jueves, 12 de noviembre de 2009

Hay papeles en blanco que se enamoran de una lapicera

Cuando uno lee a Mario Benedetti hace varias cosas.

La primera es enamorarse de su lapicera y de como es capaz de hacer el amor con su sacapuntas, su arma secreta. Con él, en estado de felicidad, es capaz de regatear a todos los defensores en Maracaná y crear sinónimos o inventar palabras. Es capaz de ver cosas, olvidos, escenarios, vidas, pasiones (siempre ajenas) es decir TODO, sin brújula, solamente con las palabras o tan sólo con las letras.

Después, uno se enamora de sus historias, o debría decir, de sus personajes que construyen, sin darse cuenta, vidas reales, adorables, envidiables y creíbles, dignas de limosna (relativas al alma) o, simplemente, admiración.

También te asombra descubrir lo que te has perdido. Ver que de joven no pudiste sacar conclusiones, admiraciones y placer. Disculpas esto porque te das cuenta que era imposible sacarlas sin canas, o de darte cuenta de que el placer, o el momento de placer, puede llegar con la lectura y el reconocimiento, escrito por otro, de sentimientos, escenas, vivencias, prestadas (jamás robadas), de tu propia experiencia.

A Mario, esté en el país en el que esté ahora; el título es suyo.

martes, 27 de octubre de 2009

Adolescencia

La adolescencia, o aborrescencia, es una edad difícil. A poco que hagamos memoria podremos recordar momentos en los que todo pasó, o momentos en los que sufrimos grandes injusticias, o momentos en los que nuestra lucidez abarcaba el futuro entero en un puñado de creencias y conceptos que lo resumían todo.

El paso del tiempo va suavizando las líneas de las opiniones hasta hacerlas compatibles con el entorno que nos rodea y, sin embargo, nuestra cabeza sigue pensando que no hemos cambiado, que seguimos pensando lo mismo.

Recuerdo mis vacaciones en la playa y recuerdo el entorno de amigos, solo recordados durante el curso, pero añorados después de las vacaciones y aquellos ojos azules que eran como un imán, nada había que hacer más que acercarse. Hacer las cosas bien o hacer alguna cosa,… ninguna de las enseñanzas que se me transmitían era más poderosa que aquellos ojos azules que me hacían hacer cosas, no quedarme quieto, que era lo que mi cuerpo pedía.

Ahora, cuando veo a mis hijos, tan seguros de cosas que a mí me revuelven las tripas por no saber como son, porqué son, que significan. “…la policía tiene que responder cuando les tiran un coctel molotov”, decía mi hijo ayer. ¿Cómo explicar la dificultad de entender porqué una pandilla de mocosos hacíamos carreras con los grises no acordándome hoy muy bien para qué? Supongo que cada generación tiene un tiempo de ser adolescente y, al despertar, algo debe de hacer para cambiar el mundo.

Ya llevamos demasiado tiempo en España que las sucesivas generaciones no hacen nada por el mundo. El mundo no lo necesita, ya todo está conseguido, no deberemos de preocuparnos por tener trabajo, ya no tenemos que preocuparnos por el futuro, las injusticias en el mundo quedan muy lejos. Y las nuevas preocupaciones, el cambio climático, la guerra de Irak ¡quedan tan oscuras, tan decididas y escondidas entre los artificiales debates de nuestros políticos!

Ojala surja alguien o algo que mueva los corazones de nuestros jóvenes, de nuestros despertantes de adolescencia. Tenemos que llenar a nuestros hijos de entusiasmo, del entusiasmo que permitirá abordar cualquier causa, justa o no, pero causa al fin, que pueda forjar el espíritu renovador del los jóvenes ex adolescentes que tienen que surgir.

A lo mejor, la crisis en la que vivimos tiene la capacidad de remover consciencias, de germinar inquietudes y todos podamos obtener la savia de una nueva generación que, de nuevo, cambie el mundo.

STOCK Noviembre: Y ahora qué toca

Muchos directivos deberían darse cuenta de la suerte que han tenido por no ser despedidos. Grandes empresas reducen sus ingresos un 14%, por ejemplo, pero incrementan sus beneficios un 20%.

Si hablamos de empresas españolas, la reducción estándar (de la que todo el mundo habla, no es ningún dato confiable), es una reducción de los ingresos del 30%. Y sin embargo, a pesar de la inmensa destrucción de empresas que ha habido, muchas otras continuarán.

Otras todavía están empeñadas en buscar otros negocios, o en salir a otros mercados, esperando que se eleven sus cifras de ingresos y convencer a los bancos en el primer trimestre del año que viene para que sigan confiando en ellos, aunque esa estrategia demuestra que no confían en sí mismas.

Personalmente pienso que esta crisis podía haber tenido alguna consecuencia positiva. Que alguien se hubiera dado cuenta que tenemos el mundo hecho unos zorros y que era necesario reflexionar acerca de nuestros planteamientos básicos: sociales, de ocio (para los que pueden comer claro), económicos, incluso políticos… Pero no, seguimos exactamente igual. A duras penas alguien bajará el sueldo a los responsables de la banca, pero seguirá pagándoles por los mismos conceptos. La especulación sigue viva.

El incremento de la productividad, lo que alguien puede hacer por el sueldo que cobra, es lo único positivo que se puede sacar de esta crisis. Que nadie me acuse de buscar conclusiones positivas en un exceso de optimismo, todavía nos queda crisis para rato.

Doy gracias porque no me despidieran, Leuter también ha sufrido una reducción de ingresos que se ha compensado con una reducción de costes. Redoblaré mi empeño en que las cosas se hagan en los almacenes de la mejor forma posible y al menor coste posible.

Muchas empresas piensan ahora que hacer lo que nosotros hacemos es muy fácil. Ya llegará el momento, cuando realmente se pongan a hacerlo, en el que descubran lo contrario. Alguno de nuestros competidores puede decir que su producto vale, por ejemplo, 30, nosotros decimos que 100 y, como consecuencia, somos mucho más caros. Pero es que, probablemente, nosotros podamos hacer ahorrar 70… cada año. Alguien me contaba un día la diferencia entre precio y valor, hablándome de las beneficiosas consecuencias que nos iba a traer la crisis.

Creo que lo que toca ahora es poder medir resultados. Como que lo mío son los almacenes, empecemos por ahí. Propongo algunos indicadores básicos para decidir si un almacén funciona mejor o peor que otro.

Los dos objetivos básicos de un Jefe de Almacén son:
1. Servir lo que le piden cuando se lo piden
2. Controlar los inventarios que se le confían sin perder nada.

Velocidad de preparación¿Cuantos pedidos, líneas o bultos podemos cargar en un camión, dividido entre la cantidad de horas hombre que tiene el almacén?

Claro, podemos preparar un enorme número de pedidos y hacerlo rápido y muy mal, como en la vida misma, así que este dato no tendrá ningún valor sin tener en cuenta la calidad de servicio.

Calidad de servicio
¿Cuántos pedidos no tienen error y salen a tiempo dividido entre el número de pedidos totales que servimos?

Calidad de los inventarios
¿Cuánto vale la mercancía que pierde en el inventario anual, dividido entre el valor de la mercancía que tiene en el almacén?

Velocidad de recepción.
¿Cuántos pedidos, líneas o bultos podemos almacenar dividido entre la cantidad de horas hombre que tiene el almacén?

Creo que con estos cuatro indicadores podemos medir un antes y un después en un almacén, o proponer un plan de mejora de nuestra operación y darnos cuenta de si estamos en la dirección adecuada o no.

Me dijo alguien que el buen consultor era aquel que conocía las preguntas, porque las respuestas eran fáciles. Creo que estas cuatro son las preguntas imprescindibles. Ya tendremos tiempo de afinar.

(Publicado en Stock-Noviembre 2009, Reed Business Information en España)

martes, 22 de septiembre de 2009

STOCK: Octubre; ¡Cómete el queso!

Mis amigos ya saben que estoy viajando mucho para intentar repetir el éxito de Leuter en España, al otro lado del océano Atlántico. A este lado del charco he podido descubrir algunas cosas acerca de los, teóricamente, mejores WMS (Sistemas de Gestión de Almacén) que se están instalando por el mundo.

Nacimos como empresa hace 15 años, aprovechando la tecnología de la radio frecuencia. Podíamos usar terminales conectados a un sistema central, sin hilos, a la increíble velocidad de 19.200 baudios, que costaban algo más del millón de las antiguas pesetas.

Era muy atractivo pensar que podíamos actuar en tiempo real, analizar lo que era necesario hacer en el almacén en cada momento y ordenarle a quien estuviera más cerca que llevara un pallet de un sitio a otro o que hiciera un picking; nació ADAIA.

Llevamos más de 15 años haciendo lo mismo. Ahora, los terminales cuestan poco más de 1.000€, su velocidad de conexión los ha convertido en terminales de red, todas las marcas de terminales se conectan de la misma forma (WiFi/802.11). Hoy en día nos conectamos remotamente a cualquier ordenador del mundo,…la tecnología ha mejorado.

Nosotros también hemos cambiado. Al principio nos atraía la satisfacción de hacer un producto que se pudiera aprovechar la tecnología. Enseguida descubrimos que eso no le importaba a nuestros clientes, que si queríamos vender era necesario obtener resultados tangibles, prácticos: el almacén debía mejorar su calidad de servicio con menos costes, menos recursos, incrementar su eficacia.

Aprendimos cómo hacerlo y nuestro software se fue haciendo menos solución y se fue convirtiendo en una herramienta que nosotros ajustábamos cada vez que era necesario. Empezamos a trabajar con un método, a analizar los problemas logísticos antes que los informáticos. Empezamos a dar soporte, era necesario que el almacén no se parara; nos convertimos en una compañía de servicios.

Convertimos un éxito inicial en un negocio duradero. Salimos al exterior en 1999. Exportamos experiencia y, cómo no, nuestro producto.

La crisis, y algún libro de éxito de los negocios (¿Quién movió mi queso?, de Spencer Johnson), nos indica que nada es constante, que todo cambia, que es necesario perseguir el queso, siempre. La crisis nos lo movió. Las empresas ya no estaban interesadas en mejorar su calidad de servicio, pero sí estaban interesadas en ahorrar costes, como lo hacíamos antes de convertirnos en ricos del ‘primer mundo’,… aunque sin hacer ninguna inversión; nació ADAIA alquiler y financiamos nuestros servicios.

También era verdad que en otras partes del mundo necesitaban de nuestra experiencia, más que en España. Centro América y Latino América en general, cada día está más convencida de lo que supone la logística como motor del crecimiento, una forma de mejorar las empresas con muy poco tiempo de espera para obtener resultados.

Las compañías de Estados Unidos, que nacieron un poco antes que nosotros (el origen fue la aplicación de una tecnología, la radio frecuencia), han crecido mucho más que nosotros. Su mercado era mucho más grande, tenían más dinero y han comprado empresas que hacen muchas más cosas de las que hacemos nosotros, para atender a la cadena de suministro, se han convertido en SCM Companies, Supply Chain Management, en lugar de WMS Companies.

Ahora, viendo instalaciones aquí, a este lado del Atlántico, estoy convencido de que sus WMS ya no son tan buenos Nosotros hemos seguido haciendo lo mismo, y ellos han dispersado su tiro.

Para nosotros, lo mejor de todo esto es que en Latino América, la cadena de suministro todavía no es el problema, mucho antes están los eslabones, los almacenes, que nuestro producto y servicios mejoran espectacularmente.

Me parece arriesgado que cuando a una empresa le mueven el queso, sea posible hacer cosas diferentes de las que hace o abrir nuevos mercados, eso es para tiempos de bonanza. En 1999 hicimos el primer proyecto en Argentina. Leuter México se fundó en 2001. Leuter Chile en 2003. Ya estábamos allí.

Ya sabía que un producto no servía de nada sin la necesaria experiencia para ponerlo en marcha. También sabía que nuestro producto era uno de los mejores de España. Ahora sé que está al mismo nivel que los mejores del mundo.

¿Orgullo patrio y de padre? Tal vez, pero hace ya más de 15 años que vendemos un ahorro de costes. Cada vez con una inversión más pequeña, y que en todo este tiempo ninguno de los fantásticos productos de Estados Unidos ha sido capaz de hacer instalaciones regulares en España. A lo mejor es por algo.

(Publicado en Octubre en Stock, Reed Business Information)

viernes, 18 de septiembre de 2009

Casa de Campo

Estar solo en un Resort caribeño fuera de temporada, te hace sentir todavía más solo. Ahora es, teóricamente, temporada de huracanes y los americanos no vienen por aquí. El tiempo es caluroso y la presión se siente por el calor húmedo y la falta de gente a la que observar.

Como no hay otra solución, la vista se fija en cosas, estáticas, o como si lo fueran. Por ejemplo ese ventilador de techo que gira desesperadamente para provocar un poco de corriente de aire, y es desesperado, porque la luz que cuelga debajo de las aspas que giran se tambalea de un lado para el otro.

O, por ejemplo, en la música brasileña de fondo que está presente en cualquier lugar supuestamente romántico, o en la bachata, especie de ritmo de salsa de Dominicana, en cualquier otro lugar que, en temporada, estará animado y repleto de gente.

Ayer, cenando en un romántico restaurante, solo, en una paya lista para capturar una postal ejemplar del Caribe, las luces iluminan la transparencia del agua, reflejando el fondo como para querer mostrar que las aguas son transparentes, mientras que una línea de espuma blanca señala una cadena de rocas 200 metros mar adentro, antes de la oscuridad.

Todas las mesas vacías, inmaculadamente blancas, tienen un candil encendido. En momentos como este entiendo la competencia: conseguir la mejor mesa del restaurante, pero sin nadie que te la discuta, no te da ninguna satisfacción.

Curiosa la historia de esos insectos que vuelan sin descanso alrededor de los focos. Supongo que la distancia es la mínima para no quemarse. Es como el riesgo o el amor, se acercan lo más posible, se separan, descansan, mantienen la distancia hasta que, inexorablemente, se queman en el foco. Otro toma su lugar, el foco, objeto de deseo, siempre rodeado de amantes.

El armazón del techo de donde he cenado hoy es de madera, y la cubierta de hojas de palmera. Se ve el trabajo, que debió de ser largo, para trenzar las hojas a la armadura. Me pregunto que pasaría si un huracán azotara la isla, porque ese techo debe de ser tan laborioso de construir como fácil de desmontar por una naturaleza enfurecida.

Al bajar del carro de golf, aquí te dan uno nada más entrar para poderse mover por el hotel, un cangrejo ermitaño se movía por el camino con su casa a cuestas, más grande que él, del que solo se veían las patas corriendo frenético para huir de mi sombra, enemigo potencial para él, que no tiene per sé ningún peligro.

Los focos, por la noche, iluminan el verde, escondidos. Hojas grandes y redondas, hojas finas, arena blanca. Tumbonas que, de día, deben de ser imprescindibles para leer y tomar una piña colada, el sabor que, para mí tiene el calor y la humedad. Un bote suspendido a escasa distancia del fondo, supongo que para pasear en lugar de leer.

El Resort es todo lujo. Si el lujo se mide en lo que se cobra por todo y en lo que no se regala, este es de súper lujo. Aparte del hotel, Casa de Campo es un conjunto de villas de lujo que compiten en su ostentación disimulada.

El golf es una especie de bálsamo para hacer transcurrir el tiempo más rápidamente. Te concentras en la bola, en el campo e intentas que el juego sea un pasatiempo a medias entre el paseo, cansado, contemplar el paisaje, fantástico, y,… la conversación.

Rolando es un negro muy oscuro y muy grande, el caddy que intenta no aburrirse contemplando lo mal que juego al golf, e intentando imaginar cómo puede hacerlo para sacarme algo de dinero que ayude a mantener a su familia. Es toda la conversación que puedes encontrar detrás de esa idílica postal, si no es temporada.

El paisaje es verde, húmedo y caluroso...

lunes, 31 de agosto de 2009

Peña La Berza

Ya es 21 de Agosto. El sol aprieta. ¡Amigo! Tus vacaciones ya se han acabado. Vuelta a empezar, nos espera una semana de fiestas.

Aparecen las camisetas rojas y blancas, los pañuelos violetas. Es la peña de La Berza.

Empezamos la escuela de aprender a hacer cosas. Los niños y no tan niños harán cosas que en sus casas, el resto del año, pagan por no hacer: la comida, recoger, limpiar. Y encima, en fiestas, pagamos por hacerlas.

Se ve a gente, siempre cumpliendo, pero algunos con el mínimo, escaqueándose solamente si no son observados. Otros, en cambio, ponen lo mejor de si mismos para sentirse identificados con una idea: que todo salga bien. Otros se ocupan de que todo salga bien sin figurar, con lo que haga falta. Cuando se hace así, todo parece salir sin esfuerzo.

Hay un espíritu de tribu, de pertenencia a un grupo, de cosas comunes, de recuerdos comunes, de historias comunes, de otras fiestas parecidas en las que algo diferente pasó, y por eso son recordadas.

La vida pasa rápidamente estos días. Comida y más comida. Pero también conversaciones, y cruce de vidas; alcohol que todo lo anima. Y la cantidad de gente que llega al pueblo y una sensación de ambiente festivo de todos, propios y extraños, que hace que tu cuerpo se mueva, que tu mente se libere y que te olvides de los problemas de la vida.

Historias aprendidas y repetidas, nada queda a la improvisación en el cocido, por ejemplo, voluntad de repetir lo que se recuerda como momentos de diversión. Cantidades apuntadas y rastros que año tras año van cambiado por sí solos construyendo historia: el año que viene no hay que comprar vasos.

Gente a la que resulta difícil soportar lo auténticamente popular nos sentamos en el suelo y nos llenamos de polvo y comemos de una forma incómoda unas judías que, aparte de estar buenas, pagamos religiosamente. Colas, aglomeraciones, una tarea difícil: distinguir entre lo popular y lo hortera. ¡Cuantas ollas y tupperware llenas que acabarán en la basura!

Viendo cómo lo pasamos, el resultado de las fiestas parece de lo más normal. Pero sería de lo más fácil que fueran un desastre. Cuando algo está lo suficientemente organizado y entrenado como para que no parezca que lo está, entonces es realmente cuando el orden se impone e, independientemente de si un año es más animado que otro, las cosas salen a la perfección, animando aún más a la tribu para repetir, año tras año.

Aunque seguro que de vez en cuando hay roces, es imposible distinguirlos entre la animación general, yo creo que incluso se disimulan durante estos días.

Y llega el 26 y las fiestas se acaban con un ritual repetido una y mil veces. Agradecimientos, nombramientos, una auténtica Constitución no escrita de jerarquías costumbres y canciones. ¡Cuan fuertes pueden ser las costumbres, más incluso que las leyes!

Ya los pañuelos van a desaparecer hasta el año que viene y casi también el calor, y casi también las vacaciones.

La Granja, 28 de Agosto de 2009.

domingo, 16 de agosto de 2009

Volando a casa

Durante todo el tiempo que estás esperando en el aeropuerto, o hacienda nada cuando vuelas, el número de personas que ves es enorme.

Un tratado de dibujo que tengo, dice que la mejor forma de aprender a dibujar es dibujar lo que uno ve (no vale dibujar árboles en forma de chupa-chups). Si es verdad y escribir se parece, lo mejor es escribir lo que se ve. Volar pone delante de tus ojos sonrisas, sueños, auriculares, compañeros de viaje y funcionarios empeñados en que vueles con éxito a tu destino; sombreros, sonrisas; paseos de impaciencia.

Un protagonista que se ve poco es el comandante del avión, quien se supone es el elemento más importante en todo esto. Si estás lo suficientemente antes en la puerta de embarque, lo ves pasar con todos sus acólitos, uniformados, con sus maletas de ruedas todas iguales. Al verlas imagino sus vidas tan diferentes de la mía, durmiendo en hoteles, la maleta traga y escupe sus pertenencias durante un tiempo en el que no tienen casa, si no tuvieran ruedas serían un caracol, su casa a cuestas.

Los auriculares han hecho su aparición y son la excusa perfecta del no hacer nada. Cuando uno va solo son una ayuda; a veces descubres una sonrisa debajo de los auriculares. Cuando va acompañado, son una especie de seña de identidad extraña, que reduce la posibilidad de entablar conversaciones.

Siempre he envidiado a la gente que es capaz de entablar una conversación con facilidad. Los habitantes de Estados Unidos son geniales para esto. No necesitan ni media excusa para entablar una conversación. Su educación les impide hablar o no hablar. Lo que si es cierto es que las conversaciones son absolutamente superficiales, debería de resularme más facil.

Algunos niños lloran en una situación que es bastante insoportable para los adultos. El tiempo pasa más despacio a menos edad se tenga, y los niños se mueven y remueven en sus sillitas y rompen a llorar cuando el estruendo de los motores anuncia el despegue o la presión de la cabina cambia. Sus protestas a veces rompen el alma. Su cara anuncia que la única solución que encuentran al final es dormirse, pero eso no es tarea fácil entre tanta gente y el ruido.

Los hombres de negocios en los aeropuertos teclean en sus ordenadores, van siempre en busca de ese enchufe que les permita recargar baterías. Son vanidosos revelando una especie de alto designio que la naturaleza les da. Son los más espectadores de todos.

Yo no sé qué hacíamos antes sin sudokus. Muchos pasajeros matan su tiempo en aeropuertos y aviones armados de bolígrafo y revista.

Siempre me ha asombrado que alguien componga canciones sin repetirse. Las maletas son múltiples. Con la cantidad de mochilas, maletas, y bolsas que ves antes de entrar en el avión, yo diría que existe un organismo autónomo universal secreto que vela por el diseño de los equipajes, para que todos sean diferentes, aparte de los sansonait, claro.

Otra cosa que se ve es el ruido. Múltiples conversaciones. Algunas inconfundibles e imposibles de entender porque salen de un walkie-talkie con voz metálica y ronca. El ruido de múltiples conversaciones superpuestas. Algunas se distinguen y lo único que queda es averiguar el idioma antes de empezar a entender lo que significan.

Otro de los protagonistas es La Voz. La voz que reclama pasajeros perdidos que deben de presentarse en tal puerta de embarque. O los pasajeros que nunca se ven, para los que la voz anuncia el inexorable último aviso que nunca lo es; porque se repite varias veces antes de extinguirse, no se sabe si por desesperación de la voz o porque el pasajero ya ha aparecido entre avergonzado y silencioso, o sudoroso después de la carrera.

Los móviles son otro de los actores destacados. Obviamente, hablar por el móvil es una de esas cosas que más nos ha cambiado la vida sin darnos cuenta. En un aeropuerto también. En un avión ya es más discutible. Fuera del “Este avión se va a caer, ¡te quiero!”, las conversaciones que anticipan su llegada desde el avión no son nada más que llenar un tiempo que, si no, solamente estaría dedicado a recoger tus cosas y bajar del avión.

Obviamente, también queda lo de siempre: el libro. Ese placer en si mismo que representa leer algo que alguien ha imaginado muy lejos en el espacio y el tiempo, acerca de lo que sea, y que, seguro, llena un tiempo absolutamente muerto.

Alguien me dijo que solo escribía por vanidad. Tal vez solamente escriba para acelerar el paso del tiempo en un aeropuerto.

Pedro Puig
Volando a casa.

martes, 4 de agosto de 2009

Momentos

A veces, cuando oyes música, consigues evadirte de todo lo demás y entonces, aislado, tu boca esboza una sonrisa. Lástima que esa sensación solamente dure unos segundos.

El otro día hice una visita a la basílica de Guadalupe, en México, en donde entre el marketing de tantos años, consigues sorprender actitudes que son imposibles de simular, que son verdaderas y, otra vez, tu boca y un poco más adentro, sorprende un sentimiento que dura unos segundos, de profundo respeto.

Cuando de verdad quieres a alguien, es decir, cuando ha pasado tiempo, y la realidad hace de argamasa en tu vida, y ves disfrutar a la persona que quieres, ajena a ti, por cualquier cosa, otra vez, ese gesto de la boca que es como una sonrisa, pero a la vez una catarata de sensaciones que se juntan en unos segundos,… de amor.

Cuando luchas, cuando empleas y dedicas todo tu entusiasmo a algo y, de repente, las cosas empiezan a cuadrar, o algo funciona, o cuando metes un gol, y estás más cerca del éxito. Entonces, desde las profundidades del estomago sube el “…vamos, venga, ya viene,…” y a la boca entornada no llega a sonrisa, pero muestra una determinación que te mueres.

Probablemente todo sea lo mismo y es la felicidad del ser humano solo, autónomo que hace de espectador de la realidad y que en un momento es capaz de juntar un mar azul, una cascada, una ráfaga de aire en el calor, una ola en la playa, o la sensación de calidez que se siente al entrar en una habitación caldeada, viniendo de la nieve.

Esos pequeños momentos son los que hacen soportable el silencio concentrado de no oírte hablar a ti mismo, el calor no protestado, el esfuerzo, el cansancio, la tozudez de las cosas en no hacer lo que quieres, la falta de sensibilidad de los otros seres humanos de no entenderte cuando hablas, de no hacer nada de lo que quieres.

El mundo no ha cambiado. El mundo es un conjunto infinito de escenarios, de actores en donde cada uno desempeña un papel sin director que lo organice, con múltiples escenarios. El mundo cambia a cada segundo. Es necesario encontrar muchos de los mecanismos que hacen que tu boca se tuerza, un lado de la comisura de los labios suba sin esfuerzo, tirante y encuentres dentro de ti, sin ninguna necesidad de nada más, un instante de felicidad, gratis.

Pedro Puig
Volando a Colombia, 3/8/09