Las luces de un coche de policía iluminaron la plaza con sus estridentes azules, extraña señal para que los dos se pusieran en pie. Él le ofreció sus brazos, ella se acomodó en ellos. No sonó ningún ruido salvo la música, pero algo pareció encajar. Fija la mirada entre sus ojos, fija la distancia entre sus cabezas. Eran una sola cosa que se movía en un constante ir hacia adelante y hacia atrás sin cambiar sus miradas. Fijas sus miradas, girando varias veces sobre su eje, rítmicamente, rozando con sus pies el plástico del suelo. Cuando sus piernas se abrieron más pude ver la abertura sin fin de su vestido negro. Las rodillas de los dos se convirtieron en el punto desde donde giraban sus cuatro piernas. Sin variar la distancia entre sus cuerpos ella giró agarrada a la muñeca que él había puesto por encima de la cabeza. Las miradas entre los dos seguían fijas pero sus brazos parecían poner a prueba la calidad del encaje moviendo sus cuerpos como hojas, hacia y un lado y hacia el otro.
Todo desapareció excepto sus cuerpos. Era el atardecer cuando apareció otra luz azul que fue otra señal que marcó que los dos se desencajaran, aguantándola él con sus brazos y ella con los suyos hacia arriba.
La música dejó de sonar.