De dudoso gusto el cartel de San Isidro colgado en el escenario, hecho de flores de muchos, muchos colores, como los de las coronas de flores.
El cielo al principio azul a pesar de la hora, y de color beige después del concierto, del color de las sombrillas debajo de las cuales cenamos, como muchos.
La vida y el bullicio parece desbordado, no sé si por el tiempo o las ganas de vivirlo por San Isidro, de compartir cosas, de tomar el fresco.
Las terrazas llenas de gente, de conversaciones importantes, de la vida que todos comparten con los demás, o los demás con ellos.
Hombres calvos, un bebé que alborota y descubre los rasgos latinoamericanos de sus madre. Extranjeros en bermudas con gorra. Aquella mujer de elegante y joven con su coleta alta. Mi mujer sentada a mi lado compartiendo el fresco y el calor. Calvos, aquella mujer con un pañuelo de colores imposibles. Ua silla de ruedas a mi lado.
Música, sillas de madera ordenadas, mucha gente detrás de las vallas de metal. De aquí, música de aquí, alegre: Zarzuelas, Madrid, Alcalá, Chotis,... la orquesta de viento. Las mujeres son morenas lejos de violines y rubias.
Camareros agotados pero eficaces, luz en los brazos de las sombrillas. Algunas ventanas altas con luz en la Plaza Mayor, recordando que alguien vive ahí, seguro que hablando o incluso jugando al parchis, la ventana abierta, eso sí.
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