sábado, 23 de enero de 2010

A comer



Para los latinos comer es todo un rito, nada mejor que sentarse en una mesa y conversar lo mínimo necesario para acompañar la comida. Los restaurantes generan un montón de vivencias.

Me acuerdo de un restaurante en Castellón en donde un italiano de Roma cocina para muy pocas mesas. Su conversación es tan entretenida como su Cassata. Igual te vende a tu compañera de mesa que a su esposa, española, que parece un remanso de paz. Lleva muchos años en España, está domesticado.

Una vez escribí de un restaurante de Las Vegas y de cómo una señora de 120 kilogramos de peso devoraba, o deglutía, la comida mientras un maître se empeñaba en mantener recta la columna y aconsejar acerca de sofisticadísimos y carísimos vinos.

Hace años, en Chile, un  restaurante francés en donde le pedí al maitre algo así como: ¿Ud. conoce el Rioja?, pues quiero probar algo así, pero en Chileno. La cena fue entonces exquisita, igual de grande que mi disgusto del otro día que en el mismo restaurante, estando vacío, me han dicho que no tenían mesa. Así que he cenado en el de al lado. Comida italiana, los gnoquis estaban espectaculares y la casatta ni hablemos. Al salir he vuelto a ver el restaurante en el que quería cenar, todavía vacío.

Recuerdo la cena de Aquelarre, en San Sebastián, cuando cumplí 50, no es exactamente comer, es un espectáculo, pero tiene que ver con una puesta en escena de la que la comida solo es una parte, parte excepcional, claro, pero es algo más. Fue un homenaje por la cena y por la compañía.

Comer se convierte en una suerte de compartir mesa incomodidad cuando se va al Cantábrico en Madrid, a comer gambas y marisco.
Se convierte en un deleite para la vista en el cielo de Madrid. Esas interminables alfombras, inmensos tapices.
En un descubrimiento de cómo se sirve la comida si vas a Zalacaín.
En sorpresa si vas a un bar en donde sirven comidas en el bario de Moncloa, creo que se llama Imperio, y en donde han puesto seis mesas, y encuentras unos hongos, muchos variados, fantásticos y desconocidos en temporada.
O ese restaurante que no le gusta a mi mujer en el norte de Madrid, en Torpedero Tucumán.. Cada vez  que voy pido alubias de Tolosa, es una tentación, es un placer.
En una falta de respeto continua que se perdona si vas a Olga en La Guardia.
En un suspense esperando lo que te van poner a continuación de cada plato en el Passadis d`en Pep, en Barcelona.

Una vez estuvimos en Los Ángeles y decidimos tirar la casa por la ventana. Mientras cenábamos y el maître nos contaba su experiencia en España, limusinas llegaban y se iban. No había luz suficiente para distinguir a ningún famoso. Resultado, la cena más cara que jamás me he tomado.

Caro también fue en Montecarlo. En el restaurante el carro de postres iba y venía, sin cambios, las tartas siempre enteras, ¿nadie tomaba? No, por supuesto que todos estábamos dando buena cuenta de aquellos fantásticos postres, pero invariablemente se sustituían las tartas estrenadas por otras nuevas. Obviamente, la cuenta estuvo a la altura, menos mal que el casino se apiadó de nosotros.

El otro día en Colombia la escena fue de cuatro hombres y una mujer. La mujer pide ubres (cualquiera puede imaginarse cómo eran las suyas para provocar mi reacción), ante lo cual me sentí en la obligación de preguntar qué era eso, igual el idioma esta vez me ayudaba. Ella era de Cali y sabía llevar las cosas bien. Tal vez los colombianos estén acostumbrados, pero un español, lo único que podía hacer es preguntar qué era aquello, para disimular.

Supongo que si a un chileno le digo que en Latinoamérica echo de menos el marisco se ofenderá, pero claro, los “oricios” (erizos) que el otro día me tomé en Izamar, superaban la categoría de marisco.

A un francés habrá que regalarle el oído. Aunque ellos se crean superiores, son latinos como nosotros y, ¡cómo comen! No hablo de los nouvelle coussine, hablo de cualquier brasserie, en cualquier sitio, por ejemplo, una comida que me tomé en Saint-Jean-Pied-de-Port, en el pirineo francés.

Y claro, en Cataluña, cuando te vas por Girona y entras en cualquier sitio para comer unos caracoles o un pollo o, realmente cualquier cosa, te encuentras con la agradable sensación de no quererte levantar de tu silla, sea incómoda o no. Recuerdo los restaurantes cerca de un cliente en Sant Gregori. O un día que paramos en un restaurante cualquiera en Vic y nos llevamos la sorpresa, y renegamos del posible cliente porque no quiso ser excusa para repetir la comida.

Pensaba que mi memoria gastronómica era más corta, porque me creo capaz de llenar páginas y páginas. Quede así.

Definitivamente soy latino, disfruto comiendo sea lo que sea, mientras exista la comunicación entre quien sirve (detalle, orgullo, cuidado,…), y quien come para hacerlo un rito.


viernes, 22 de enero de 2010

Perfiles



Por la acera irregular de Polanco una mujer se aferra a su hombre como si fuese a perderlo.
Ella es mucho más pequeña que él, facciones angulosas, cara estrecha, bajita, maquillada, vestida con ropas que parecen especialmente escogidas para llamar la atención y superar su tamaño. Va colgada de su hombre, de su chico, porque lo poco que alcancé a verle a él, no parecía mayor. A ella sí la vi mejor, porque era imposible no verla.

Por la imposible acera que lleva desde el selecto barrio de Polanco a mi casa, a cualquier cosa uno se aferra como si fuera su casa, una coleta de caballo que llama la atención por lo negro noche brillante. Lástima que al final tapa el pelo un gorro imposible de describir, unas mallas de deporte que acentúan el rítmico movimiento de sus piernas, también negro, aunque parece de un color claro en contraste con su pelo.

En la mano un teléfono móvil al que parece atada.

Si tuviera que describirlo diría que es como Orson Wells, ¿sabes? Se sienta en la mesa de al lado de un restaurante argentino al que voy a menudo a comer. Lleva tirantes, unos pantalones elegantes y una camisa sin corbata, que aquí en México no es tan habitual como en España. Entre medias de su barba, bigote y pelo gris, todo abundante, se esconden unos ojos pequeños y, sobre todo, una inmensa sonrisa de aceptación de sí mismo, igual que la que debía poner Orson después de terminar ciudadano Kane.
Comía lo mismo que yo, solo, en mi mesa de mi restaurante argentino.



Adidas Jesucristo de diseño, vaqueros y piernas fuertes en forma de paréntesis. Camiseta amarilla encerrando un cuerpo ancho como un toro sosteniendo una cabeza pequeña. La proporción parece que no cuadra, sus hombros son como vigas y sus brazos le cuelgan y hacen un vaivén al caminar atléticamente. Su sonrisa es de satisfacción por cómo camina, por cómo se mueve. Probablemente un turista americano en Santo Domingo.

Piel oscura, bajo y delgado. Ojos grandes con mucho blanco. Lo que más llama la atención es el ruido que hace, como habla, sin parar. “Ah, este va a doblar...  A mí me gusta cerrar a los motoristas, para que no me pasen por el lado... No, de verdad. Porque después lo rayan a uno. ¡Mira! le hizo así al carro (golpeando con la mano), luego va y se tiró de morros, ¡ay!, ¡ay!, ¡ay!, decía. Y entonces yo le dije, espérate, yo te voy a matar, porque si lo veo vivo, voy a durar preso mientras él esté enfermo, agarré el carro y que le di patrás”, uno de mis taxistas en Santo Domingo.

Boca chica, intentando cerrar un trato. Por la playa un cuerpo de susto. Sujetando con los dos brazos abiertos atrás las cintas sin atar del bikiny minúsculo, verde. Mulata de piel morena, india les dicen aquí. Pelo negro, que contrasta con la luz de la playa de Boca Chica.

“Español”, bregado en mil países, ‘currante’, de Madrid, casado en España y en Dominicana, las dos saben de la otra, dos niños aquí, uno allá. Empuje, autosuficiencia, zapatos sucios de la obra, de trabajar, decidido. Vaqueros gastados, hombre para todo. Fanfarrón. Mercenario. Fiel.



Siempre existen clases, ahí está el sumillier, supremo dios del restaurante francés. Su mandil es negro, de piel de canguro para poder incubar los tapones de corcho sacados con gesto indiferente pero importante. ¡Cómo es la postura abriendo la botella!, ¡Cómo la forma de verter y preguntar al señor por la calidad del vino! ¿Lo habré visto antes? El vino, por definición de vino industrial, es imposible que esté mal, y solo se llama vino por ser francés el restaurante. El señor solamente lo es por pagar 80 dólares por plato.

Estamos en Las Vegas.

jueves, 21 de enero de 2010

El paraíso

Todo empieza en un avión de una línea aérea de US que me tiene que llevar de México a San Francisco. Pasillo y salida de emergencia, si es posible, reza mi latiguillo eterno, con mi sonrisa, a la chica de turno de facturación.

Pues vaya, resulta que esos ya se lo saben y si Ud. quiere salida de emergencia, tiene más sitio para los pies, entonces Ud. puede amablemente pagar 77 u$d de exra cost. Supongo que el precio es lo que hay que pagar para tener más probabilidades de salvar la vida en caso de accidente. Pregunto si también hay que empujar, pero mi educación cierra mi boca automáticamente. Obviamente las bebidas y el desayuno, en un vuelo de cuatro horas y media, si lo quiere, es pagando.

Me niego por principio a pagar por ninguna de esas cosas, forma de sacar el dinero a la gente. Cuando me dan un vaso de agua, este gratis, asombro, el agua parece del grifo de Barcelona. Y no es que tenga nada en contra de Barcelona, de hecho estoy tan profundamente enamorado como se puede estar de una ciudad,… ¡pero el agua!

Por lo que se ve en el avión, también están ahorrando en personal de limpieza. Recuérdame Pedro que nunca más volemos con ellos.

Al grano, que se me olvida, Las colas de inmigración de San Francisco no son comparables con las que recordaba la última vez que entré en el paraíso por Miami, estas son pequeñas.

Has decidido previamente que le vas a contar toda tu vida al oficial, sea cual sea la pregunta, si tienes amante, si vendiste cromos cuando eras joven, si el hotel al que vas tiene king bed o double bed,… en fin, estas dispuesto a contarle tu vida, pidiendo un sello y que te dejen entrar en el paraíso.

Después de registrarte las huellas digitales de los diez dedos y de hacerte una foto, a pesar de tener una visa, de explicarle de donde vienes y a donde vas, no solo mañana sino el resto de tu vida. ¿Qué hará en República Dominicana la semana que viene? Le contesto que tengo una querida que me espera pero que no se lo diga a mi mujer, pero mi educación me cierra la boca automáticamente ¿Y que vende? Y tengo que resumir los 15 últimos años de mi vida en tres frases cortas, además en inglés, que resulten verosímiles. Esta vez no es mi educación sino mi inteligencia la que abre mi boca para esbozar tres frases inteligentes y comprensibles.

Un sello y se abren las puertas del paraíso, que sí lo es, a su estilo.

Últimamente comparo el nivel de vida de cada país que visito por su eficiencia en entregarme la maleta. Ayer en México 10 policías miraban como un perro husmeaba todas las maletas, tiempo estimado de espera 60 minutos. Hoy, aquí, apenas estaban cuando he llegado.

Espacios inmensos, suelo limpio, baños perfectos, todo de grandes dimensiones, todo fácil, todos los modelos de Ray Ban que estabas buscando, por ejemplo, tiendas para todo, orden, concierto.

Aquí el viejo cuento/excusa de que somos demasiados para resolver las aglomeraciones y los atascos, se resolvió hace tiempo, será la abundancia de suelo, o de recursos.

Ahora no es ironía, ahora estoy afirmando que ver esto, estar aquí, vivir aquí, aparentemente, vale la pena.

Siempre que viajo a USA salgo con la misma sensación de asombro y admiración. Esta vez el sentimiento final es el mismo, aún cuando he tenido alguna información más reveladora un poco más crítica.

Tres filas en la autopista a velocidad lenta, una libre, la gente no la usa porque es solamente para coches con dos o más ocupantes, asombro de civismo. Bueno, la multa es de 450 u$d.

La flexibilidad del mercado de trabajo es enorme, pero un mozo de almacén cobra 2500u$d. Dicen que el efecto de despedir sin que cueste nada es similar, a ponerle un precio elevado. El mozo de almacén es igual que en España, intenta trabajar lo menos posible, se va en cuanto puede.

Empresas inmensas con un mercado inmenso que han tenido fácil hacerse así. La crisis les ha sorprendido igual, mismos errores que en España, el tamaño no importa.

Cada día es más difícil distinguir entre causas y efectos, porqué son capaces de hacer las cosas tan grandes  y uno no entiende si la razón es que las hacen muy grandes.

Cada día el asombro por el civismo y sus resultados, más civismo son debidos al gran civismo que existe.

Desde luego, es la frontera del paraíso.

lunes, 18 de enero de 2010

Haití

La mente humana puede convertir una realidad insoportable en soportable por inevitable.

Hace no demasiado tiempo el país más poderoso de la tierra invadía Irak, con la excusa de que podía ser una amenaza para todos. De  paso le encasquetamos a Irak nuestra mejorable democracia. La reconstrucción del país es un negocio que se justifica por sí mismo pagado por sus recursos naturales: el petróleo. Probablemente la verdadera razón.

Al final, el país no era una amenaza ni era nada y el desastre que provoca nuestra democracia con su realidad es un coctel imposible de tolerar, con muertos y más muertos incomprensibles para nosotros, todos los días.

En Haití se ha producido una tragedia, todo el mundo a ayudar, la solidaridad de los grupos humanos es un buen síntoma de la salud de la humanidad, sin ironía, espectacular. Pero Haití ya sufría una desgracia, como otros muchos países, no por no tener democracia, sino por carecer de la educación, los conocimientos y los recursos que le sobran a cualquier sociedad avanzada.

Su situación normal no provocaba solidaridad, era una situación ajena a nuestras sociedades. Ojalá que el esfuerzo que se va a realizar allí sea útil, que la logística y los recursos de los países desarrollados puedan conseguir, sobre la desgracia, edificar una nueva sociedad, al menos aquí no hay negocio, no hay petróleo, solo solidaridad, ojala tiempo. Es un reto para ilusionar.

Y si sale bien, porqué no hacerlo con otros países del globo que están en la misma situación sin necesidad de terremoto.

Cuando elegimos a nuestro actual presidente oí cosas relativas al África o a las civilizaciones. Cuando salió Obama el discurso era magnífico, por fin algunos políticos iban a cruzar la línea que separa la acción política con horizonte político, para llegar a la generación global de confianza en nuestras fuerzas, unidas, la línea del entusiasmo de la humanidad, por encima del nacional.

Hoy en día sabemos que nuestro presidente nos falló, y que Obama no lo tiene nada fácil. Otra vez  como al principio, sin nadie capaz de poner en duda nada, siguiendo la línea del horizonte político con 8 años de máximo.

Mientras tanto, la naturaleza humana da muestras de su persistencia, de su capacidad de no ser destruida. Seres humanos sepultados sin moverse y sin alimentarse durante cuatro días son rescatados, ¡vivos! ¿Qué pensarían durante esos cuatro días? ¿Cómo se soporta?

sábado, 26 de diciembre de 2009

Lotería y toros

Una vez más lo políticamente correcto ha invadido nuestra televisión pública, pagada por todos, a la par que la privada, contagiada de la emoción de unos pocos mortales que manifiestan tener agujeros que serán tapados por la enorme suerte de haber sido los afortunados de un juego de azar.

Hace unos pocos años lo hubiéramos tomado como una tontería “digna del régimen”, en donde el trabajo y el esfuerzo se ve sustituido por la fortuna concedida por una institución pública, pagada por todos, a la que es necesario dar gracias.

Ya está bien que periodistas que uno cree buenos, se presten a esta ceremonia anual en dónde las tremendamente falsas frases en donde figura la palabra “repartir”, dejen de participar.

Lo absolutamente cierto es que, de promedio todos invertimos 70 euros, para que unos pocos, muy pocos, ricos o pobres, reciban 35 euros concentrados, esta es la palabra correcta, de forma aleatoria. Los otros 35 quedan para pagar al calvo, o para pagar la complicidad de esos buenos periodistas. Me gustaría saber cuánto nos queda para nosotros de esos 35 euros.

Ya se que la mayor parte de los que invierten los 70 euros anualmente apelarán a la tradición, para justificar la ludopatía selectiva, y que aplicarán la misma medicina que se le aplica a los que pretenden eliminar la salvajada de los toros: la tradición. Supongo que exceptuarán la tradición de la ablación del clítoris, el velo, tener un harén y otras tradiciones similares.

Lo único de lo que me quejo es de que la lotería de Navidad me cueste dinero, tan difícil de entender?

sábado, 19 de diciembre de 2009

Cuidado

Me acuerdo cuando era niño o adolescente de ir con especial cuidado de algunas cosas. Mi bicicleta, recuerdo que era una Gimson, que mi padre me compró era de hierro, por lo que no se podía mojar. Cada vez que llovía era necesario secarla. Si la bicicleta se oxidaba, ya no iba bien, era una vergüenza tenerla oxidada.

El LP que cada dos o tres semanas conseguía comprar, con lo que ahorraba de mi paga semanal, era objeto de mimo, mucho más que cuidado. Cada vez que lo ponías en el plato lo sujetabas delicadamente, lo sacabas de su funda,... No cuidar el disco era rayarlo, ya no se podía oír.

Y los muebles con miniaturas, o las medallas de la comunión o los relojes. Algunos regalos eran especialmente valiosos o suficientemente frágiles como para que los guardara mamá.

Me imagino que aquello formó parte de nuestra educación. Era una forma de darle importancia a las cosas, de aprender a tomar responsabilidad acerca de algo.

Supongo que es necesario darle gracias a la evolución. Ahora las bicicletas ya son de acero inoxidable, ya no se oxidan y como no pesan, ya no es tan necesario estar en forma para hacerlas correr, ni hay que cuidarlas. Ahora si se te cae el MP3 no pasa nada, no se rompe como el vinilo, ya los relojes tienen un precio que permite perderlos, no hace falta que los guarde mamá.

Viendo los documentales de bichos de la 2, te das cuenta cómo los animales se entrenan, juegan a las cosas que más adelante en su vida servirán para defenderse, para procrear, para sobrevivir. Me imagino que es parte de nuestro entrenamiento adquirir responsabilidades de las cosas. 

Y cada día queda más lejos de la realidad, y me pregunto si esa parte que nos falta o les falta a nuestros hijos para adquirir responsabilidades, no es una parte fundamental de la educación que la evolución tecnológica nos ha regalado, nos ha privado. Tal vez sea solamente una forma nostálgica del cualquier tiempo pasado fue mejor,... pero.


La evolución siempre parece tener efectos colaterales, siempre elegimos la evolución, lo más moderno, y despreciamos sus efectos. Ya sea el cambio climático o detalles como estos, que supongo tienen otras soluciones.

Nuestros hijos deben de tener algunas cosas importantes y deben de buscarlas, su responsabilidad futura está en juego.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Melancolía

A veces pasan varias cosas a la vez, no relacionadas, que te van comiendo ´la moral´ hasta hacer complicado enfrentar las cosas corrientes de cada momento. Aparece la melancolía, te haces más sensible a algunas cosas, y despiertas recuerdos.

Ayer entré en el salón de una casa desconocida, la madre anciana y con principio de alzheimer, de un amigo mío. La casa era grande. Mi cabeza se fijó en la mesa del salón, con seis sillas, pero pequeña. El tamaño de la mesa, comparada con el tamaño salón me llamó la atención. Una mesa es para reunirse a comer, todos, y allí no cabía mucha gente.

Mis recuerdos me llevaron a una cena en Casablanca. Había acudido a Casablanca como miembro de una misión comercial española a Marruecos. Yo quería saber si se podían hacer negocios allá. Fui con un catalán que ya tenía experiencia en Marruecos. Conocía a un local, un hombre mayor, no recuerdo su nombre, que hizo las veces de taxista, anfitrión y guía y creo que podía haber hecho cualquier otra cosa. 

Una de las cosas que hizo fue invitarnos a cenar a su casa. La primera sorpresa fue lo grande que era la casa; la segunda lo grande que era el salón, sin más muebles que banquetas rojas en la pared rodeando el perímetro; una mesa redonda. Invitados: mi amigo el catalán, yo, nuestro anfitrión y un belga con una vida por África, en Senegal y en sitios así de pintorescos (presente pasado).

La última sorpresa, su hija, ya más que adolescente, que solamente entró en el salón para servirnos la mesa, increíble cena, increíble cuscús, sin apenas cruzar palabras con nosotros, a pesar de las orgullosas palabras de su padre.

Y los ojos de mi padre vidriosos, todo lo contrario que vivaces e inteligentes y observadores, que lo fueron toda su vida, sentado en una silla de ruedas, esperando no sé qué.

Si el presente o la compañía no viene en tu auxilio, te encuentras dando vueltas en una espiral descendente.

Recuerdo poco a mi abuelo, al padre de mi padre, el único abuelo que conocí. Lo veíamos pocas veces al año. En Navidades íbamos a su casa toda la familia. Tenía un salchichón duro, buenísimo. El abuelo era un señor. Una de las Navidades mi tío Miguel, a la sazón hijo predilecto de Barcelona, vino con un sacacorchos de aire comprimido, una ‘modernez’, obviamente cara. La cara de mi abuelo cuando lo vio, era una mezcla de escepticismo y desprecio que hasta un niño de doce años como yo podía reconocer. 

La cara que puso, sin producir ningún sonido fuera de un discreto ¡ups!, cuando la botella de vino escupió el tapón y manchó toda la pared, fue un poema. Aparte de estas cosas, le recuerdo sentado en un sillón de orejas amarillo, sin articular palabra, con esa misma mirada que ahora tiene mi padre.

Un sentimiento, muy enterrado, de pena por lo que pasó y nunca volverá, por los presentes que se acaban, y que te das cuenta justo cuando han pasado, o precisamente en los momentos de melancolía.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Viña y Valpa

La playa de Viña del mar hace mucha pendiente, señal de mareas grandes. Cuando estiras la toalla en lo alto de la pendiente, el mar parece un escenario; fondo de dos azules, océano y cielo, y tablas en donde rompen las olas, pasean las parejas o los solitarios; se entrenan los adolescentes, juegan los niños.


El sol se va acercando por la tarde a la estela brillante que pinta en el mar desde el horizonte hasta la playa. La marea sube, ya está a media pendiente. Las olas siguen con su ritmo imposible, ruido profundo que a fuerza de ser repetido, acostumbra la cabeza.

Los vendedores, molestos al principio, con su alta letanía, imposible de descifrar, van pasando cada vez menos frecuentemente. El descubrimiento es que no todos dicen lo mismo. Al fin entiendo a uno que habla de “¡...no se qué frescos a sien!”

Viña es como cualquier otra playa de un lugar turístico que haya conocido. El calor, el sol, la luz,... El Pacífico se empeña en marcar la diferencia. Sus aguas no son transparentes como las del Mediterráneo o el Caribe. El color es azul acero, con olas solo en la orilla, quieto, pero con una quietud amenazante. Se lo ve y uno se lo imagina profundo, denso.

A lo lejos, barcos esperando por el puerto de Valparaíso, apoyandose en el océano. Grandes barcos que se ven grandes incluso en la distancia.

La playa parece bastante domesticada. No hay duchas ni socorristas, pero hay un paseo y debajo un camino de maderas para sacudirse la arena. La arena es amable, más oscura y algo más gruesa que la de mi Mediterráneo, será para camuflarse más fácilmente con el océano.

Hay puestos en el paseo. Un malecón con ocho pilares medio derruido soporta una grúa, cuyo color oxidado disimula la herrumbre y parece una escultura de diseño.

Lujosos edificios bordean el paseo, espaciados, altos, acristalados. Un paseo en coche revela calles bien trazadas, casas bajas, anónimas, son para el verano, claro. Las cuadras tienen números; las calles que van al norte se llaman así, con uno, dos,… Las perpendiculares Oriente y Poniente, todas también con un número. Organización que te sorprende porque enseguida eres capaz de saber dónde estás, adonde vas, y que hay después.

Valparaíso está a lo lejos, misterio. ¿Será el valle o será el paraíso? Mañana, después de la playa y el sueño, iré a descubrirlo.

No es lujo. Fuerte olor a pescado en un mercado de domingo. Los colores disimulan la pobreza. ¡Qué colores! Casas azules, ocre, violetas, rojas, verdes,… Hasta las chapas de Uralita parecen estar pintadas de color óxido.

Más de una docena de funiculares (ascensores) te permiten subir rápido a los cerros que rodean la bahía y en donde está construido Valpa, por cien pesos. Todos los ascensores tienen un nombre propio: El peral, Larraín, Lecheros, Mariposa,… como si fueran parte de la ciudad y necesitaran sentirse calles, con nombre.

Están escondidos. Cuando subes en uno, no importa cual, los colores de las casas te rodean, y descubres vegetación. A medida que subes descubres el mar brillante, plano, dentro de la bahía. Ahora los barcos sí parecen grandes, están cerca, casi tan cerca como las grúas, grises, blanco y rojo, estas sí moviéndose para descargar.

Los barcos de guerra en el puerto provocan la sensación agridulce de admirar sus siluetas como animales marinos majestuosos, y pensar para qué sirven, para la guerra, auque algunos piensen que “defensa propia” es suficiente argumento para construirlos.

Y alcanzas a ver más ascensores y estás rodeado de casas que tuvieron su indudable esplendor. Grandes, de madera o de piedra, con pinta de palacios o de casas para vivir, siempre de muchos colores.

Me siento a contemplar la bahía, el puerto a mis pies, Viña a lo lejos, su playa desde aquí tiene el color de todas las playas: ocre; no pacee oscura. La grua de diseño, ahora negra, se distingue en la distancia.

En una de las plazas a las que subo se está rodando algo, son americanos. Los gringos tienen prioridad absoluta en este mundo. El mirador precioso, restaurante prometedor, se convierte en un bar. No volvería a sentarme allí, aunque no dejaré de subir a ese ascensor: Valparaíso.

Seguro que fue fuente de inspiración. El orgullo que destilan sus colores tuvo que dejar inspirado a más de uno. Esa inspiración, la bahía, tuvo que generar esos colores.

Viña es fantástica, pero se pueden encontrar sucedáneos, villas parecidas, mismo o mayor lujo. Valparaíso es irrepetible. Ojala hubiera podido estar aquí hace 100 años.

29/11/2009