Un hombre con traje y
corbata empuja su maleta con ruedas fuera del hotel. El coche, azul, es un
utilitario pequeño. Un gallo canta en la finca vecina. El mar se distingue
apenas del cielo a la tenue luz de la mañana. El fresco de esa hora alivia el
calor de estos dos días. Las farolas están encendidas todavía.
Lo mejor de la isla de Menorca es que
sigue igual. Rotondas, rondas, pagar para aparcar, algo más grande, pero las
paredes siguen siendo de un blanco deslumbrante y el mar sigue siendo más
transparente que el cristal.
Dos días antes llegué al
aeropuerto con el lienzo en blanco. Alquiler del coche en el aeropuerto. Lo
primero dejar la maleta, búsqueda de hotel en el sur, Biniali, una casa que conocía convertida en hotel, ya vuelve a ser
una casa privada, ¡qué pena! Lo siguiente llenar el estómago. En Maó pido una
ensaimada ¡que no tienen! ¿Todo sigue igual? Voy a Binibeca, un antiguo pueblo blanco de pescadores y compro una toalla de playa. Para qué
preguntarse porqué Menorca no está lleno de típicos pueblos de pescadores como
este sitio único, lo que denota su impostura, precioso.
En la cala de Binisafuller están varias
recatadas menorquinas tomando el sol. Está calmado, el agua está fría, es el
paraíso. Los recuerdos también son el paraíso: a las tres de la tarde, salía del cuartel, cogía la moto, me quitaba el
uniforme, y me iba a Binisafuller, la frescura del agua, la calma del aire. La
cala tiene una textura de arena especial. Las algas secas de la orilla son
suaves. El sol no castiga como afuera de la cala, el mar esta plano, es
transparente, algunos peces van y vienen huyendo de mis pies. Sorprende el
amarillo de las boyas. Otra vez el salado del mar, la sensación de secarse
acumulando sal por toda la piel. Torret tiene la misma arena blanca de siempre,
el baño vuelve a ser frio, pero el baño de sol caliente.
El plan dice que mi estómago
sigue vacío y ya es hora de comer. La fantástica sensación de quitarse la sal
en una ducha de agua dulce sigue siendo la misma. Doña Rosita, un apartamento que alquilamos algún verano, sigue existiendo,
Calas Fonts en Villa Carlos un pueblecito en la boca del puerto de Maó sigue igual, a pesar de que ahora se llama Es
Castell. En L´Irene se sigue comiendo bien, aunque de menú, que es de día.
De nuevo al coche. Camino
del viento, al norte, los faros de Cavallería y Favaritx esperan. Menorca se
pone verde en invierno, todavía lo está. Es Grau, S´Arenal d´en Castell, Addaia,
verdadero objetivo del viaje, poquísimos adosados. En Presili y Capifort hay
gente, poca, una pareja retoza desnuda y medio escondida a lo lejos, ¿porqué
dos coches?
Menorca se puede controlar, una isla de 60x20 km, poco tiempo es mucho, y Monte Toro en el centro de la isla es perfecto para darse cuenta que todo tiene
su sitio sin que haga falta ver Google Maps. Hay una carrera ciclista para subir: “Mónica,
menys vici y mes bici” (menos vicios y más bicicleta) reza una pancarta. ¿Quién
será Mónica?
No me baño, el sol no obliga,
pero Ca LoTirant y Pregonda siguen igual. El camino a Cavallería está
asfaltado hasta el final. Unas cabras marrones con los ojos amarillos se saltan
la tanca del faro, a pesar de no ser personal autorizado, creo. En el
acantilado, mirando hacia abajo se ven volando las gaviotas. ¡Buen sitio para
dibujar el faro!
En Fornells, el restaurante Espla está
cerrado por la noche, todavía no es temporada, pero en Es Cranc prometen una caldereta
de Llagosta memorable, que resulta serlo, al igual que el espectáculo de ver cómo
se trata el turismo extranjero en un negocio familiar que vive de él.
Intento llegar a Xoroi una discoteca en una cueva en el sur, pero
el agotamiento frena mi camino y me lleva a dormir. En el hotel, todos los
ingleses, con un silencio sepulcral y educado, escuchan a tres elásticas
negritas, una de ellas la más gruesa, que tras una buena voz solamente consigue
sentar a los turistas que no demuestran ninguna efusividad, más allá del
iluminado azul de la piscina. Me voy a dormir.
Nos vamos al otro lado de la isla, hacia Ciutadella. Ahora sí
puedo llevarme una ensaimada que no debe llegar al final del camino. Cala Galdana es un sitio precioso que el turismo intenta estropear, pero que es casi imposible.por muchos esfuerzos que se hagan. El baño es como el de
un niño, largo camino hasta que el agua llega hasta el bañador. Está calmado, el agua está fría, es el paraíso.
Cala Mitjana, la de al lado de Galdana a
la que antes solo se podía ir por barco, ahora tiene un camino asfaltado e
indicado. La ensaimada se va haciendo pequeña. Alaior, Mercadal, Ferrerías,…
Ciutadella está llena de rotondas, pero en una aparece “platjes”, es la mía,
seguro que Macarella es una. Está más lejos de lo que pensaba. Aquí ni siquiera
existen intentos de estropearla, el chiringuito parece inofensivo, no hay
cobertura. Cuatro o cinco barcos están anclados a 100 metros de la orilla,
suspendidos por una masa de cristal en forma de agua. Sigue estando fría. Está calmado, el agua está fría, es el paraíso.
Ya
casi es la hora, una pena no quedarse más allá del baño del sol secando la
piel. Ya no queda ensaimada.
Ignorando la moderna ronda,
cruzar Ciutadella es muy lento, a pesar de que ahora, en temporada baja, se
puede ver que la hora no es adecuada para ver a mucha gente por la calle. La
casa de Sisi y Papi está en el mismo sitio. Se están bañando al lado, otro
paraíso, el agua cristal de nuevo, fría pero refrescante. Sisi y Papi están
igual. La comida increíble y me llevo unos higos confitados que serán un tesoro
para una noche de cena en Madrid.
El camino de vuelta a Maó es
rápido, Ferrerías, Mercadal, Alaior, poca gente por la carretera. Me da tiempo
de darme una ducha antes de ir a ver a mi prima Ana María. Jesús y mi prima
siguen igual.
La corbata solo tiene
sentido al llegar al aeropuerto.