martes, 22 de noviembre de 2011


Ojalá

Allende los mares es todavía momento de subirse a un avión e irse a trabajar, aunque España haya puesto las cosas en su sitio, parece. Nuestros políticos que lo han hecho mal, muy mal, han sido no solamente apartados, sino además castigados.

Mi cabeza parece un torbellino de ideas contrapuestas que parecen tener que parar de girar antes de ser analizadas. ¡Que un 72% de participación¡ ¡Que volvemos a lo mismo de siempre en el País Vasco y Cataluña! ¡Que hemos conseguido un éxito por obtener más votos! ¡Que 300 mil votos dan el doble de diputados que 1 millón!

De adolescente todo era mucho más claro. La democracia era el Shangrillah, le explicación de nuestra desgraciada historia, y a la vez la esperanza de transformarla y cambiar la realidad, de dejar de ser “different”. Luchamos y lo hicimos, parecía imposible pero pasaron 25 años y ya no éramos “different”.

Mis hijos me miraban con sorpresa al oírme decir que esta es la primera votación en la que no he participado por primera vez en mi vida, y mi convencimiento de que el único buen resultado hubiera sido una participación del 10%, pero no un 72%.

En cualquier área de la vida consideraríamos como malo algo que no ha sufrido ninguna evolución, ninguna modificación en 200 años, pero este no es el caso de nuestro sistema político. Ni una sola crítica. Un 72% de participación demuestra que nuestros políticos son necesarios, que la sociedad no puede vivir sin ellos.

Mientras yo le digo a mi gente que no espere que nadie le resuelva los problemas, que lo individual y lo meritorio debe volver a valer lo que valía, resulta que vamos masivamente a las urnas y elegimos a alguien que por dos veces nos pareció que no podía resolver nuestros problemas. ¿Qué ha cambiado? ¿Ahora es diferente? ¿Ha encontrado la varita mágica que otros dirigentes mundiales no?

Más bien ha sido la historia la que ha cambiado 180 grados solamente porque algo debe cambiar. ¡Cambio!, que fácil es apelar a esto, pero que vacío resulta cuando el cambio se mide contra algo efímero. Apelar al cambio debería estar prohibido en las campañas electorales a menos que el cambio fuera para dar la vuelta a algo que durara más que la escala política (4 u 8 años).

¿Y qué va a pasar ahora? Ojalá yo esté completamente equivocado, ojalá este nuevo/viejo señor desde su silencio, esperemos que sea prudencia en lugar de indecisión, pueda encontrar una forma en la que nuestro país no necesite nadar para respirar como los escualos. Tal vez encuentre un supermercado en donde se pueda comprar dinero como dicen mis hijos pequeños cuando describen un cajero automático, sin tener que ir a una subasta en donde a nosotros nos cueste 5 veces lo que a un alemán. Ojalá que se resuelva el nudo gordiano de si debemos correr hacia delante o correr hacia atrás para corregir los excesos que hemos cometido en los últimos años. Ojalá que el mundo que disfruten nuestros hijos sea mejor que el que nos condena a vivir el integrismo económico imperante al que nos condenan nuestros políticos.

De repente ese señor tan callado será capaz de hacer cosas realmente diferentes, cambiar Europa para que asuma nuestras funciones de país: hacer nuestras leyes, en lugar de “transponerlas”. En lugar de hacer un fondo de bonos, tener un solo ministro de economía. Reducir el entramado político, reducir el estado para gastar menos. ¿Le interesará hacer algo de esto? ¡Cuidado con la selección española de futbol , esto si debe seguir siendo nuestro!

Y mientras tanto, el refugio de la gente cuando algo no sale bien es volver a las raíces, a confiar en alguien de los nuestros, o CIU o AMAIUR que gobernará con el PNV. En lugar de más grandes, más concentrados. ¿Estaré equivocado?