El solsticio de verano, cuando las noches son cortas, las más cortas, y los días son largos, larguísimos, imposibles de explicar a quienes viven en un país sin invierno.
San Juan de niño era Sant Joan, eran tres paseos en coche con mi padre. El primero para ver en muchas esquinas aquellas torres de madera altísimas preparadas para ser quemadas en algunas esquinas, era de día. El segundo desde arriba, casi siempre desde la montaña del Tibidabo, para ver en muchas intersecciones el resplandor de los fuegos, era de noche, y el tercero, al día siguiente para ver los enormes rescoldos y las manchas negras que había dejado la entrada del verano.
No sé si todavía existe la emoción de encontrar un trozo de madera para quemar en San Juan (doneu me un tros de fusta per cremar, ¡per Sant Joan! Dice Serrat) pero yo ya no he nacido allí. Ahora hay contaminación y atascos, (mis amigos se reían de mí cuando llegábamos a uno, les había dicho que no había en mi pueblo). La magia de Barcelona se ha ido, igual que mi padre.
A lado de la dama de las catedrales hay una ristra de urinarios públicos azules y blancos, de plástico. Un camión ha aparcado al lado de la catedral, en la plaza, y unos hombres vestidos de negro con camisetas sin cuello han frotado sus paredes y lo han convertido en un escenario negro enorme.
En el templete del centro de la plaza un numeroso grupo de camisetas moradas toca una melodía medieval con sus dulzainas: es fiesta. En un momento el acorde de las pruebas de un bajo en el escenario compite con la melodía del templete, desigual combate. Las acacias aportan un verde intenso a través del cual no se puede mirar.
En el templete del centro de la plaza un numeroso grupo de camisetas moradas toca una melodía medieval con sus dulzainas: es fiesta. En un momento el acorde de las pruebas de un bajo en el escenario compite con la melodía del templete, desigual combate. Las acacias aportan un verde intenso a través del cual no se puede mirar.
La terraza está repleta. El bullicio es atronador. Las golondrinas negras no paran de girar sobre el cielo azul de la plaza añadiendo sus agudos chillidos. La luz del sol solamente se refleja arriba de las casas y en la catedral, mágica luz de Segovia. Gracias al aire que acaricia mi cara se puede oír el bullicio sin que se convierta en un ruido molesto.
Esa mujer de verde con su perro negro ¡No puede ir de azul!¡Se ha cambiado!… ¡Ah no! La de azul era su hermana. Encuentros en voz alta, saludos, rostros sonrientes. Ya morenos. Camisetas limpias preparadas. Borrachos que lo serán, el sonido de esta ciudad son hoy las conversaciones.
La circulación está cortada en... lo que nos obliga a pasar de vuelta bordeando el rio Eresma, admirando el Alcázar, la catedral, las casas de Segovia.
Los turistas, la gente, la luz, las golondrinas, la música, el color y, sobre todo, el bullicio, todos hablando unos con otros, riendo, saludándose y saludando al verano que está al caer. A mi padre le hubiera encantado.