Cuando aquella flecha voló, se nos paró el corazón y supimos que algo nuevo empezaba. Él y yo admirábamos a Josep Miguel Abad y le hacíamos responsable de la idea de usar el amor del que muchos presumíamos en Barcelona para que los JJOO fueran un éxito, porque si amas algo, aunque sea una ciudad, se contagia. Una idea magnifica que permitió hacer perfecta casi cualquier cosa.
Antes de esto yo sabia que no podía meterme bajando las ramblas a la derecha, y por la izquierda no más abajo de la plaza del Rei, era peligroso.
Cuando Barcelona se convirtió en la capital del Mediterráneo ya no solamente teníamos el Parc de la Ciutadella con sus naranjos. No nos teníamos que subir al castillo de Montjuic para ver el mar. En lugar de jugar al tenis al otro lado de las vías, apareció una playa que, incluso a día de hoy, y eso que mi amigo vive por ahí, no nos creemos. Después apareció el Raval, a la derecha de las Ramblas, el mercado de la Boquería dejó de ser un lugar donde solamente había olores fuertes. Primero era el Moll de la fusta, después fue todo. La época de las champañerias, el Borne, la movida de Barcelona,…
El sábado mi amigo y yo volveremos a vernos (yo vivo en Madrid). Iremos a renovar un amor que ha sido herido por terroristas. Ojalá que no haya banderas excepto la de Barcelona y, aunque las haya, yo quiero estar ahí para recordarle mi amor. Barcelona no es un objeto que sirva para algo, es un lugar para ser amado. Por cierto yo no estaré con los fanáticos de la CUP, y me apartaré de cualquiera que se le parezca. Ellos la usan, no la quieren, porque representa lo abierto que es mi país.
Barçelona t’estimo tant!!