Seguro que a casi todo el mundo le gustaría tenerlo en su casa. Su cabeza seguía a sus ojos y se hacía independiente de su caminar acelerado. Su mirada me hizo pensar intensamente.

¿Qué habré hecho yo?. Ayer todo el mundo me quería. No dejaba pasar ninguna ocasión, en cuanto veía aparecer a alguien que ya había visto antes para saludarle todo lo efusivamente de que era capaz. Después de esto recibía todas las muestras de alegría y de cariño. Mi mundo era solamente el de mi familia. Siempre que recibía una llamada, aunque estuviera haciendo mis necesidades, por ejemplo, lo dejaba todo para atenderla, no tenía vida propia, todo era hacer cosas para que me vieran, o avisar de cualquier intruso para protegerles.

¿A dónde voy a ir? La mirada era fija en ninguna parte, porque a ninguna parte podía ir. No sabía donde estaba y, sobre todo, no había nadie a quien conociera a su alrededor.

La verdad es que no era un cuadro. Todo esto me vino a la cabeza mientras conducía mi coche subiendo el puerto de Navacerrada y un perro precioso y cuidado bajaba por la cuneta a toda prisa con su mirada fija en ningún punto sin fijarse siquiera en mi coche.

Fue solamente un segundo, pero comprendí que ese perro estaba al borde del abismo.

14/10/05

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