martes, 17 de octubre de 2017

Ya lo tengo claro

Estábamos equivocados. Nunca fue un problema de diferentes opiniones, ni de identidad. No teníamos que haber discutido. Unos delincuentes se han aprovechado de la situación, pensando lo que podrían sacar, siendo unos auténticos irresponsables, porque se tenían que imaginar lo que provocarían. Ahora ya lo tengo claro.

Cualquiera, por emocionado o ilusionado que esté, por mucho que le hayan comido el coco, tiene que darse cuenta que estaba muy mal informado: la independencia es imposible. Ya sea por los países de todo el mundo, por los habitantes del resto de España, o por más de la mitad de los catalanes. La independencia nunca será posible (ni ahora).

Cualquiera, a poco inteligente que sea, se puede dar cuenta que la letra pequeña de la independencia es muy cara. Que no hay ninguna independencia como si aquí no pasara nada. Que le añadiríamos otra frontera al mundo. Que ya llevamos 600 empresas que han trasladado su domicilio social, que la economía catalana y la española se resentirán de este proceso y, sobre todo, que muchos catalanes se han llevado su dinero fuera, que si alguien quiere vender su piso ya puede pensar en un 25% menos,... es la economía imbécil no la república catalana.

A los inocentes que dicen que el 1-O se demostró necesaria por el error del gobierno español, que piensen si el 30-S era muy diferente (y también por la exageración inevitable que sufrimos todos de aquella decisión, evidentemente interesada para disimular el ridículo). 

La independencia tampoco tiene porqué resolver los problemas reales que teníamos.

¿Cuales son esos problemas? ¡Falta de cariño! Imposible verbalizarlo. Yo, por lo menos, no lo he sentido. 
Españolizar a los niños catalanes fue una expresión muy desafortunada. Lo que está claro es que los niños catalanes han sido muy “catalanizados”, y esto hay que resolverlo. 
Que los toros no puedan ser fiesta nacional en Cataluña, pues claro, habrá que estudiar leyes que impidan a un fanático de donde sea aprobar leyes que nos afecten a todos. 
Las inversiones en Cataluña en infraestructuras, en aeropuertos, en cercanía, carreteras,... deben ser transparentes y alguien o algo debe vigilar que así sea.
Desde luego este episodio nos ha dejado muy dañados, las fuerzas del orden catalanas, de existir deberán de hacer respetar el orden, no ser una policía política.
La separación de poderes,...

Creo que todo esto, resuelto de forma racional, implica que los responsables de haber llegado a esta situación deben marcharse. Es necesario buscar un punto de partida para hablar, pero en donde la independencia no exista. 


Paremos esto, solamente puede desembocar en un sitio y la independencia unca fue posible.

Orden


Varios elefantes marchaban en fila entre las altas hierbas.
Cuando era pequeño me gustaba ir a la esquina de General Mola con O’Donnell, para ver al guardia urbano que trabajaba en ese cruce. Estaba subido en una especie de pollete redondo de cemento pintado de rojo y blanco, con una barandilla metálica blanca. El guardia urbano siempre mantenía el codo de su brazo derecho en un ángulo de 90 grados, mientras su otro brazo parecía empujar a los coches, ora mirando a General Mola ora a O’Donnell, con su uniforme azul marino, sus grandes guantes acharolados en blanco y su sombrero como un salakof. Los coches esquivaban su mollete y circulaban fluidamente.
Sabía que era un sueño porque los elefantes no volaban, pero casi oía la música: con el un, ... dos ..., tres cuatro, con el un ..., dos,... y él solo había visto a un elefante triste en la casa de fieras del Retiro el otro día con María y la niñas. Tendría que hacerle caso a su mujer con las cenas porque cada vez que comía más de la cuenta tenía aquel tipo de sueños.
Se levantó mientras María seguía dormida y preparó su jornada de trabajo. Se afeitó en el baño. Se puso su uniforme gris oscuro, sus charreteras blancas acharoladas su banda blanca cruzada sobre el pecho y, finalmente sus grandes guantes. Cuando cerró la puerta de su casa, María y las niñas seguían dormidas antes de que sonara el despertador para ir al colegio. En el autobús miraba con una cierta complicidad a la gente, vestido con su uniforme y los guantes. Se bajó en la parada del autobús 21 muy cerca de su púlpito, y cuando se subió él, los coches empezaron a obedecerle, ahora los de la izquierda ahora los de la derecha,... 
Una fila de soldados con sus uniformes de camuflaje obedecían al que gritaba: "...rodillas arriba, fusil en alto, no perdáis el orden,...."
Esta vez también se dio cuenta que era un sueño. Cuando se levantó de la cama siguió su rutina diaria. Al llegar al púlpito primero empezaba a dar paso por la izquierda, luego por la derecha, se acordaba perfectamente como había terminado el día anterior. Los coches bien ordenados haciendo caso de sus precisas ordenes, derecha, izquierda, como cada día.
Esta semana había sido particularmente buena y esperaba que su jefe lo mencionara en la reunión de los viernes por la tarde, el cruce había sido ejemplar. Y le gustaría saber más de ese invento, los semáforos, que parecía que iban a instalar por toda la ciudad.
Apoyado en la verja del Retiro, fría, veía al guardia urbano y me maravillaba cómo organizaba el tráfico. Coches elegantes azúl oscuro o utilitarios, la mayor parte seat seiscientos de todos los colores: azules, blancos, rojos, ochocientoscincuenta, marrones y blancos, estaba seguro que necesitábamos a ese hombre para organizar el tráfico.
Entre una posición y otra, con su codo siempre a 90 grados, se bajó de su púlpito blanco y gris, y se puso a hablar con el conductor del Seat seiscientos oscuro que venía por General Mola, quería saber si se lo había trabajado lo suficiente para dejarlo pasar, luego con el simca mil clarito, luego otro seiscientos, esté gris claro. A todos les preguntaba si habían hecho su trabajo y si le habían dedicado suficiente tiempo, a los que habían trabajado los dejaba pasar. Hacía lo mismo con todos los coches que querían pasar. El escenario le resultaba tan conocido, el púlpito, la esquina del retiro,... que no era capaz si saber si eso era lo que quería, si era real o si era un sueño.

lunes, 16 de octubre de 2017

La abuela

El domingo por la mañana, Ana saltó literalmente de la cama para ver qué tiempo hacía. Un cielo azul espectacular respondió a sus oraciones. Despertó a sus padres saltando encima de su cama. Estos la miraron con ojos de no entender lo que estaba diciendo.

-    ¿Puedo? ¿Puedo ir a comer a casa de la abuela Anita?Puedo ¿verdad?, hace sol.

A sus 14 años ya era capaz de interpretar las señales del metro o de las paradas de autobús, además, el smart phone que le habían comprado era perfecto para el caso de que se perdiera, siempre podía llamarles y preguntar, o buscar la información que necesitaba, era lógico rentabilizar la cantidad de horas que se pasaba mirando embobaba aquel aparato. Vivían en un barrio alejado del centro, pero la ciudad era bien moderna y el transporte público era de “primer mundo”, rápido, limpio, seguro, y llegaba a todas partes.

Ana disfrutaba estando con la abuela. Le contaba mil cosas, tenía el pelo blanco; tocaba el piano; de joven había tenido un vida loca que solo le contaba a ella. Siempre cientos de anécdotas, cómo era su ciudad cuando era joven; personas que había conocido y que ella había descubierto en los libros de clase. Sabía que la llevaría a comer fuera de casa y luego a aquella pastelería donde ponían aquel dulce tan bueno; por la tarde le tocaría en el piano no importaba lo que le pidiera: moderno, antiguo o clásico.

Ana era un fan de la abuela. La abuela Ana le describía un mundo fantástico en donde ella esperaba hacer grandes cosas.

Aunque a su padre le incomodaban la cosas que no eran estrictamente necesarias, su madre puso una cara entre ilusionada y encantada viendo la mujer en la que se estaba convirtiendo su hija. Ella siempre defendía a su madre. Su padre mantenía las distancias. No podía entender lo que Ana sacaba de ver a su abuela, pero era capaz de complacer a su mujer. Si embargo tenía un papel que hacer, se resistiría..

-    Quítate de encima y vemos si hace sol de verdad. A tu abuela le gustará que vayas a comer, la pobre no tiene nada que hacer, ¡que vida tan aburrida! ¿Seguro que quieres irte tan lejos?¿Todo el día? ¿Qué tiempo hace?¿Sabes cómo llegar no? Estarás un buen rato de viaje, ¿seguro que sabes como se va? ¡Ya puedes ir con cuidado!

Antes de llegar al metro pasó por la tienda de “chuches”. Siempre estaba muy animada, aunque fuera domingo, en el banco de madera de delante siempre había gente sentada. En la puerta  un corro de gente con “chuches” hablaban de cosas divertidas y variadas, del futuro o de lo que le pasó a tal, algo sorprendente, que les llenaba a todos de admiración. O los descubrimientos del transporte público y hasta dónde los podía llevar. Andrés era uno de los que bebía cerveza en el banco. Algo tenía que le invitaba a hablar con él. Se parecía a alguien que la abuela conoció de joven. La gente del banco eran mayores.

-    ¿Que tal?
-    Aquí, disfrutando del sol, dijo Juan.
-    ¿A donde vas tan guapa?. Andrés apoyó la pregunta con su mirada.
-    Voy a ver a mi abuela.
-    ¿Si? ¿No le llevarás una jarrita de miel?¿no?
-    ¡Nooo!, te gustaría mi abuela, ¡toca el piano!
-    ¿De verdad?¿Y qué toca?
-    Oh lo que le pidas, es mayor pero se sabe cualquier cosa que tu quieras.

Se sentó un momento en el banco entre Juan y Andrés, a ella le dejaban sentarse aunque no fuera mayor.

-    ¿Y donde vive?
-    Bueno,  tengo que coger dos metros, primero la línea 10 luego la 5 y bajarme en la cuarta.
-    ¡Bien lejos! dijo Juan
-    ¿Y porque no vas en bús?, dijo Andrés, el 54 te deja ahí mismo. Con el día que hace es un mal rollo enterrarse bajo tierra. Hoy domingo no habrá tráfico y no tardarás mucho más.
-  ¡que va!, es el 64, el 54 te lleva haca Chamberí.

Si Andrés tenía razón con el 54, de verdad que le apetecía mucho más el autobús, aunque tardará más.

-    ¿El 54?¿De verdad que lleva allí?
-    Juan también afirmó lo del 54.
-    Sí, seguro.
- Jorge negaba con la cabeza.

Ana comprobó en su teléfono que el 54 pasaba cerca de casa de la abuela.

-    Tenéis razón, mirad, le aviso al conductor y me bajaré aquí, enseñando el mapa en su teléfono.

Se pusieron de pie.

-    Te acompaño.
-    No hace falta que me acompañes, se esforzó en decir.
-    Es aquí mismo.

El autobús 54 llegó al cabo de un rato, ella se despidió y subió.

-    Cuéntame cómo te va con tu abuela.
-    Mañana te cuento, gracias, adiós.

Al perder de vista el autobús, Andrés echó correr hasta la parada del metro.


Al cabo de un buen rato, en el banco, Juan se preguntó dónde estaba Andrés, la parada estaba al lado y no debería tardar más de diez minutos en volver. Tal vez había conseguido ligar, ¡que perro!