Habíamos planificado con
mucha antelación el fin de semana. Ignorantes de que efectivamente lo habíamos
hecho, los carteles en la carretera se empeñaban en recordarlo, en pleno
temporal. La nieve azotó la península el fin de semana. Hubo grandes atascos
para salir de la ciudad, enorme nevada. Unas horas más tarde, desde que
llegamos al mar, el tiempo nos dio una
tregua todo el fin de semana.
Aprovechando el sol de primavera, en el
valle, los abetos compiten con los verdes prados y estos con los eucaliptos y
otros arboles grises, sin hojas todavía. Algunas vacas entre pelirrojas y
negras salpican los verdes prados. La sensación es que estamos muy lejos de
ayer, muy lejos de la nieve, de los coches, muy lejos de todo, un lugar perfecto
para descansar. Abandonamos la carretera del valle por otra más estrecha. Una
curva sucede a otra mientras la carretera sube y luego una curva sucede a otra
cuando baja. Al final, allá abajo, aparecen los tejados del pueblo al que nos
han enviado, apenas un centenar de habitantes. Nuestro destino hoy.
El puente, las casas, de piedra y verde; es
antiguo y precioso; el olor a cuadra, no sé si de cerdos o de
caballos, lo impregna todo. Buscamos el único bar del pueblo en donde un perro
duerme tumbado la siesta mientras que varios vecinos disfrutan del sol en la
terraza tomando cerveza. Unas calabazas color calabaza, naranjas, rojas y
amarillas, con forma de pera, de pepino y de calabaza se ven a la entrada del
bar.
Suena de fondo:
... me he portado como el culo...
... si es que mama copia mi estilismo
siempre...
... en la fiesta estaba Craig, adoro a
Craig, lo traté lamentable, pero esto le ayudará a darse cuenta...
...
Sorprendido por el lenguaje, me llama la
atención una tele encendida que va mostrando personajes, ora haciendo cosas,
ora explicándolas, diciendo cosas que no tienen nada que ver con lo que se ve,
como si el doblador se hubiera vuelto loco.
Y a pesar de lo lejano del sitio, de la paz,
del olor, de lo remoto, lo pequeño. A pesar de las calabazas y del perro, a
pesar de las piedras y el olor, detrás de la barra del bar, la dueña, una mujer
de unos cuarenta años, no se pierde un detalle de un capítulo de las Kardasian
que están poniendo en la televisión.
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