Varios viandantes se acercan. Una niña de la
mano de su abuelo. Un hombre sólo, que parece saberlo todo con su elegante
traje, mirando hacia todas partes, buscando algo. Una pareja mirándose entre
ellos de una forma que demuestra que todavía no han descubierto la vida real.
Todo el mundo pendiente del muñeco rojo. Los coches pasando, algunos ruidosos.
Parecen ignorar a la gente que cada vez en más cantidad espera a cruzar, aunque
los coches que pasan veloces tapan su imagen.
La joyería de la esquina, la entrada del
supermercado, el portal en el que sería capaz de identificar quien entra, sin
luces. Los coches pasando deprisa por delante, no dejándome ver claramente
algunos de los peatones. Ahora una novedad en forma de ciclista pasa por
delante en la calle más despacio. Los ladrillos rojos tan quietos, siempre en
el mismo lugar, casi que podría decir cuantos son. Limpios.
Ella llega entre
dos coches, uno rojo y ruidoso y otro blanco y silencioso. Parece concentrada.
Él, las manos en los bolsillos, mira hacia todas parte, está descubriendo. Algo
me hace pensar que esperarán juntos. De repente, la niña se suelta de la mano
del abuelo y se baja de la acera. Todos los que están esperando se mueven
deprisa para alcanzarla. Ahora se cae y él se acerca a la niña. Se ha alterado
el orden, ya no todos están en fila esperando atravesar la calle, sino que se
agolpan alrededor de un punto, obviamente la niña.
Dos motos están
aparcadas junto al semáforo al lado de la valla metálica. Puedo ver a dos
jóvenes ocupando el medio banco que puedo ver. Realmente solo la veo a ella, a
él me lo imagino, pero los rayos de sol y su cara me hacen imaginar todo el
cuadro con grandes posibilidades de acertar.
Ellos dos ya están
hablando, como imaginaba. No oigo lo que
dicen pero claro, los niños son peligrosos, o no ven el peligro, suerte que la
cogió aquel señor del traje, sino igual no estaría contándolo. Ella Isabel, él
Juan, por ejemplo, siguen pasando coches. Y a más tiempo estén parados más
conversación. A juzgar por lo animados que parecen seguirán hablando, cuando
lleguen al otro lado de la calle ya serán amigos.
Un cartón con algo
que parecen letras le sirve al pobre sentado, apoyado en la casa de enfrente
para explicar su infortunio sin palabras. La joyería de al lado forma parte del
sin sentido de la esquina. Está sentado. Puedo ver a más gente, un anciano con
su bastón que camina despacio, una sudamericana, su cara no deja dudas, que
camina rápido por detrás del muñeco rojo y por detrás de las motos, Van hacia
la otra esquina. La pareja que ya está hablando, ¡acerté!
Varias señoras se
han juntado a hablar con sus carros de ruedas a la puerta del supermercado, los
bolsos colgando de su brazos, los carros, por fin, sueltos apoyados en la
acera. Solo uno de ellos está lleno, las otras señoras, probablemente, todavía
no han entrado. Estoy en un barrio bien, la calle está limpia, el portal con
adornos de mármol, ocultado en su sombra un buen espacio detrás de unos
escalones.
Ella y él hablan
animados, ambos bien parecidos, bien vestidos. Ojalá que tarden en cruzar. Los
dos sobre los 20 años, vaqueros, bolso de piel, bien parecidos. Unos segundos
para encargarse de la niña, luego aprovecharon el minuto.
Dejan de pasar
coches, los peatones ya casi bajan de la acera, yo le entrego a mi compañero de
verde. El verá a los peatones pasando, también verá la casa, el pobre, la
joyería, el portal, el medio banco, los ladrillos, también el muñeco de
enfrente.
...
Un grupo de niños
que se tiran papeles, un señor con una caja de plástico que no sé lo que lleva,
dos ancianos con gorra y bastón, una señora con su carro de ruedas de cuadros,
seguro que va al supermercado. Los jóvenes del banco ya se han ido, un
motorista se pone el casco de pié al lado de una de las motos, se sienta, la
arranca y sale con estruendo. No hay nada interesante como en el semáforo
anterior.