Una tormenta de imágenes y recuerdos flotan
en mi cabeza confundiendo gentes, nombres y fechas, alimentados por la vista
del hotel La Franca, entre Asturias y Cantabria.
Hace años fundé y dirigía una empresa con
mucho éxito. Una vez al año venía gente de todo el mundo,
de Costa Rica, de México, de Portugal, de Barcelona, de Valencia,... y nos juntábamos para hablar y disfrutar.
Recuerdo la fantástica organización de aquel
año en el hotel de La Franca. Mercedes era mi mano derecha entonces, y se
encargaba de organizar aquellos viajes, se salió de sus objetivos: bajamos un
río en piragua, montamos a caballo y el show de la noche fue la mas hilarante
historia que yo recuerdo acerca de cómo un jefe de almacén era capaz de ponerle
los cuernos a su mujer con adaia, el producto
que vendíamos.
No me acuerdo en qué año fue aquel evento y
no sé si ya entonces había empezado a meter la pata.
Ahora sé que lo hice, no se si sirve para algo saberlo ahora y no sé si entonces
podía haberlo evitado. Tampoco recuerdo cuando fue ni porqué, pero la eché.
Ella lo había dado todo por mi, y por la empresa. Desde fuera se convirtió en el
enemigo. Ahora entiendo que ella se llevó una parte de lo que fuimos, y que su
resentimiento era eso.
Otra de las personas que formaban parte del
proyecto era Ana. Ella se marchó sin que yo hiciera nada por impedirlo. Supongo
que no supe darle lo que quería. Desde luego dejó un vacío en la empresa que
nunca volvió a ser ocupado.
Más tarde todavía metí más la pata, y
prescindí de la tercera persona que se dejó algo más que su trabajo en la
empresa: Lluis.
Él, Ana y Mercedes fueron los verdaderos
hacedores de nuestro éxito. Lluis y Ana fueron capaces de entender los
problemas de un almacén, traducirlos y crear el mejor producto informático de
gestión de almacenes que existió entonces,... ¡hay! aún ahora. Mercedes era
capaz de traducirme delante de los demás e interpretarme, y hacer lo que
teníamos que hacer.
Han tenido que pasar muchos años para que lo
entienda. Fueron tres errores que casi destruyeron una empresa de mucho éxito. Eran mis amigos y los perdí, peaje que ahora sé que no
pagaría. ¡Ojalá que me hayan podido perdonar! ¡De verdad que lo siento! Yo
pude contribuir para aglutinar voluntades, pero todo el mérito fue suyo. Después,
eso sí, volví a incorporar al proyecto a otras personas que también me querían,
y que me siguieron hasta el final, algunas todavía lo hacen.
Alguien que te quiere es incómodo, te dice cosas que a veces no quieres oír, pero el adulador te necesita y lo
necesitas, aprende y aprende hasta que piensa que es capaz de hacer lo mismo
que tú,... pero mejor. Piensas que el adulador será suficiente para mantener el
proyecto, pero no aporta absolutamente nada, ni crea nada, ni mejora nada, ni
siquiera te contradice. Se frota las manos cuando las cosas van mal y planifica
su jugada porque tiene tiempo, taimadamente. Esto es muy difícil de ver, claro,
porque solo te adula, eso sí, a un precio muy elevado.
En mi caso al menos, descubres
que, además de adulador, es muy mala persona. Porque sus planes no solo
incluyen hacerlo mejor, sino hacerlo en contra de ti. ¡Con lo fácil que le
hubiera sido demostrar solamente que era mejor! Y sin embargo su única
posibilidad era destruir, para que no se pudiera comparar, supongo, o tal vez
porque no confiaba en él mismo. ¡Cuanto dolor provocó!
Me fui muy lejos, para salvar a la empresa de la crisis y solamente hablaba con el adulador. A pesar de que en la empresa nadie podía
saber lo que yo pensaba de nada ni de nadie, todos sabían que era yo quien
sobraba y que el adulador era el único dios. A pesar de que averigüé lo que
había hecho, él se aseguró de que yo no pudiera hacer nada para arreglarlo,
usando su poder de ruina para arruinar, sin decir nada, claro.
Ahora entiendo sus lágrimas cuando se
marchó, ¡que sinvergüenza, eran de alegría!... ¡y se llevó la planta de su
despacho!
Mire a donde sea o a cuando sea, no puedo
quejarme de mi vida, que ha sido maravillosa. El adulador ha sido mi error
más grave.