domingo, 19 de septiembre de 2010

Burocracia

La primera vez que me subí en un avión tenía siete años, hace como cuarenta y tantos. Era una especie de regalo de mi padre con quien me fui de Barcelona a Madrid.

Todavía recuerdo una conversación con mi padre en el avión. Me preguntaba como era posible que no nos cayéramos cuando el avión se inclinaba al girar. A mis siete años, recuerdo haber elaborado toda una teoría constructiva acerca de dos tubos en el avión, uno que giraba y otro que se mantenía horizontal para que la gente no se cayera.

El motivo del viaje era algo mucho más difícil de entender que la fuerza centrífuga. España, y yo mismo, tardamos mucho en explicarlo y resolverlo.

En España por aquel entonces, la única fábrica de coches estaba en Barcelona. No era fácil explicarse porqué la fábrica estaba en Barcelona, cuando el régimen político de entonces tendía a tenerlo todo atado y bien atado, y qué mejor que en el centro de España, cerca del poder. Ahora sé que debió de ser alguna concesión de conveniencia a algún catalán de aquella época que compensó con creces la deferencia por la ubicación de la fábrica.

Sin embargo, matricular un coche era un proceso lento pero pesado, como cualquier otro proceso burocrático. España era entonces un país en donde conocer a alguien era muy importante y el vuelo a Madrid con mi padre fue para agilizar los trámites de matriculación de uno de sus primeros coches.

Siendo adolescente, es decir, hace más de treinta y tantos años, mi padre me delegaba todos los trámites administrativos, que yo tenía que hacer, y me enviaba a hacerlos yo solo. Así descubrí cómo se sacaba un certificado de penales, una partida de bautismo, un certificado de nacimiento, y tantos otros documentos que necesité para sacar el pasaporte y viajar, para matricularme en la universidad, para obtener el carnet de conducir…

Los trámites eran todos muy parecidos. Llegabas a un lugar (todo el mundo te podía explicar cómo llegar al lugar en donde se conseguía un papel), hablabas con alguien en la entrada que era el experto, el hombre bueno, y que te explicaba en qué ventanilla debías hacer el trámite, lo que necesitabas y adonde ir primero. Era sorprendente cómo era capaz de decirte que no podrías hacer lo que pretendías a menos que no tuvieras tal o cual papel, imprescindible para la gestión y que, por extrañas razones, tú todavía no habías conseguido.

Cuando, después de una enorme cola, que te llevaba toda la mañana, salvabas el letrero de “Vuelva Ud. mañana” y conseguías llegar a la ventanilla, te enfrentabas con el funcionario, que te recibía y te despedía con una sonrisa.

El funcionario era el primer ser humano que me encontré con capacidad absoluta para mandar sobre las cosas. Después de múltiples visitas me quedará la imagen de su sonrisa superior, su displicencia, su pasotismo, su escasa voluntad de servicio con quien le solicitaba su atención, y sus pocas ganas de trabajar.

En esa época había muchos chistes acerca de la burocracia. Los cómicos de la TV no dejaban de incluir gags relativos a los funcionarios. Ser funcionario entonces era un seguro de vida.  Siempre acabábamos relacionando la burocracia con el gobierno que teníamos y, más aún, con el sistema político que soportábamos y que nos hacía pertenecer al tercer mundo. Pensábamos que una solución a todos esos problemas era cambiar el sistema de gobierno, que les explicaría que estaban allí para servir a los ciudadanos que les pagaban.

Como en el caso del avión de mi infancia, la solución era mucho más sencilla. Hoy en día, el sistema político ha cambiado, nuestro país ya está en Europa, y obtener un papel se ha convertido en un derecho. Es muy raro el papel que no se pueda obtener sentado en tu casa por Internet. La solución era que los funcionarios hicieran tareas mucho más valiosas que sonreír.

Estoy haciendo los trámites para conseguir una residencia temporal en Costa Rica, considerada como la Suiza del Caribe. Todo igual, las filas, la sonrisa, le pérdida de tiempo,… Creí que todo eso estaba asociado a un régimen político, pero solamente era progreso, o la ausencia de él.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Excusas por no escribir


Decía un jefe mío que tuve hace muchos años, que antes de escribir era necesario tener en la cabeza lo que escribes. Se refería a temas importantes, temas en donde la posición mantenida podía causar o no causar problemas al exponer una opinión o un hecho, por escrito.

El reto de escribir es un estado de ánimo. Escribir como hacen los que no buscan otro objetivo que compartir un punto de vista, buscando hacerlo de la forma más agradable posible, para que el mayor número de personas pueda leerlo. El canal que se usa puede ser más o menos multiplicador, y eso añade al hecho de escribir una forma de apuesta inteligente, los canales que uno emplea son importantes.

Cuando uno escribe y vive de ello, entonces ya nada debe de ser igual y el reto se convierte en una obligación. Obviamente con la experiencia que se le asume a quien puede vivir de ello, la facilidad de alcanzar el reto de escribir es más fácil.

Pues bien, hace ya más de un mes que no escribo nada. Hace un mes que mis “obligaciones” me han secuestrado la capacidad de expresar por escrito las experiencias que han seguido agolpándose en mi vida. Sin embargo, no ha disminuido mi atención a las cosas que me rodean y que me provocan.

Sí, he sido incapaz de resumir, de expresar, todas esas cosas. Me ha faltado eso que al escritor le sobra: tiempo y experiencia para resumir, sintetizar, escribir, al fin, cosas que otros puedan entender.

Después de este montón de excusas, vaya mi disculpa por no haber podido hacer, algo que para quien escribe sin el ánimo de recibir nada a cambio, y solamente pretendo saber que alguien lee lo que escribo.

lunes, 9 de agosto de 2010

Cualquier tiempo pasado no fue mejor


Muchas veces el mundo cambia a nuestro alrededor y los cambios tienden a perder algunas de las cosas que siempre hemos visto y que forman parte del paisaje  de nuestras vidas. Árboles, paredes, cosas, personas, seres vivos o cualquier recuerdo de un momento: de un olor, de un color, de algo que provocó una emoción o sentimiento que tuvimos.

Su importancia era exactamente esa, participar, ser parte de un recuerdo. A veces esa imagen es algo más que un mero recuerdo y se convierte en el protagonista que nos queda: el vestido de novia, el acueducto de Segovia,…

Cuando nos deshacemos de esos recuerdos, cuando nos cambian el paisaje de siempre o cortan nuestro árbol o, como decía Sabina, nuestro viejo bar se convierte en la sucursal de un banco,  en el cambio convertimos nuestro recuerdo en algo que nunca más vamos a volver a mirar.

¡Qué fácil es hacer del cambio algo vulgar! O al menos algo mucho más vulgar que el propio recuerdo, adornado con la importancia de lo único, de lo personal. Cuantas obras, cambios de paisaje, han convertido algo nuestro en algo que parece frío,… ausente de recuerdos.

Pero los paisajes, al final, solamente son la suma de muchos, y no tienen ninguna importancia. Hoy te levantas y es Barcelona, y mañana te levantas y es Madrid o La Granja, al lado de Segovia, o tal vez mucho más lejos,... Y sigues sumando recuerdos que van conformando tu vida, no son los paisajes o las cosas las que suman. Y esos cambios de paisaje son el color verde claro del Palacio que siempre fue amarillo….

Y mientras tanto, el olor en verano después de haber llovido; o el sonido de pisar la nieve recién caída; o la elegancia de un buen caballo; o el amarillo de los árboles en otoño; o la cara de un bebé,…; y ¡porqué no!, las gestas, los méritos ajenos compartidos por pertenecer a la misma tribu,…

Pero también, esos paisajes que cambian y que conforman la realidad y el progreso como las carreteras, la Tour Eiffel, o las cosas bien o no tan bien hechas, que dejaremos nosotros, los que solamente pasamos por este mundo, como algo que recibimos y devolvimos con un valor añadido.

Aunque tal vez, o seguro, que lo devolvamos sin recuerdos que se perderán y que lo fueron solamente en nuestras cabezas y sentimientos, recuerdos que fueron únicos y por eso efímeros, y que alguien evocará como hoy en día evocamos las películas de John Wayne, o aquellas tardes de invierno en donde las gentes se sentaban a hablar y a compartir. O la literatura o la música, que seguirán provocando recuerdos y sensaciones alguna vez grandes, otras veces personales y escondidas, en donde el mérito, la sensación que provocan, quedará compartido entre quien lo escribió y quien lo lee o escucha.

miércoles, 28 de julio de 2010

Alegría

Cuando le has puesto todo tu empeño; cuando has involucrado todas tus ganas y el esfuerzo te ha salido de adentro, sin necesidad de expresarlo.

Cuando le has puesto una parte de ti apostando un brazo o tu alma a que conseguías algo. Que riesgo es ese, porque, ¡mira que si sale mal! no solo pierdes tu brazo, sino el alma que se ha empeñado. ¡Y que cara es la ilusión!

Cuando consumes los minutos concentrado, con el cerebro a mil vueltas y el corazón latiendo fuerte,...

Cuando te dicen que eres y transmites ilusión y convencimiento, de que dices la verdad honesta más allá de cualquier duda,...

Cuando te das cuenta que las apuestas del momento o ese esfuerzo son solamente una conclusión a tu trabajo a tu empeño, a tu ilusión,…

Entonces y solo entonces es cuando no sabes si reír, si llorar, contenerte o engañarte a ti mismo haciéndote el incrédulo, el prudente. O buscas desesperadamente compartirlo con alguien que sea capaz de entenderlo y valorarlo.

Y algo muy dentro sale del alma y te llega por la boca y te levanta la comisura de los labios: ¡síguelo!!síguelo!

viernes, 23 de julio de 2010

Panamá


Ya era el último día. Al salir de mi habitación con las maletas hechas se repite una situación que ya empieza a ser familiar. La habitación está a veinti-pocos grados, mantenida por el aire acondicionado, que ha estado sonando toda la noche. Al abrir la puerta de la habitación, que da al exterior, se siente un golpe de calor y humedad en la cara y en todo el cuerpo. Hace mucho calor y humedad en Ciudad de Panamá.

El cielo está empezando a clarear, pero es gris oscuro.

El taxi me lleva rápido al aeropuerto. A estas horas el atasco es en sentido contrario, para entrar, y las calles y la autopista están despejadas, poca cola en las casetas de pago, grandes colas de entrada.

A la derecha el pacífico, la marea bajando en una interminable y suave pendiente plateada. Sobre el pacífico, el día todavía no ha empujado el azul al cielo. Sobre la costa, empinados y altos edificios en Ciudad del Este. Nubes enormes de gris más oscuro cubren a pedazos el gris del cielo. En el otro lado un cierto tono anaranjado anuncia que el día va a empezar, el gris del cielo ya tiene luz.

Circulando con verde a ambos lados, al taxista, que antes me ha felicitado por el campeonato del mundo de fútbol, alegría compartida, se le escapa otra frase que me suena conocida, señalando los mangles, la hierba, los frondosos árboles verdes: "para alimentar el canal".

Las represas del canal se alimentan para subir el nivel de un barco del agua dulce natural, y al bajar el nivel la tiran al mar, la gravedad hace el resto, energía natural, pero el consumo de agua dulce es enorme. Esta agua solamente se genera con la lluvia. La consciencia del tajo central del canal, y la fuente de ingresos que supone, hacen de ese sentimiento una constante en Panamá y la frase se repite: "el verde sirve para alimentar el canal, hace que llueva".

El aeropuerto es como cualquier otro en el mundo. Al salir del taxi, otra vez, con el aire acondicionado y al abrir la puerta golpe de calor y de humedad.

En Panamá hay una forma de hacer las cosas que el panameño identifica como propia, sin complicaciones, anti-burocrático, práctico. La formalidad no es necesaria si las cosas se hacen. He cenado varias veces y el esmero por cómo se prepara la comida, por cómo la sirven, parece contradecir esta identidad. 

Otra cosa que se adivina es la presencia del canal. Las enormes filas de enormes barcos esperando para entrar. El camino entre ciudad de Panamá y las islas cercanas construido con deshechos del canal. Panamá sorprende por el calor y por el sky-line de la capital, poco conocido, concentrado de edificios altos que hacen preguntarse de dónde sale tanta gente para ocuparlos, tal vez no sea necesario,…

domingo, 11 de julio de 2010

Optimismo

El fútbol puede ser el “opio del pueblo”. Si mañana la selección española gana o no el mundial, no tendrá efectos sobre la vida diaria. Pero sí refleja la situación de nuestro país. El fútbol se puede jugar con una pelota de trapo y con dos porterías hechas de ropa, en cualquier sitio. Eso hace que no sea del todo necesaria la evolución de un país para que su equipo sea bueno. Pero no olvidemos que el progreso trae eso, más gente que no se preocupa de las cosas necesarias y más gente que se preocupa de las cosas accesorias.

Nuestros deportistas llevan nuestro orgullo como poseedores de características especiales, o de nuestro peso en el mundo. Rafael Nadal gana Wimbledon; cuando escribo esto ya estamos en la final del mundial de fútbol; Pau Gasol gana un anillo en la NBA (dos veces); Fernando Alonso ha sido campeón del mundo de formula 1; nuestros moteros dominan,…

Pero también. El segundo banco del mundo es español (Santander). La segunda empresa de construcción del mundo (ACS) es española, también la tercera de comunicaciones (Telefónica), somos el séptimo u octavo PIB del planeta, y ya es hora de que levantemos la cabeza y que demostremos que nuestro sistema financiero es el mejor del mundo, a pesar de nuestros políticos.

Y también que algunos de nuestros antepasados fueron capaces de encontrar América, y de escribir y de pintar y de ser geniales.

Si somos capaces de desarrollar una sociedad que permite generar los mejores deportistas, las mejores empresas, porqué no podemos participar o incluso liderar, el cambio en el mundo que permita tomar las decisiones políticas a un nivel más elevado que los países, dejando las señas de identidad de la “tribu” a los deportes y al talento individual y de equipo.

Porqué no podemos ser, al menos, tan optimistas como lo hemos sido siempre.

viernes, 9 de julio de 2010

Cuando yo era pequeño


No sé cuantos años tenía, no se si era un niño o un adolescente, pero ya tenía consciencia o cierta independencia para hacer las cosas por mi mismo, o para recordar estar vivo.

Recuerdo ir al cine a ver Jesucristo SuperStar una película que hasta los curas aceptaban ser compatible con su educación, aunque no entendían el riesgo que estaban corriendo: era peligroso ver las cosas desde más de un punto de vista. O Barry Lyndon, arte con intermedio.

Pero también recuerdo, tal vez antes, una atracción por los dinosaurios. Parece ser una moda pasajera que se renueva cada ciclo de años. Existen empresas de cromos  que periódicamente los sacan al mercado, ya conscientes de las limitaciones y de las ventajas económicas que les reporta. Pero tal vez fue otro niño como yo, Spielberg, que recuperó la moda al hacer Parque Jurásico.

Supongo que estaré confundido de tiempos, pero también recuerdo de esa época mi interés por la polémica del número de pobladores que cabíamos en Tierra. Recuerdo un número, 14.000 millones, número que no hemos alcanzado todavía pero que por extrapolación parecía a punto de llegar. A dónde vamos a parar, nos preguntábamos. Como repartir el agua y los alimentos entre todos, era un reto entonces.

Y el espacio, alimentado por el aterrizaje en la luna, y por el discurso de Kennedy, por el reto que representaba para la humanidad. Creo que todos compartíamos cierta voluntad, o al menos la ilusión. Otra vez tema recurrente y otra vez alguien con los mismos recuerdos, se inventa la Guerra de las galaxias, Lucas, que comparte con 2001 Una odisea en el espacio de Kubrick, un cierto ánimo de compartir éxitos de la humanidad.

España era en mis recuerdos un país de descubrimientos exteriores. Cosas que éramos incapaces de hacer o tan siquiera de imaginar, descubriendo las razones, explicándolas. La normalidad, la buena forma de hacer las cosas, justificaba no haberlas hecho, no éramos un país normal.

Recuerdo que la tele, mis mayores y el mundo que me rodeaba se admiraba de todo aquello que podía conseguir el ser humano. La TV, la radio, curar el cáncer, llegar a la luna, los  descubrimientos de la prehistoria, el fondo del mar entre libros con fotos que hacían de lo que veíamos solamente una pequeña parte de lo que conocíamos y admirarnos de lo que nos quedaba por descubrir.

Existía una cierta consciencia de ser un ser humano y de compartir con los demás cosas que permitirían mejorar el mundo. Todo se amplificaba por pertenecer a algo idealizado, a lo que nuestro país, si lo conseguía, se iba a incorporar.

También recuerdo la música, que había que conocer, que había que cuidar, que era cara pero que te aportaba cierto glamour personal.

Y qué es lo que ha pasado después. El progreso se ha vuelto pragmático. Lo que sabemos de los dinosaurios y el fondo del mar es casi la misma colección de cromos. Nos  hemos olvidado de la misión y la ilusión por el espacio. Ya es caro. El número de grandes inventos que el ser humano podía producir ha disminuido y nos ha dejado al teléfono móvil y el ordenador personal como estrellas, o a la informática como común denominador, o el dominio del pequeño tamaño.

El Internet, los plásticos, los nuevos materiales no eran inventos esperados, igual que la calidad de vida de Europa, los avances sociales son nada más que una consecuencia, no algo a lo que es necesario dedicar ilusión para descubrir. La TV se ve mejor pero es la misma, eso sí, en color. Los aviones son mejores pero no nos acercan tanto como representó el Concorde. La solidaridad entre humanos existe solamente en las ONG.

Quien más quien menos, sigue poseyendo conocimiento de cosas como la música. Pero ya tenemos en la mano toda la música que oíamos de jóvenes.

Y el conocimiento. Ahora el conocimiento no es selectivo, no te define como un ser mejor o peor. Hoy el conocimiento es una montaña de datos en donde lo importante es saber encontrar lo que buscas.

Y la soledad que nos permitía soñar con el futuro y con nuestras vidas ya no existe. El móvil e Internet nos han hecho compartir geografía y tiempo, estando a un gesto de contactar con cualquiera. Creo que esto nos ha quitado buena parte de nuestra capacidad de soñar.

Ojalá que pudiéramos recuperar aquella consciencia de ser humano, no como nostalgia, sino para volver a sentirnos seres humanos capaces de buscar cosas juntos, establecer ilusiones, creer y crear una ONU.

domingo, 20 de junio de 2010

Érase una vez un país


Érase una vez un país recién incorporado a los países desarrollados, España. La Unión Europea, en estos días celebramos el 25 aniversario de nuestra unión, hizo de ejemplo, de modelo, de locomotora, de utopía y de no sé cuantas cosas más, para que al inicio del año 2008 todos nos felicitáramos por vivir en España, de lo que habíamos conseguido y del futuro de prosperidad y de rosas que nos esperaba.

Teníamos algunas pequeñas nubes en nuestro horizonte, pero eran superables. Desde hacía casi dos legislaturas nuestros políticos estaban haciendo de la crispación un problema de la vida diaria. Escogimos a alguien que representaba una imagen de talante que iba a  acabar con esto. Lo habíamos elegido casi por despecho, por las consecuencias de la crispación y por el engaño acerca de los atentados del 11-M.

También teníamos la inmigración, pero la abundancia de nuestros recursos contribuía a paliar el problema, y la propia inmigración aportaba mano de obra barata para hacer cosas que ya nos quedaban a mucha distancia.

En el mundo se respiraba el mismo ambiente optimista que en España. Solamente los problemas arrastrados por décadas en Oriente Próximo, la inflación, el precio del petróleo y la OPEP, provocaban algunas pesadillas, pero eran causas y efectos conocidos en la calle. 

Un presidente nefasto en USA, mezcló el terrorismo y su supervivencia, dilapidó el superavit de su economía y nos metió en una guerra. 

Pero una tormenta enorme se estaba preparando, y era bien visible, si alguien hubiera estado un poco atento. El origen era doble y la tormenta solamente estallaría si se manifestaban simultáneamente dos cosas.

Por una parte, las desigualdades en nuestro mundo alteraban el modelo de mercado al que durante décadas le habíamos dado el papel de regulador y de protagonista de nuestra economía occidental. El sudeste asiático era capaz de producir aquello que antes producíamos y vendíamos en  nuestros mercados, a precios de coste irrisorios, incluso teniendo en cuenta toda la cadena de suministro.  Alguien ganaba mucho más que antes sin aportar una ventaja competitiva, alguna diferencia o alguna mejora. Surgieron en el sudeste Asiático problemas que casi se lo llevan por delante todo, un mundo cada vez más interconectado. Pero la crisis del sudeste asiático solamente fue un ensayo general.

Algunos se quejaban de que en España había inmigrantes para cultivar tomates, pero la UE se gastaba el 40% de su presupuesto en la PAC, que impedía que ese inmigrante cultivara ese mismo tomate en su casa, y más barato.

Por otra parte, la tan llevada globalización a la que algunos utópicos asignaban todos nuestros males, no era tal cosa.  La globalización solamente existía en los mercados y no estaba enraizada ni construida en ningún sitio. El control de los negocios globales, basado en estructuras geográficamente no globales, era imposible. Muchas empresas no eran controladas por nadie o por muchos, con el mismo descontrol. Uno de los negocios que más escapó a ningún tipo de control fue el financiero.

A su sombra muchos hombres de negocios inventaron nuevas formas de generar la riqueza personal de arriesgados especuladores, apostantes en definitiva, sin aportar nada.

Y en Septiembre de 2008 todo estalló. El negocio financiero era global, y había escapado a todo control. Y, además, se había relacionado íntimamente con la economía productiva que se movía básicamente, gracias a su dinero, y no por los avances tecnológicos, por la productividad, o por la creación de nuevas necesidades del mercado, como había pasado en los últimos años.

Una hipoteca concedida por un agresivo ejecutivo de Wisconsin, que jamás podría ser devuelta, se convertía en un activo en España para que alguien se sintiera rico y se compraba un Porsche Cayene.

Para esa época, todos los políticos de Europa y EEUU se dieron cuenta de que la caída del sector financiero iba a tener consecuencias gravísimas para la economía de mercado y se dedicaron a hacer cosas que nunca antes hubieran aceptado: empezaron a ayudar al sector. Mientras tanto al sector financiero le entró un ataque de sensatez y dejó de ser el falso motor de progreso que había sido.

El sueste asiático tuvo hermanos mayores, mucho más grandes, China y la India, que se aprovecharon de la falta de control, de la inexistencia de la mano invisible que siempre antes había sido capaz de actuar de regulador. 

Y los dos problemas se hicieron uno. La falta de igualdad que hace que nuestros productos no tengan ningún valor  a pesar de mantener su precio. China compró EEUU, gracias a la artificial fortaleza de su moneda, dejando el margen de maniobra de uno de los mercados más grandes del mundo casi a su pies, incapaz de impulsar ningún tipo de regulación.

Y mientras tanto ¿qué pasaba con nuestro valle?

Curiosamente, aquí nuestros especuladores no necesitaron el sistema financiero para hacerse ricos. Aquí teníamos un negocio muy parecido al de los especuladores. Un negocio que no aportaba valor alguno, pero que conseguía un artículo que cambiaba de precio al alza sin casi esfuerzo. Muchos promotores preferían no vender su producto, una casa, ya que una semana después el precio había cambiado.  El escenario se completaba también con la desigualdad global (con los vasos comunicantes). Un ejercito de inmigrantes atraídos por ¨uvas como melones¨, ponían un ladrillo encima de otro, sin ningún valor añadido, contribuyendo a un esquema igual, a escala nacional, que el del sistema financiero mundial.

Y nuestros políticos, tanto los de la crispación como los del talante, tratando con mucho cuidado de no hacer nada que perjudicara un escenario idílico antes de su estallido.

Y mientras el mundo intentaba ayudar al sector financiero, aquí, que no lo necesitaba, intentamos, para no ser menos, ayudar a la cantidad de empresas que estaba perjudicando el ataque de sensatez del sector financiero.

Un día de estos perdimos al mejor ministro de economía que ha tenido España porque a alguien se le ocurrió que, como le sobraba, iba a regalar 400€ a los ricos y a los pobres.

Dos años después del desastre original, que para mi fueron dos desastres simultáneos, la falta de liderazgo, ha establecido una situación de depresión a casi todos los niveles de la vida que nos hace olvidar lo que conseguimos en España cuando nos lo propusimos, que nos hace ignorar lo que somos y lo que podemos hacer.

Pero el problema era global.

Y las soluciones también deben serlo. Nada hemos hecho para resolver las causas, solamente hemos conseguido paliar en parte sus efectos. Hay una cumbre europea dentro de poco. Ojalá que los políticos que tienen capacidad de alterar las cosas recuerden a sus predecesores y busquen medidas que realmente impidan que esto siga como está, que se den cuenta que nuestro contrato con ellos es político, no de gobernancia que eso es fácil. Ojala que descubran que Europa puede paliar la desaparición de esa mano invisible que ya no está más.

Que la globalidad se conquista con tamaño, con globalidad. Que la reducción de un déficit no se consigue sin desequilibrios, bajando los gastos un porcentaje. Que es cuestión primero de definir lo que queremos y después analizar la forma más barata en la que podemos conseguirlo.

Los países deben de reducir su ámbito al estrictamente de gestionar cosas cercanas a los ciudadanos, hoy en poder de los municipios. Pero que no podemos repetir estructuras que a la fuerza de ser varias se convierten en ineficientes. Muchas estructuras en la UE están repetidas, sirven para lo mismo. Lo que queremos se puede obtener igual sin necesidad de toda esa cantidad de estructuras.

Ya tenemos un banco central, ¿para cuando un ministerio de economía para todos? Para cuando los contratos de trabajo será casi iguales en Alemania o en España, no somos tan diferentes y se han hecho cosas mucho más difíciles que unificar la legislación.

Y la igualdad en el mundo debería también ser una de las cosas a resolver. Ya hacemos las cosas tan bien que casi no somos suficientes en el ¨primer mundo¨ para consumir lo que producimos. Además, el coste de producirlo en China acentúa el problema. Es necesario invertir en otras partes del mundo se dejen o no, en África, en Latinoamérica, en la propia China, para conseguir nuevos consumidores.

Antes teníamos políticos en España. Ojalá que podamos recuperar a algunos para que contribuyan a resolver el problema que tenemos, de liderazgo, de capacidad.