viernes, 18 de septiembre de 2009

Casa de Campo

Estar solo en un Resort caribeño fuera de temporada, te hace sentir todavía más solo. Ahora es, teóricamente, temporada de huracanes y los americanos no vienen por aquí. El tiempo es caluroso y la presión se siente por el calor húmedo y la falta de gente a la que observar.

Como no hay otra solución, la vista se fija en cosas, estáticas, o como si lo fueran. Por ejemplo ese ventilador de techo que gira desesperadamente para provocar un poco de corriente de aire, y es desesperado, porque la luz que cuelga debajo de las aspas que giran se tambalea de un lado para el otro.

O, por ejemplo, en la música brasileña de fondo que está presente en cualquier lugar supuestamente romántico, o en la bachata, especie de ritmo de salsa de Dominicana, en cualquier otro lugar que, en temporada, estará animado y repleto de gente.

Ayer, cenando en un romántico restaurante, solo, en una paya lista para capturar una postal ejemplar del Caribe, las luces iluminan la transparencia del agua, reflejando el fondo como para querer mostrar que las aguas son transparentes, mientras que una línea de espuma blanca señala una cadena de rocas 200 metros mar adentro, antes de la oscuridad.

Todas las mesas vacías, inmaculadamente blancas, tienen un candil encendido. En momentos como este entiendo la competencia: conseguir la mejor mesa del restaurante, pero sin nadie que te la discuta, no te da ninguna satisfacción.

Curiosa la historia de esos insectos que vuelan sin descanso alrededor de los focos. Supongo que la distancia es la mínima para no quemarse. Es como el riesgo o el amor, se acercan lo más posible, se separan, descansan, mantienen la distancia hasta que, inexorablemente, se queman en el foco. Otro toma su lugar, el foco, objeto de deseo, siempre rodeado de amantes.

El armazón del techo de donde he cenado hoy es de madera, y la cubierta de hojas de palmera. Se ve el trabajo, que debió de ser largo, para trenzar las hojas a la armadura. Me pregunto que pasaría si un huracán azotara la isla, porque ese techo debe de ser tan laborioso de construir como fácil de desmontar por una naturaleza enfurecida.

Al bajar del carro de golf, aquí te dan uno nada más entrar para poderse mover por el hotel, un cangrejo ermitaño se movía por el camino con su casa a cuestas, más grande que él, del que solo se veían las patas corriendo frenético para huir de mi sombra, enemigo potencial para él, que no tiene per sé ningún peligro.

Los focos, por la noche, iluminan el verde, escondidos. Hojas grandes y redondas, hojas finas, arena blanca. Tumbonas que, de día, deben de ser imprescindibles para leer y tomar una piña colada, el sabor que, para mí tiene el calor y la humedad. Un bote suspendido a escasa distancia del fondo, supongo que para pasear en lugar de leer.

El Resort es todo lujo. Si el lujo se mide en lo que se cobra por todo y en lo que no se regala, este es de súper lujo. Aparte del hotel, Casa de Campo es un conjunto de villas de lujo que compiten en su ostentación disimulada.

El golf es una especie de bálsamo para hacer transcurrir el tiempo más rápidamente. Te concentras en la bola, en el campo e intentas que el juego sea un pasatiempo a medias entre el paseo, cansado, contemplar el paisaje, fantástico, y,… la conversación.

Rolando es un negro muy oscuro y muy grande, el caddy que intenta no aburrirse contemplando lo mal que juego al golf, e intentando imaginar cómo puede hacerlo para sacarme algo de dinero que ayude a mantener a su familia. Es toda la conversación que puedes encontrar detrás de esa idílica postal, si no es temporada.

El paisaje es verde, húmedo y caluroso...

lunes, 31 de agosto de 2009

Peña La Berza

Ya es 21 de Agosto. El sol aprieta. ¡Amigo! Tus vacaciones ya se han acabado. Vuelta a empezar, nos espera una semana de fiestas.

Aparecen las camisetas rojas y blancas, los pañuelos violetas. Es la peña de La Berza.

Empezamos la escuela de aprender a hacer cosas. Los niños y no tan niños harán cosas que en sus casas, el resto del año, pagan por no hacer: la comida, recoger, limpiar. Y encima, en fiestas, pagamos por hacerlas.

Se ve a gente, siempre cumpliendo, pero algunos con el mínimo, escaqueándose solamente si no son observados. Otros, en cambio, ponen lo mejor de si mismos para sentirse identificados con una idea: que todo salga bien. Otros se ocupan de que todo salga bien sin figurar, con lo que haga falta. Cuando se hace así, todo parece salir sin esfuerzo.

Hay un espíritu de tribu, de pertenencia a un grupo, de cosas comunes, de recuerdos comunes, de historias comunes, de otras fiestas parecidas en las que algo diferente pasó, y por eso son recordadas.

La vida pasa rápidamente estos días. Comida y más comida. Pero también conversaciones, y cruce de vidas; alcohol que todo lo anima. Y la cantidad de gente que llega al pueblo y una sensación de ambiente festivo de todos, propios y extraños, que hace que tu cuerpo se mueva, que tu mente se libere y que te olvides de los problemas de la vida.

Historias aprendidas y repetidas, nada queda a la improvisación en el cocido, por ejemplo, voluntad de repetir lo que se recuerda como momentos de diversión. Cantidades apuntadas y rastros que año tras año van cambiado por sí solos construyendo historia: el año que viene no hay que comprar vasos.

Gente a la que resulta difícil soportar lo auténticamente popular nos sentamos en el suelo y nos llenamos de polvo y comemos de una forma incómoda unas judías que, aparte de estar buenas, pagamos religiosamente. Colas, aglomeraciones, una tarea difícil: distinguir entre lo popular y lo hortera. ¡Cuantas ollas y tupperware llenas que acabarán en la basura!

Viendo cómo lo pasamos, el resultado de las fiestas parece de lo más normal. Pero sería de lo más fácil que fueran un desastre. Cuando algo está lo suficientemente organizado y entrenado como para que no parezca que lo está, entonces es realmente cuando el orden se impone e, independientemente de si un año es más animado que otro, las cosas salen a la perfección, animando aún más a la tribu para repetir, año tras año.

Aunque seguro que de vez en cuando hay roces, es imposible distinguirlos entre la animación general, yo creo que incluso se disimulan durante estos días.

Y llega el 26 y las fiestas se acaban con un ritual repetido una y mil veces. Agradecimientos, nombramientos, una auténtica Constitución no escrita de jerarquías costumbres y canciones. ¡Cuan fuertes pueden ser las costumbres, más incluso que las leyes!

Ya los pañuelos van a desaparecer hasta el año que viene y casi también el calor, y casi también las vacaciones.

La Granja, 28 de Agosto de 2009.

domingo, 16 de agosto de 2009

Volando a casa

Durante todo el tiempo que estás esperando en el aeropuerto, o hacienda nada cuando vuelas, el número de personas que ves es enorme.

Un tratado de dibujo que tengo, dice que la mejor forma de aprender a dibujar es dibujar lo que uno ve (no vale dibujar árboles en forma de chupa-chups). Si es verdad y escribir se parece, lo mejor es escribir lo que se ve. Volar pone delante de tus ojos sonrisas, sueños, auriculares, compañeros de viaje y funcionarios empeñados en que vueles con éxito a tu destino; sombreros, sonrisas; paseos de impaciencia.

Un protagonista que se ve poco es el comandante del avión, quien se supone es el elemento más importante en todo esto. Si estás lo suficientemente antes en la puerta de embarque, lo ves pasar con todos sus acólitos, uniformados, con sus maletas de ruedas todas iguales. Al verlas imagino sus vidas tan diferentes de la mía, durmiendo en hoteles, la maleta traga y escupe sus pertenencias durante un tiempo en el que no tienen casa, si no tuvieran ruedas serían un caracol, su casa a cuestas.

Los auriculares han hecho su aparición y son la excusa perfecta del no hacer nada. Cuando uno va solo son una ayuda; a veces descubres una sonrisa debajo de los auriculares. Cuando va acompañado, son una especie de seña de identidad extraña, que reduce la posibilidad de entablar conversaciones.

Siempre he envidiado a la gente que es capaz de entablar una conversación con facilidad. Los habitantes de Estados Unidos son geniales para esto. No necesitan ni media excusa para entablar una conversación. Su educación les impide hablar o no hablar. Lo que si es cierto es que las conversaciones son absolutamente superficiales, debería de resularme más facil.

Algunos niños lloran en una situación que es bastante insoportable para los adultos. El tiempo pasa más despacio a menos edad se tenga, y los niños se mueven y remueven en sus sillitas y rompen a llorar cuando el estruendo de los motores anuncia el despegue o la presión de la cabina cambia. Sus protestas a veces rompen el alma. Su cara anuncia que la única solución que encuentran al final es dormirse, pero eso no es tarea fácil entre tanta gente y el ruido.

Los hombres de negocios en los aeropuertos teclean en sus ordenadores, van siempre en busca de ese enchufe que les permita recargar baterías. Son vanidosos revelando una especie de alto designio que la naturaleza les da. Son los más espectadores de todos.

Yo no sé qué hacíamos antes sin sudokus. Muchos pasajeros matan su tiempo en aeropuertos y aviones armados de bolígrafo y revista.

Siempre me ha asombrado que alguien componga canciones sin repetirse. Las maletas son múltiples. Con la cantidad de mochilas, maletas, y bolsas que ves antes de entrar en el avión, yo diría que existe un organismo autónomo universal secreto que vela por el diseño de los equipajes, para que todos sean diferentes, aparte de los sansonait, claro.

Otra cosa que se ve es el ruido. Múltiples conversaciones. Algunas inconfundibles e imposibles de entender porque salen de un walkie-talkie con voz metálica y ronca. El ruido de múltiples conversaciones superpuestas. Algunas se distinguen y lo único que queda es averiguar el idioma antes de empezar a entender lo que significan.

Otro de los protagonistas es La Voz. La voz que reclama pasajeros perdidos que deben de presentarse en tal puerta de embarque. O los pasajeros que nunca se ven, para los que la voz anuncia el inexorable último aviso que nunca lo es; porque se repite varias veces antes de extinguirse, no se sabe si por desesperación de la voz o porque el pasajero ya ha aparecido entre avergonzado y silencioso, o sudoroso después de la carrera.

Los móviles son otro de los actores destacados. Obviamente, hablar por el móvil es una de esas cosas que más nos ha cambiado la vida sin darnos cuenta. En un aeropuerto también. En un avión ya es más discutible. Fuera del “Este avión se va a caer, ¡te quiero!”, las conversaciones que anticipan su llegada desde el avión no son nada más que llenar un tiempo que, si no, solamente estaría dedicado a recoger tus cosas y bajar del avión.

Obviamente, también queda lo de siempre: el libro. Ese placer en si mismo que representa leer algo que alguien ha imaginado muy lejos en el espacio y el tiempo, acerca de lo que sea, y que, seguro, llena un tiempo absolutamente muerto.

Alguien me dijo que solo escribía por vanidad. Tal vez solamente escriba para acelerar el paso del tiempo en un aeropuerto.

Pedro Puig
Volando a casa.

martes, 4 de agosto de 2009

Momentos

A veces, cuando oyes música, consigues evadirte de todo lo demás y entonces, aislado, tu boca esboza una sonrisa. Lástima que esa sensación solamente dure unos segundos.

El otro día hice una visita a la basílica de Guadalupe, en México, en donde entre el marketing de tantos años, consigues sorprender actitudes que son imposibles de simular, que son verdaderas y, otra vez, tu boca y un poco más adentro, sorprende un sentimiento que dura unos segundos, de profundo respeto.

Cuando de verdad quieres a alguien, es decir, cuando ha pasado tiempo, y la realidad hace de argamasa en tu vida, y ves disfrutar a la persona que quieres, ajena a ti, por cualquier cosa, otra vez, ese gesto de la boca que es como una sonrisa, pero a la vez una catarata de sensaciones que se juntan en unos segundos,… de amor.

Cuando luchas, cuando empleas y dedicas todo tu entusiasmo a algo y, de repente, las cosas empiezan a cuadrar, o algo funciona, o cuando metes un gol, y estás más cerca del éxito. Entonces, desde las profundidades del estomago sube el “…vamos, venga, ya viene,…” y a la boca entornada no llega a sonrisa, pero muestra una determinación que te mueres.

Probablemente todo sea lo mismo y es la felicidad del ser humano solo, autónomo que hace de espectador de la realidad y que en un momento es capaz de juntar un mar azul, una cascada, una ráfaga de aire en el calor, una ola en la playa, o la sensación de calidez que se siente al entrar en una habitación caldeada, viniendo de la nieve.

Esos pequeños momentos son los que hacen soportable el silencio concentrado de no oírte hablar a ti mismo, el calor no protestado, el esfuerzo, el cansancio, la tozudez de las cosas en no hacer lo que quieres, la falta de sensibilidad de los otros seres humanos de no entenderte cuando hablas, de no hacer nada de lo que quieres.

El mundo no ha cambiado. El mundo es un conjunto infinito de escenarios, de actores en donde cada uno desempeña un papel sin director que lo organice, con múltiples escenarios. El mundo cambia a cada segundo. Es necesario encontrar muchos de los mecanismos que hacen que tu boca se tuerza, un lado de la comisura de los labios suba sin esfuerzo, tirante y encuentres dentro de ti, sin ninguna necesidad de nada más, un instante de felicidad, gratis.

Pedro Puig
Volando a Colombia, 3/8/09

viernes, 10 de julio de 2009

Cuento: Cenando ayer, desde mi atalaya

Ayer casi nada podía ser imperfecto. La luna llena iluminaba el mar que forma Atenas. El Partenón iluminado en la distancia ocultaba, no sé como, todos los andamios que la luz del sol y el calor nos habían mostrado horas antes sobre la Acrópolis. Paloma estaba radiante, un día siguiente sin tener nada que hacer, después de muchos días de actividad febril, casi de supervivencia.

En el hotel de Gran Bretaña. La sensación de estar en casa, El Mediterráneo debe de tener algo de mi casa, porque los griegos se esmeraban por servirnos para que me sintiera en mi casa. Calor a medianoche.

Desde mi mesa apenas vi llegar a una pareja, me los encontré ya sentados y solamente podía ver la espalda de ella. No era una espalda sensual, demasiado delgada, sus músculos y sus costillas se marcaban. Apenas podía ver otra cosa que su espalda cuando se ponía medio de perfil para atender a su pareja. Creo que su vestido era verde, pero su espalda desnuda es lo único que podía ver.

Y su pareja, ojos como platos de admiración, de amor, besos, caricias en los brazos para mostrármelos igual de delgados que su espalda. Había algo de atractivo en aquella espalda. El tiempo de preparación, supongo. La habilidad con que su pelo ocultaba su cuello y la posible sujeción de un probable vestido.

El escenario seguía estando allí, vivo. El murmullo de todos los comensales daba vida a un salón abierto al cielo, a una terraza, sin pared con la luna y la Acrópolis. La gente lo estaba disfrutando. El maitre, el camarero, intentando hacer que la cena fuera mucho más que un alimento, un rato mágico, un escenario del que formar parte, Athenas, cuna de dioses, de la civilización del colegio. Escenario igual que otros escenarios del Mediterráneo en donde todo colabora para ser mortal, perecedero, casi perfecto, casual, estudiado.

La imagen de aquella espalda y aquellos ojos de su pareja, infinitamente orgullosos, momentáneamente, el ser más importante del mundo, la cabeza que proporcionalmente era más grande que el resto de su cuerpo, camiseta a medio camino entre el rosa y el rojo. Ojos como platos que no le cabían en la cara, sorbiendo de su bebida, sin dejar de mirar, orgulloso.

Mi mujer me parecía a mi el elemento principal de todo aquel escenario, la luna la acompañaba, y la Acrópolis al fondo, y el murmullo.

Solo había algo que desentonaba. Eran las doce y en aquel restaurante, de lo mejor de Atenas, la pareja que acompañaba a la espalda era un niño de seis o siete años, cuyas miradas de orgullo, por estar ahí, también eran de orgullo por acompañar a su madre. No debería haber estado.

Esa historia quedaba fuera de todo el escenario y parecía ser la primera hoja de un cuento que nadie me contará nunca.

sábado, 27 de junio de 2009

WMS: ADAIA en el Lejano Oeste

El otro día visité un almacén en Costa Rica, gestionado por el WMS de uno de los más importantes suministradores de US. Fue una gran sorpresa descubrir que la asignación de las tareas que los operarios debían realizar en el almacén, estaba a cargo de una persona por turno que, para cada tarea, decidía qué recurso debía hacerla.

No sé si otra versión de este mismo WMS u otros WMS de US lo hacen de forma automática e inteligente pero ADAIA® sí lo hace.

La otra sorpresa fue comprobar el precio del proyecto inicial (más del doble que el nuestro) y cómo el suministrador ha conseguido sacarle al cliente una ingente cantidad de dinero por mantenimiento y por cambios de versión.

La política de LEUTER es incluir por el 16% del precio de la licencia un contrato de mantenimiento que cubre la instalación gratuita de nuevas versiones.

Cuando ves en las revistas americanas, por ejemplo MMH, que publican el ranking de los mejores WMS del mundo, hace una lista de 25 suministradores. Por facturación, Leuter debería estar el 20 de esa lista. Por lo que vi en la instalación de Costa Rica, Leuter merecería un análisis más detallado de su WMS.

Nuestro mercado original, pequeño, España, nos ha obligado a desarrollar tecnologías de vanguardia. Por otra parte los grandes WMS de US apenas tienen ninguna instalación en España. Leuter ha hecho instalaciones en 11 países, desde Rusia hasta Chile, en cinco idiomas.

Cualquier trabajo de mover mercancía en un almacén la realiza una pareja de recursos: hombre y máquina. Las máquinas tienen perfiles de trabajo (hacen colas de preparación, o reponen, o ubican,… o un conjunto de esas cosas). También tienen limitaciones (ancho mínimo de pasillo, o altura máxima,…).

Cada vez que una pareja empieza a trabajar o termina una tarea, el sistema analiza las pendientes, para asignarle la que puede hacer, más próxima a su localización. Un algoritmo corrige la asignación en función de lo necesaria que es una tarea o lo retrasada que está (ya se ha ‘vencido’).

Con esta filosofía de asignación se consiguen dos cosas: mayor eficiencia de los recursos y, sobre todo, no dar libertad a los operarios a hacer cualquier cosa que decidan, lo que, inevitablemente, degenera el comportamiento del almacén y acaba haciéndolo desordenado.

Pedro Puig

domingo, 14 de junio de 2009

Cartas al Director: Crisis de Confianza

Por falta de confianza, la gente ha dejado de comprar las cosas que no necesita, como hacíamos antes. Nuestra sociedad occidental está basada en esto. Para salir de la crisis hay que gastar mucho dinero público, igual que lo que están haciendo todos los gobiernos de los países del mundo, incluido el nuestro que, de lo único que se le puede acusar, es de ser poco original.

El pueblo español es uno de los más sensibles a aceptar retos y lucharlos hasta el máximo. Un buen reto es capaz de movilizar a la gente, independientemente de su éxito. Existen algunas condiciones que deben cumplir los retos. No puede ser el reto del 50%, como pasa con cualquier reto que están lanzando el PP o el PSOE. Otra de las condiciones es que se vea avance en su logro desde el principio.

Imaginemos un escenario, fuera del palacio de La Moncloa, detrás de una mesa con unos cafés. Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez hablando a la televisión.

“Los dos creemos que hemos tocado fondo, que nadie se engañe, esto sólo quiere decir que no vamos a estar peor de lo que estamos, y nos hemos puesto de acuerdo en resolver dentro del vestuario nuestros problemas. Que nadie piense que hemos encontrado soluciones milagrosas, pero… hemos decidido que vamos a resolver el problema de la Justicia, el problema de los incendios forestales, el problema de la escasez de agua, el problema del terrorismo,… Todos estos problemas tienen una raíz común: que nos cuestan dinero y que solamente se pueden resolver con la ayuda de todos. Resolverlos también tiene algo en común: genera empleo. Vamos a usar estos problemas para salir de esta crisis.”

Hace muchos años que voto en blanco, mi forma de decir ¡váyanse todos, señores! No estoy teniendo mucho éxito, porque siguen ahí sin ponerse de acuerdo en nada. Esta utopía que describo sería la mayor inversión realizada por cualquier gobierno occidental para salir de la crisis, para generar confianza,… y sería la más barata.

Pedro Puig

viernes, 12 de junio de 2009

Cuento: La guitarra y la voz.

Un cristal con agua cayendo por los dos lados separa el espacio del lobby, con luz propia, del de penumbra interior.

En la esquina de la penumbra una guitarra suena.

Let it be…

Una tele queda fuera de lugar: “Uribe recibe fuertes críticas”. Un busto parlante, sonriente, artificial, habla por detrás de los Beatles.

…Mother Mary comes to me…

Al lado de la guitarra, agazapada detrás de un atril y de un micrófono sale la voz de la novia de Forrest Gump.

… There will be an answer…

Su vestido negro, la luz de las velas, el agua cayendo, el sabor de la malta fría, por el hielo.

Let it be

No hay luces ni focos y la atención no puede ser ni a la guitarra ni a la novia de Forrest, pelo rubio, melena larga sobre el vestido negro y pañuelo años sesenta.

El bullicio de debajo, bajo, acompaña la música: el sonido de un teléfono, los acordes no identificados, la malta,…

“Colombia gana a Perú” dicen los rótulos mientras el busto parlante mueve los labios. Y el ambiente toma protagonismo, y los acordes son cada vez más identificados. Nadie parece hacer ni caso.

… que ha quedado… de aquella amistad,…

… volveremos a sentir…

Ella canta ahora como Presuntos Implicados.

¿Porqué el mundo será tan grande y tendrá tantos rincones en los que sentirse solo?