lunes, 9 de agosto de 2010

Cualquier tiempo pasado no fue mejor


Muchas veces el mundo cambia a nuestro alrededor y los cambios tienden a perder algunas de las cosas que siempre hemos visto y que forman parte del paisaje  de nuestras vidas. Árboles, paredes, cosas, personas, seres vivos o cualquier recuerdo de un momento: de un olor, de un color, de algo que provocó una emoción o sentimiento que tuvimos.

Su importancia era exactamente esa, participar, ser parte de un recuerdo. A veces esa imagen es algo más que un mero recuerdo y se convierte en el protagonista que nos queda: el vestido de novia, el acueducto de Segovia,…

Cuando nos deshacemos de esos recuerdos, cuando nos cambian el paisaje de siempre o cortan nuestro árbol o, como decía Sabina, nuestro viejo bar se convierte en la sucursal de un banco,  en el cambio convertimos nuestro recuerdo en algo que nunca más vamos a volver a mirar.

¡Qué fácil es hacer del cambio algo vulgar! O al menos algo mucho más vulgar que el propio recuerdo, adornado con la importancia de lo único, de lo personal. Cuantas obras, cambios de paisaje, han convertido algo nuestro en algo que parece frío,… ausente de recuerdos.

Pero los paisajes, al final, solamente son la suma de muchos, y no tienen ninguna importancia. Hoy te levantas y es Barcelona, y mañana te levantas y es Madrid o La Granja, al lado de Segovia, o tal vez mucho más lejos,... Y sigues sumando recuerdos que van conformando tu vida, no son los paisajes o las cosas las que suman. Y esos cambios de paisaje son el color verde claro del Palacio que siempre fue amarillo….

Y mientras tanto, el olor en verano después de haber llovido; o el sonido de pisar la nieve recién caída; o la elegancia de un buen caballo; o el amarillo de los árboles en otoño; o la cara de un bebé,…; y ¡porqué no!, las gestas, los méritos ajenos compartidos por pertenecer a la misma tribu,…

Pero también, esos paisajes que cambian y que conforman la realidad y el progreso como las carreteras, la Tour Eiffel, o las cosas bien o no tan bien hechas, que dejaremos nosotros, los que solamente pasamos por este mundo, como algo que recibimos y devolvimos con un valor añadido.

Aunque tal vez, o seguro, que lo devolvamos sin recuerdos que se perderán y que lo fueron solamente en nuestras cabezas y sentimientos, recuerdos que fueron únicos y por eso efímeros, y que alguien evocará como hoy en día evocamos las películas de John Wayne, o aquellas tardes de invierno en donde las gentes se sentaban a hablar y a compartir. O la literatura o la música, que seguirán provocando recuerdos y sensaciones alguna vez grandes, otras veces personales y escondidas, en donde el mérito, la sensación que provocan, quedará compartido entre quien lo escribió y quien lo lee o escucha.

miércoles, 28 de julio de 2010

Alegría

Cuando le has puesto todo tu empeño; cuando has involucrado todas tus ganas y el esfuerzo te ha salido de adentro, sin necesidad de expresarlo.

Cuando le has puesto una parte de ti apostando un brazo o tu alma a que conseguías algo. Que riesgo es ese, porque, ¡mira que si sale mal! no solo pierdes tu brazo, sino el alma que se ha empeñado. ¡Y que cara es la ilusión!

Cuando consumes los minutos concentrado, con el cerebro a mil vueltas y el corazón latiendo fuerte,...

Cuando te dicen que eres y transmites ilusión y convencimiento, de que dices la verdad honesta más allá de cualquier duda,...

Cuando te das cuenta que las apuestas del momento o ese esfuerzo son solamente una conclusión a tu trabajo a tu empeño, a tu ilusión,…

Entonces y solo entonces es cuando no sabes si reír, si llorar, contenerte o engañarte a ti mismo haciéndote el incrédulo, el prudente. O buscas desesperadamente compartirlo con alguien que sea capaz de entenderlo y valorarlo.

Y algo muy dentro sale del alma y te llega por la boca y te levanta la comisura de los labios: ¡síguelo!!síguelo!

viernes, 23 de julio de 2010

Panamá


Ya era el último día. Al salir de mi habitación con las maletas hechas se repite una situación que ya empieza a ser familiar. La habitación está a veinti-pocos grados, mantenida por el aire acondicionado, que ha estado sonando toda la noche. Al abrir la puerta de la habitación, que da al exterior, se siente un golpe de calor y humedad en la cara y en todo el cuerpo. Hace mucho calor y humedad en Ciudad de Panamá.

El cielo está empezando a clarear, pero es gris oscuro.

El taxi me lleva rápido al aeropuerto. A estas horas el atasco es en sentido contrario, para entrar, y las calles y la autopista están despejadas, poca cola en las casetas de pago, grandes colas de entrada.

A la derecha el pacífico, la marea bajando en una interminable y suave pendiente plateada. Sobre el pacífico, el día todavía no ha empujado el azul al cielo. Sobre la costa, empinados y altos edificios en Ciudad del Este. Nubes enormes de gris más oscuro cubren a pedazos el gris del cielo. En el otro lado un cierto tono anaranjado anuncia que el día va a empezar, el gris del cielo ya tiene luz.

Circulando con verde a ambos lados, al taxista, que antes me ha felicitado por el campeonato del mundo de fútbol, alegría compartida, se le escapa otra frase que me suena conocida, señalando los mangles, la hierba, los frondosos árboles verdes: "para alimentar el canal".

Las represas del canal se alimentan para subir el nivel de un barco del agua dulce natural, y al bajar el nivel la tiran al mar, la gravedad hace el resto, energía natural, pero el consumo de agua dulce es enorme. Esta agua solamente se genera con la lluvia. La consciencia del tajo central del canal, y la fuente de ingresos que supone, hacen de ese sentimiento una constante en Panamá y la frase se repite: "el verde sirve para alimentar el canal, hace que llueva".

El aeropuerto es como cualquier otro en el mundo. Al salir del taxi, otra vez, con el aire acondicionado y al abrir la puerta golpe de calor y de humedad.

En Panamá hay una forma de hacer las cosas que el panameño identifica como propia, sin complicaciones, anti-burocrático, práctico. La formalidad no es necesaria si las cosas se hacen. He cenado varias veces y el esmero por cómo se prepara la comida, por cómo la sirven, parece contradecir esta identidad. 

Otra cosa que se adivina es la presencia del canal. Las enormes filas de enormes barcos esperando para entrar. El camino entre ciudad de Panamá y las islas cercanas construido con deshechos del canal. Panamá sorprende por el calor y por el sky-line de la capital, poco conocido, concentrado de edificios altos que hacen preguntarse de dónde sale tanta gente para ocuparlos, tal vez no sea necesario,…

domingo, 11 de julio de 2010

Optimismo

El fútbol puede ser el “opio del pueblo”. Si mañana la selección española gana o no el mundial, no tendrá efectos sobre la vida diaria. Pero sí refleja la situación de nuestro país. El fútbol se puede jugar con una pelota de trapo y con dos porterías hechas de ropa, en cualquier sitio. Eso hace que no sea del todo necesaria la evolución de un país para que su equipo sea bueno. Pero no olvidemos que el progreso trae eso, más gente que no se preocupa de las cosas necesarias y más gente que se preocupa de las cosas accesorias.

Nuestros deportistas llevan nuestro orgullo como poseedores de características especiales, o de nuestro peso en el mundo. Rafael Nadal gana Wimbledon; cuando escribo esto ya estamos en la final del mundial de fútbol; Pau Gasol gana un anillo en la NBA (dos veces); Fernando Alonso ha sido campeón del mundo de formula 1; nuestros moteros dominan,…

Pero también. El segundo banco del mundo es español (Santander). La segunda empresa de construcción del mundo (ACS) es española, también la tercera de comunicaciones (Telefónica), somos el séptimo u octavo PIB del planeta, y ya es hora de que levantemos la cabeza y que demostremos que nuestro sistema financiero es el mejor del mundo, a pesar de nuestros políticos.

Y también que algunos de nuestros antepasados fueron capaces de encontrar América, y de escribir y de pintar y de ser geniales.

Si somos capaces de desarrollar una sociedad que permite generar los mejores deportistas, las mejores empresas, porqué no podemos participar o incluso liderar, el cambio en el mundo que permita tomar las decisiones políticas a un nivel más elevado que los países, dejando las señas de identidad de la “tribu” a los deportes y al talento individual y de equipo.

Porqué no podemos ser, al menos, tan optimistas como lo hemos sido siempre.

viernes, 9 de julio de 2010

Cuando yo era pequeño


No sé cuantos años tenía, no se si era un niño o un adolescente, pero ya tenía consciencia o cierta independencia para hacer las cosas por mi mismo, o para recordar estar vivo.

Recuerdo ir al cine a ver Jesucristo SuperStar una película que hasta los curas aceptaban ser compatible con su educación, aunque no entendían el riesgo que estaban corriendo: era peligroso ver las cosas desde más de un punto de vista. O Barry Lyndon, arte con intermedio.

Pero también recuerdo, tal vez antes, una atracción por los dinosaurios. Parece ser una moda pasajera que se renueva cada ciclo de años. Existen empresas de cromos  que periódicamente los sacan al mercado, ya conscientes de las limitaciones y de las ventajas económicas que les reporta. Pero tal vez fue otro niño como yo, Spielberg, que recuperó la moda al hacer Parque Jurásico.

Supongo que estaré confundido de tiempos, pero también recuerdo de esa época mi interés por la polémica del número de pobladores que cabíamos en Tierra. Recuerdo un número, 14.000 millones, número que no hemos alcanzado todavía pero que por extrapolación parecía a punto de llegar. A dónde vamos a parar, nos preguntábamos. Como repartir el agua y los alimentos entre todos, era un reto entonces.

Y el espacio, alimentado por el aterrizaje en la luna, y por el discurso de Kennedy, por el reto que representaba para la humanidad. Creo que todos compartíamos cierta voluntad, o al menos la ilusión. Otra vez tema recurrente y otra vez alguien con los mismos recuerdos, se inventa la Guerra de las galaxias, Lucas, que comparte con 2001 Una odisea en el espacio de Kubrick, un cierto ánimo de compartir éxitos de la humanidad.

España era en mis recuerdos un país de descubrimientos exteriores. Cosas que éramos incapaces de hacer o tan siquiera de imaginar, descubriendo las razones, explicándolas. La normalidad, la buena forma de hacer las cosas, justificaba no haberlas hecho, no éramos un país normal.

Recuerdo que la tele, mis mayores y el mundo que me rodeaba se admiraba de todo aquello que podía conseguir el ser humano. La TV, la radio, curar el cáncer, llegar a la luna, los  descubrimientos de la prehistoria, el fondo del mar entre libros con fotos que hacían de lo que veíamos solamente una pequeña parte de lo que conocíamos y admirarnos de lo que nos quedaba por descubrir.

Existía una cierta consciencia de ser un ser humano y de compartir con los demás cosas que permitirían mejorar el mundo. Todo se amplificaba por pertenecer a algo idealizado, a lo que nuestro país, si lo conseguía, se iba a incorporar.

También recuerdo la música, que había que conocer, que había que cuidar, que era cara pero que te aportaba cierto glamour personal.

Y qué es lo que ha pasado después. El progreso se ha vuelto pragmático. Lo que sabemos de los dinosaurios y el fondo del mar es casi la misma colección de cromos. Nos  hemos olvidado de la misión y la ilusión por el espacio. Ya es caro. El número de grandes inventos que el ser humano podía producir ha disminuido y nos ha dejado al teléfono móvil y el ordenador personal como estrellas, o a la informática como común denominador, o el dominio del pequeño tamaño.

El Internet, los plásticos, los nuevos materiales no eran inventos esperados, igual que la calidad de vida de Europa, los avances sociales son nada más que una consecuencia, no algo a lo que es necesario dedicar ilusión para descubrir. La TV se ve mejor pero es la misma, eso sí, en color. Los aviones son mejores pero no nos acercan tanto como representó el Concorde. La solidaridad entre humanos existe solamente en las ONG.

Quien más quien menos, sigue poseyendo conocimiento de cosas como la música. Pero ya tenemos en la mano toda la música que oíamos de jóvenes.

Y el conocimiento. Ahora el conocimiento no es selectivo, no te define como un ser mejor o peor. Hoy el conocimiento es una montaña de datos en donde lo importante es saber encontrar lo que buscas.

Y la soledad que nos permitía soñar con el futuro y con nuestras vidas ya no existe. El móvil e Internet nos han hecho compartir geografía y tiempo, estando a un gesto de contactar con cualquiera. Creo que esto nos ha quitado buena parte de nuestra capacidad de soñar.

Ojalá que pudiéramos recuperar aquella consciencia de ser humano, no como nostalgia, sino para volver a sentirnos seres humanos capaces de buscar cosas juntos, establecer ilusiones, creer y crear una ONU.

domingo, 20 de junio de 2010

Érase una vez un país


Érase una vez un país recién incorporado a los países desarrollados, España. La Unión Europea, en estos días celebramos el 25 aniversario de nuestra unión, hizo de ejemplo, de modelo, de locomotora, de utopía y de no sé cuantas cosas más, para que al inicio del año 2008 todos nos felicitáramos por vivir en España, de lo que habíamos conseguido y del futuro de prosperidad y de rosas que nos esperaba.

Teníamos algunas pequeñas nubes en nuestro horizonte, pero eran superables. Desde hacía casi dos legislaturas nuestros políticos estaban haciendo de la crispación un problema de la vida diaria. Escogimos a alguien que representaba una imagen de talante que iba a  acabar con esto. Lo habíamos elegido casi por despecho, por las consecuencias de la crispación y por el engaño acerca de los atentados del 11-M.

También teníamos la inmigración, pero la abundancia de nuestros recursos contribuía a paliar el problema, y la propia inmigración aportaba mano de obra barata para hacer cosas que ya nos quedaban a mucha distancia.

En el mundo se respiraba el mismo ambiente optimista que en España. Solamente los problemas arrastrados por décadas en Oriente Próximo, la inflación, el precio del petróleo y la OPEP, provocaban algunas pesadillas, pero eran causas y efectos conocidos en la calle. 

Un presidente nefasto en USA, mezcló el terrorismo y su supervivencia, dilapidó el superavit de su economía y nos metió en una guerra. 

Pero una tormenta enorme se estaba preparando, y era bien visible, si alguien hubiera estado un poco atento. El origen era doble y la tormenta solamente estallaría si se manifestaban simultáneamente dos cosas.

Por una parte, las desigualdades en nuestro mundo alteraban el modelo de mercado al que durante décadas le habíamos dado el papel de regulador y de protagonista de nuestra economía occidental. El sudeste asiático era capaz de producir aquello que antes producíamos y vendíamos en  nuestros mercados, a precios de coste irrisorios, incluso teniendo en cuenta toda la cadena de suministro.  Alguien ganaba mucho más que antes sin aportar una ventaja competitiva, alguna diferencia o alguna mejora. Surgieron en el sudeste Asiático problemas que casi se lo llevan por delante todo, un mundo cada vez más interconectado. Pero la crisis del sudeste asiático solamente fue un ensayo general.

Algunos se quejaban de que en España había inmigrantes para cultivar tomates, pero la UE se gastaba el 40% de su presupuesto en la PAC, que impedía que ese inmigrante cultivara ese mismo tomate en su casa, y más barato.

Por otra parte, la tan llevada globalización a la que algunos utópicos asignaban todos nuestros males, no era tal cosa.  La globalización solamente existía en los mercados y no estaba enraizada ni construida en ningún sitio. El control de los negocios globales, basado en estructuras geográficamente no globales, era imposible. Muchas empresas no eran controladas por nadie o por muchos, con el mismo descontrol. Uno de los negocios que más escapó a ningún tipo de control fue el financiero.

A su sombra muchos hombres de negocios inventaron nuevas formas de generar la riqueza personal de arriesgados especuladores, apostantes en definitiva, sin aportar nada.

Y en Septiembre de 2008 todo estalló. El negocio financiero era global, y había escapado a todo control. Y, además, se había relacionado íntimamente con la economía productiva que se movía básicamente, gracias a su dinero, y no por los avances tecnológicos, por la productividad, o por la creación de nuevas necesidades del mercado, como había pasado en los últimos años.

Una hipoteca concedida por un agresivo ejecutivo de Wisconsin, que jamás podría ser devuelta, se convertía en un activo en España para que alguien se sintiera rico y se compraba un Porsche Cayene.

Para esa época, todos los políticos de Europa y EEUU se dieron cuenta de que la caída del sector financiero iba a tener consecuencias gravísimas para la economía de mercado y se dedicaron a hacer cosas que nunca antes hubieran aceptado: empezaron a ayudar al sector. Mientras tanto al sector financiero le entró un ataque de sensatez y dejó de ser el falso motor de progreso que había sido.

El sueste asiático tuvo hermanos mayores, mucho más grandes, China y la India, que se aprovecharon de la falta de control, de la inexistencia de la mano invisible que siempre antes había sido capaz de actuar de regulador. 

Y los dos problemas se hicieron uno. La falta de igualdad que hace que nuestros productos no tengan ningún valor  a pesar de mantener su precio. China compró EEUU, gracias a la artificial fortaleza de su moneda, dejando el margen de maniobra de uno de los mercados más grandes del mundo casi a su pies, incapaz de impulsar ningún tipo de regulación.

Y mientras tanto ¿qué pasaba con nuestro valle?

Curiosamente, aquí nuestros especuladores no necesitaron el sistema financiero para hacerse ricos. Aquí teníamos un negocio muy parecido al de los especuladores. Un negocio que no aportaba valor alguno, pero que conseguía un artículo que cambiaba de precio al alza sin casi esfuerzo. Muchos promotores preferían no vender su producto, una casa, ya que una semana después el precio había cambiado.  El escenario se completaba también con la desigualdad global (con los vasos comunicantes). Un ejercito de inmigrantes atraídos por ¨uvas como melones¨, ponían un ladrillo encima de otro, sin ningún valor añadido, contribuyendo a un esquema igual, a escala nacional, que el del sistema financiero mundial.

Y nuestros políticos, tanto los de la crispación como los del talante, tratando con mucho cuidado de no hacer nada que perjudicara un escenario idílico antes de su estallido.

Y mientras el mundo intentaba ayudar al sector financiero, aquí, que no lo necesitaba, intentamos, para no ser menos, ayudar a la cantidad de empresas que estaba perjudicando el ataque de sensatez del sector financiero.

Un día de estos perdimos al mejor ministro de economía que ha tenido España porque a alguien se le ocurrió que, como le sobraba, iba a regalar 400€ a los ricos y a los pobres.

Dos años después del desastre original, que para mi fueron dos desastres simultáneos, la falta de liderazgo, ha establecido una situación de depresión a casi todos los niveles de la vida que nos hace olvidar lo que conseguimos en España cuando nos lo propusimos, que nos hace ignorar lo que somos y lo que podemos hacer.

Pero el problema era global.

Y las soluciones también deben serlo. Nada hemos hecho para resolver las causas, solamente hemos conseguido paliar en parte sus efectos. Hay una cumbre europea dentro de poco. Ojalá que los políticos que tienen capacidad de alterar las cosas recuerden a sus predecesores y busquen medidas que realmente impidan que esto siga como está, que se den cuenta que nuestro contrato con ellos es político, no de gobernancia que eso es fácil. Ojala que descubran que Europa puede paliar la desaparición de esa mano invisible que ya no está más.

Que la globalidad se conquista con tamaño, con globalidad. Que la reducción de un déficit no se consigue sin desequilibrios, bajando los gastos un porcentaje. Que es cuestión primero de definir lo que queremos y después analizar la forma más barata en la que podemos conseguirlo.

Los países deben de reducir su ámbito al estrictamente de gestionar cosas cercanas a los ciudadanos, hoy en poder de los municipios. Pero que no podemos repetir estructuras que a la fuerza de ser varias se convierten en ineficientes. Muchas estructuras en la UE están repetidas, sirven para lo mismo. Lo que queremos se puede obtener igual sin necesidad de toda esa cantidad de estructuras.

Ya tenemos un banco central, ¿para cuando un ministerio de economía para todos? Para cuando los contratos de trabajo será casi iguales en Alemania o en España, no somos tan diferentes y se han hecho cosas mucho más difíciles que unificar la legislación.

Y la igualdad en el mundo debería también ser una de las cosas a resolver. Ya hacemos las cosas tan bien que casi no somos suficientes en el ¨primer mundo¨ para consumir lo que producimos. Además, el coste de producirlo en China acentúa el problema. Es necesario invertir en otras partes del mundo se dejen o no, en África, en Latinoamérica, en la propia China, para conseguir nuevos consumidores.

Antes teníamos políticos en España. Ojalá que podamos recuperar a algunos para que contribuyan a resolver el problema que tenemos, de liderazgo, de capacidad.

martes, 1 de junio de 2010

Elecciones



El domingo ha amanecido con sol, un poco diferente de toda la semana que ha estado lloviendo, con un tiempo desapacible que provocaba sueño.

La verdad es que el día de hoy empezó ayer. Me fui a cenar pero había ley seca y entiendo que esto vació los restaurantes, como si la gente no pudiera comer sin algo de líquido con alcohol, o una simple cerveza que llevarse al gaznate. Supongo que por eso también hoy ha amanecido diferente, soleado.

Es curioso pero saliendo a la calle desde el hotel, además del cambio climático que se ha producido, mi olfato, sentido difícil de aplacar con cualquier tipo de ley, se acuerda de un olor característico que mi mente identifica con el puerto de San Sebastián: olor a sardinas a la brasa.

En la calle han desaparecido los coches para dar lugar a una muchedumbre, o debería decir dos, porque mientras una pasea, la otra hace una ordenada y resignada cola para ir a votar en Bogotá.

El ambiente es festivo y en la terraza en donde me siento a desayunar, a la vista de la gente, armado con un libro que leer, es domingo, hay un grupo de gente con camisetas verde. Entonces recuerdo que ayer, otra vez ayer, leí en el periódico algunas instrucciones para ir a votar en las que se contestaba sin ambiguedades a una pregunta, ¿Puedo ir con una camiseta en donde figure mi candidato preferido? Recuerdo que me sorprendió al leerlo, NO claro..

Exagerando, no debería ser posible acudir a votar con cara de tonto enterado, porque seguro que me identificaban, ni de azul turquesa o rosa, porque en seguida sabrían a quien voto. Y claro, este grupo de verde es claro a quien votaban, a un matemático a quien nadie entiende y que pertenece al partido verde, pero que ha cometido el error de no decir que odiaba profundamente al enemigo de Colombia, que hoy en día es Chaves.

Oí, también ayer, hablar al actual presidente, alguien nada exaltado, bien preparado, con el verbo fluido, dando información a diestro y siniestro sin leer un papel. Según conversaciones es quien ha permitido que un extranjero como yo haya venido a este país a hacer negocios, y no a que me secuestren, única cosa a la que un extranjero podía venir aquí hace 8 años.

El helicóptero de la policía sobrevuela bajo a la muchedumbre, pero parece casi como ruido de fuegos artificiales, no parece que esté controlando nada, solo verificando que las sardinas a la brasa estén en posición.

Están votando en Bogotá.

viernes, 28 de mayo de 2010

Y el delantero falló.

Ayer estaba cenando en manga corta cuando entró una mujer con un abrigo. Esto me permite hacer comentarios desde otro mundo, el mío, viendo lo que pasa por delante.

Yo pensé que conocía el significado de la alegría de conseguir algo, y de las penas que cada uno sentimos. 

En la televisión en el restaurante hace bien poco que he podido comprobar la alegría universal que supone ganar un torneo o un partido, aunque no conozcas los protagonistas, aunque no conozcas lo que se juegan, la alegría es igual. Esta alegría la compartimos todos, es lo que justifica el éxito universal de unos Juegos Olímpicos, por ejemplo.

En una esquina del restaurante está una pareja. La mirada de “arrobamiento” de ella es otra forma de alegría, más personal, transpira felicidad. Se le ve el gesto reflejado en la luz del quinqué que ocupa cada mesa. Por cierto, el de la mía desprende un olor especial a alcohol de quemar.

Detrás de la barra un sujeto de mediana edad apenas se ha movido en los últimos minutos. Parece el dueño y pone cara de no felicidad, cara de querer cambiar la realidad. Solo hay cuatro mesas cenando en un restaurante con todos los detalles cuidados, el logo: Red Steak & Beer, los uniformes de los camareros, los quinqués, la decoración…

La mirada parece buscar el error cometido y tiene pinta de estar construyendo las excusas, las razones que se explicará a si mismo y a sus amigos después de lo convencido y entusiasmado con el éxito que iba a ser su negocio. Ya no mira con tristeza, sino buscando explicaciones.

El delantero acaba de fallar el gol tirando por encima del larguero la pelota, a pesar de no tener portero. No sé qué se jugaba, su prestigio, su habilidad, su sueldo, el orgullo de su manada,… pero el minuto que ha estado tumbado en el césped, supongo que expulsando a sus demonios, es otra forma de tristeza.

A veces de repente, una sombra parece rozarte el brazo, acompañando al fresco reinante. Recuerdos de algún momento imposible de revivir, ni por el momento ni por los protagonistas que ya no están ni nunca podrán estar.

Entonces despierta mi oído la canción que suena a suficiente volumen a ritmo caribeño:

La culpa no es de mi,
La culpa no es de ti,
Es que el destino es así.
Los amores cobrando nunca llegan al cielo.