El otro día alguien me dijo que me había comprado un libro, pero no me dijo cual.
Tal vez sea un libro de conocimiento, con páginas que se empeñan en hacerte difíciles las cosas, para aclarar algo que deberías saber, que tienes que saber o que te gustaría saber. Disculpas que no sean autosuficientes o alegres, las tienes que releer porque no has sido capaz de entenderlas. Son libros que presumen de número de páginas y de pequeño tamaño de letra.
Tal vez sea un libro escrito por alguien que dispone de tiempo, que entiende lo importante y que es capaz de transmitirlo de forma fácil y simple, ¡pues claro! Con moraleja, que te deja la conciencia en paz, porque coincide con algo descubierto por ti, acerca de algo importante.
O tal vez sea un libro con personajes que, inventados, sean una réplica de ti o de alguna época de tu vida, que se hace fácil de leer porque suena conocida. O con personajes increíbles, porque son admirables, tan extraños como poco reales o, en cualquier caso, lejanos de ti y de tu realidad.
O tal vez uno de misterio y de tensión, de estos que la intriga te impide dejar de leer página tras página porque eres incapaz de saber lo que pasará en la siguiente escena que el libro ha sido capaz de construir para ti. Las páginas no dejan de engancharte para devorarlas una tras otra, sin cansarte leyendo.
O tal vez aquel libro que, como una melodía definitiva, es capaz de generar opiniones o sentimientos como tuyos, en un escenario tan precioso que puedes ver música con burbujas que van cambiando de color y de forma, flotando en la pared a la que miras entre capítulo y capítulo para descansar tus ojos.
Que además es capaz de convencerte (¿engañarte?) de que tenías razón, que la vida era como pensabas.
¡Y si fuera de poesía! Entonces las páginas son palabras y las palabras letras. Descubres significados y construcciones que existen y se justifican por sí mismas; terminas la frase, la refrescas y vuelves a leerla para comprobar que sí, que era posible decir aquello y decirlo de aquella forma y lo reproduces en tu cabeza con la incredulidad de que a alguien se le haya ocurrido.
Tal vez sea un libro de cuentos cuyas historias son tan fáciles que hasta las puede entender un niño. Y tienen moraleja.
O uno con un personaje, el bueno, que se esfuerza, que se lo trabaja, que es capaz de poner al mundo de su lado y que triunfa solo por ser admirado, ¡qué bello es vivir! O tal vez un ídolo, admirado por ser un líder, un deportista. Solamente unas páginas son capaces de desnudar hasta que solamente el lector es capaz de valorar porqué consigue las cosas y lo verdaderamente importante que posee.
Cuando lees, el mundo se detiene, solamente tú y el libro sabes lo que va a pasar, tú, él o los dos. Leer es construir entre los dos un universo irrepetible. Si lo piensas el libro es muy poco fiel, no le importa quien sea el lector.