Varios elefantes marchaban en fila entre las altas hierbas.
Cuando era pequeño me gustaba ir a la esquina de General Mola con O’Donnell, para ver al guardia urbano que trabajaba en ese cruce. Estaba subido en una especie de pollete redondo de cemento pintado de rojo y blanco, con una barandilla metálica blanca. El guardia urbano siempre mantenía el codo de su brazo derecho en un ángulo de 90 grados, mientras su otro brazo parecía empujar a los coches, ora mirando a General Mola ora a O’Donnell, con su uniforme azul marino, sus grandes guantes acharolados en blanco y su sombrero como un salakof. Los coches esquivaban su mollete y circulaban fluidamente.
Sabía que era un sueño porque los elefantes no volaban, pero casi oía la música: con el un, ... dos ..., tres cuatro, con el un ..., dos,... y él solo había visto a un elefante triste en la casa de fieras del Retiro el otro día con María y la niñas. Tendría que hacerle caso a su mujer con las cenas porque cada vez que comía más de la cuenta tenía aquel tipo de sueños.
Se levantó mientras María seguía dormida y preparó su jornada de trabajo. Se afeitó en el baño. Se puso su uniforme gris oscuro, sus charreteras blancas acharoladas su banda blanca cruzada sobre el pecho y, finalmente sus grandes guantes. Cuando cerró la puerta de su casa, María y las niñas seguían dormidas antes de que sonara el despertador para ir al colegio. En el autobús miraba con una cierta complicidad a la gente, vestido con su uniforme y los guantes. Se bajó en la parada del autobús 21 muy cerca de su púlpito, y cuando se subió él, los coches empezaron a obedecerle, ahora los de la izquierda ahora los de la derecha,...
Una fila de soldados con sus uniformes de camuflaje obedecían al que gritaba: "...rodillas arriba, fusil en alto, no perdáis el orden,...."
Esta vez también se dio cuenta que era un sueño. Cuando se levantó de la cama siguió su rutina diaria. Al llegar al púlpito primero empezaba a dar paso por la izquierda, luego por la derecha, se acordaba perfectamente como había terminado el día anterior. Los coches bien ordenados haciendo caso de sus precisas ordenes, derecha, izquierda, como cada día.
Esta semana había sido particularmente buena y esperaba que su jefe lo mencionara en la reunión de los viernes por la tarde, el cruce había sido ejemplar. Y le gustaría saber más de ese invento, los semáforos, que parecía que iban a instalar por toda la ciudad.
Apoyado en la verja del Retiro, fría, veía al guardia urbano y me maravillaba cómo organizaba el tráfico. Coches elegantes azúl oscuro o utilitarios, la mayor parte seat seiscientos de todos los colores: azules, blancos, rojos, ochocientoscincuenta, marrones y blancos, estaba seguro que necesitábamos a ese hombre para organizar el tráfico.
Entre una posición y otra, con su codo siempre a 90 grados, se bajó de su púlpito blanco y gris, y se puso a hablar con el conductor del Seat seiscientos oscuro que venía por General Mola, quería saber si se lo había trabajado lo suficiente para dejarlo pasar, luego con el simca mil clarito, luego otro seiscientos, esté gris claro. A todos les preguntaba si habían hecho su trabajo y si le habían dedicado suficiente tiempo, a los que habían trabajado los dejaba pasar. Hacía lo mismo con todos los coches que querían pasar. El escenario le resultaba tan conocido, el púlpito, la esquina del retiro,... que no era capaz si saber si eso era lo que quería, si era real o si era un sueño.
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