Te recuerdo con una raqueta de tenis en la mano, ganándome siempre, cuando yo pensaba que ya era alguien. Recuerdo el orgullo con el que Mamá te describía, durante mi adolescencia, defendiéndote hasta el final y solamente hablando de tu difícil carácter. Ella me contó que pasaste de familia rica, de montar a caballo, de ir en barco a Mallorca, a descargar camiones en el puerto, cuando hizo falta.
Recuerdo tu soledad, cuando decidiste que lo mejor era llevarte a toda tu familia a Valencia. También recuerdo tu mirada dándome ánimo, sin decir absolutamente nada, cuando te volviste de Madrid sólo, habías venido a devolverme a Barcelona, y apenas te despediste, solo te parecía que era lo correcto.
Aprendí contigo pero no me enseñaste, solo lo hacíamos, yo notaba tu confianza y sabía que sería capaz de hacerlo,… nada más.
He recibido de ti la fe ciega en el esfuerzo personal. He intentado imitar tu saber estar en cualquier parte, ser capaz de disfrutar igual con un bocadillo que con una cena en Finisterre.
Luego te fuiste apagando, poco a poco, pero siempre digno y con un pie en la realidad, engañando a tu destino,... y seguías siendo tú.
Ahora ya no podré devolverte nunca lo que has hecho por mi.