La pregunta que
me habían hecho era importante, la respuesta probablemente también lo sería. La
sala estaba llena, notaba la expectación de la gente y por eso lo que dijera
afectaría probablemente a la vida de todos. Me fijé en los ojos azules de una
chica de la primera fila que no parpadeaban esperando mi respuesta y cómo en un
momento se le cayó un bolígrafo rojo al suelo. Lo que dijera ahora
probablemente era más importante para mi que para nadie
Eran
verdes y muchos, tantos que parecían formar un terciopelo de color uniforme. La
recién estrenada primavera dejaba una sensación como de sudor fresco pero sin
calor. La roca en donde estaba sentado al que acudía siempre que tenía que
decidir algo importante. La brisa soplaba fresca a esa altura en la montaña y
el olor de resina de los arboles, movía los pinos y le ponía música a aquel
lugar. Mis manos sentían las pequeñas piedras sobre la fría roca. Estaba en
Canencia, orientado al norte, todo el valle a la vista, un fondo azul para las
nubes, el verde de los pinos.
Todo
empezaba cuando decidía que tenía que ir. Me subía al coche, conducía por la
autopista, luego el coche subía por la carretera llena de curvas, entre los troncos
de los pinos y su sombra. El breve paseo por el camino de tierra en subida. Ver
mi roca detrás del recodo, unos segundos antes y pensarme sentado sin
estarlo,... Cuando me sentaba en aquella roca, podía pensar en algo o no,
decidir algo o no, pero lo primero que hacía era apreciar la vista, y, como si fuera
el viejo rey de los asteroides, sentía que todo lo que veía me haría caso si se
lo pidiera.
Toda la vida me las había apañado
para no tomar decisiones. Siempre había conseguido que el destino se encargara
de decidir, haciendo que una de la opciones casi fuera evidente.
El lugar en dónde tomaba mis
decisiones no siempre fue el mismo. Aquel banco de madera, era tan duro como la
piedra, el techo era muy alto, casi el cielo para mi tamaño, el fresco lo daba
el tamaño de la iglesia del colegio, y una imaginaria brisa me refrescaba los
piernas. Llevaba pantalones cortos.
Hace muchos años le prometí las
estrellas a unos ojos azules. Me fui lejos de mi casa, dejé a mi padre y a mi
madre, mi pasado,... y busqué cosas que me permitieran cumplir mi palabra. Sentado
aquella noche debajo de las estrellas, al borde del mar, la brisa fresca en mi
piel, no tomé ninguna decisión, solamente era posible una opción.
La vida siempre puso una montaña
detrás de la última, muchas cosas que hacer, muchas amenazas. El camino se
había convertido en objetivo y al revés. La realidad siempre se empeñaba en llevarme la contraria.
Ahora mis hijos ya no me dejan
conducir, mi abogado tampoco. Tal vez sea por mis años o porque me muevo difícilmente, pero busco resumir,
aprender a contar mi vida, recordar, ver, justificar,…
Después de muchos años, de olvidar
aquellos ojos, aquellas promesas, de nuevo estoy sentado en mi silla, dispuesto
a dar la respuesta definitiva.
La brisa empezó a mover mi camisa,
la reconocí de inmediato, y me levanté a recoger el bolígrafo rojo y
devolvérselo a aquellos ojos que parecieron sorprendidos.
Mi respuesta no tuvo nada que ver
con espantapájaros, mucha gente me había llevado la contraria, ni con elefantes voladores, todo el mundo sabe
que existen, ni con ninguna reflexión profunda acerca de la vida.
Nadie pudo estar en desacuerdo con
lo que dije.
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